El presidente del jurado subió al podio, se caló los anteojos sobre la nariz, rasgó el sobre con un abridor de plata, aclaró la garganta, bebió un trago de agua, tosió y luego dijo con voz alta y clara el título de la obra y el nombre del ganador.
Todos aplaudieron mientras giraban medio cuerpo hacia la mesa que ocupaba el galardonado. Subió al estrado, recibió el trofeo y el cheque, e inició su discurso improvisado.
En una mesa del fondo, el finalista ahogaba su frustración frente a una botella de whisky mientras colocaba su mejor sonrisa para las miradas de reojo de algunos de los asistentes. Después de unos cuantos vasos, estaba considerando que quedar finalista entre miles de participantes era algo muy honroso, cuando se le acercó su amigo del alma, el de toda la vida, aquel con el que había compartido piso, novia y pluma, y le dijo con cara de muchísima pena que sentía mucho que no hubiera ganado. Inmediatamente acusó el golpe, de hecho se tambaleó, de pie como estaba al recibir el abrazo del amigo.
Una vez hubo dejado al finalista, el amigo se apostó cerca de donde terminaba su discurso el ganador y antes de que todos los congregados se lanzaran a darle la enhorabuena, se adelantó él. Abrió sus brazos en cruz, ladeó la cabeza sobre el hombro, compuso su mejor sonrisa y lo acogió contra su pecho. "Escribes muy bien y te lo mereces. Todos sabemos lo que pasa con estos premios, lo del año pasado fue una vergüenza ¡dárselo a un escritor de novelas policiacas! Pero claro, todo está pactado. Ahora, tú te lo mereces. Enhorabuena" Palmeó varias veces la espalda del galardonado se dio media vuelta y salió de la sala, dejando tras de sí una risa espeluznante, como de hiena.
(Este es el inicio de un relato colectivo de otro foro. Como intervinieron varias personas, algunas con las que ya no tengo relación, lo dejo aquí. Parece que la historia se repite. Es cíclico esto de las vanidades de los plumillas, y los ninguneos y los comentarios amargados, y...)