Leías en alto
mientras yo cortaba el caldo del puchero con un chorrito de agua. Después me
iba y te dejaba con tu libro en mitad de la cocina, tan grande y deshabitada
que el sonido de tu voz rebotaba en las paredes y volvía a ti como un eco de
soledad. Pero yo también estaba sola. ¿Qué te habría costado decirme dos
palabras? Te lo preguntaba y tú contestabas con un ya lo sabes. Así que yo,
cuando empezabas otra vez con la lectura, miraba a través de la ventana los almendros
en flor en primavera, o la escarcha en los días de frío, y añoraba ese te
quiero que tú no estabas dispuesto a darme. Te dejaba solo. Como yo, ya te
lo he dicho. Porque no me bastaba con tu
presencia.
Lo tuyo eran los libros, lo sé. Con ellos
te llevabas bien. Decías que no podían defraudarte, que te reconciliaban con el
mundo. Y claro que no te defraudaban. Tú siempre leías los mismos, aquellos que
te gustaban, sobre todo uno. Releías. Lo abrías y podías pasar toda una noche
con él. Te oía llegar de madrugada, retirar la sábana y meterte en la cama. Te
pegabas a mí y a veces parecía que tu cuerpo temblaba de llanto. Era en esos
momentos cuando te sentía más cerca. Hubiera sido bonito darme la vuelta y
abrazarte. Pero no, yo quería el te quiero que no me dabas.
Ayer, desde el mostrador, metida en ese
aire rancio que lo impregna todo, vi pasar por la calle a Natalio sobre el burro. Está mal. Anda vociferando todo el
día. Enfadado con los vecinos, a los que acusa de una confabulación contra su
persona. Ve peligros en las esquinas. Esto ya lo sabes tú, que unas veces se
calma y sus quejas son un susurro, y otras da un paso más al desvarío y molesta
con sus gritos hasta que acaba zarandeando al primero que se le cruza o dándole
con un palo en la cabeza. Así que está mal. No creo que tarden en venir a
buscarlo. Tú decías que está cuerdo, más cuerdo que los demás. No sé dónde
veías la cordura. ¿Porque acertó cuando dijo lo del cura con la sobrina? Eso no
cuenta. Decía que los cangilones de la noria eran manos que secaban la tierra.
Decía que las bellotas estaban envenenadas y que matarían a los cerdos. Un
disparate tras otro. Eso es lo que cuenta. Pero tú nada, erre que erre. Te
llevabas bien con él. Ahora que está solo, anda más perdido que nunca. Temo que
no vuelva a recuperarse. Sentí, desde mi atalaya de quesos tiernos, curados y
semi- curados, que el peso del mundo se me venía encima. Porque fue como si al
ver a Natalio gritando y gesticulando, te
perdiera del todo. ¿Y qué me quedaría, Alonso? El comercio. El olor de los
quesos que no se me va con el jabón. Y ese trozo de vida que pasa por el
cristal de la puerta: Torcuato con los pies rozando el suelo, azotando a la
mula con la vara. Paulina, la maestra, con los libros bajo el brazo, y la
mirada perdida en el suelo, camino de la escuela. Mariana paseando el cántaro
sobre el rodete y haciendo corrillos con las vecinas. Manuel, borracho desde
primeras horas de la mañana. De vez en cuando, el ruido de los goznes de la
puerta y alguien que entra a comprar un
trozo de queso. El resto del día estirándose como una solitaria
reproduciéndose. Infinito.
Pero anoche soñé contigo. Eso dirías tú,
que fue un sueño. No voy a llevarte la contraria. No es bueno contrariar a los
espíritus. Entrabas en el cuarto, te inclinabas sobre la cama y me decías al
oído: Te quie-ro. Así, deletreando bien para que me enterara. Cuando desperté,
aún quedaba la humedad de tus labios en el hueco de mi oreja.
Esta mañana, por primera vez desde que te fuiste, me he
vestido con mi mejor traje y me he puesto los zapatos que llevaba cuando
paseábamos por la calle Real. Al salir de casa, he arrancado una ramita de
mimosas y la he metido en el ojal de mi blusa. Llevo tu libro, ese de
caballerías que tanto te gustaba. Voy a leerlo para ti. Sé que desde donde
estés, vas a escucharme como yo te escuché esta noche cuando pronunciaste las
dos palabras. Porque yo, Alonso, también te quiero.
6 comentarios:
A más puro estilo sanabrio. Este se lleva algo también.
Un abrazo, Lola.
Gracias, mi niño chico.
Un abrazo a lo grande.
Muy bueno Lola. A ver si hay suerte
Muchas gracias, Arantz. Igual te deseo.
Genial. Estará, seguro.
Gracias, Yolanda.
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