Se me pegaba a los ojos el sueño atrasado. “A la nana, nanita, nanita ea...” Atenta al ritmo del chupete en el paladar. “... mi niño tiene sueño, bendito sea”. Su respiración espesaba. Un suspiro. Mis dedos resbalaban liberando los suyos. Apoyaba una mano en el suelo, luego la otra. Ni el menor ruido. Un pie, después el otro. Descalza. Un paso, otro paso. Y el quejido de la puerta. “¡Mami!”. Me echaba a su lado, su mano otra vez dentro de la mía. “Pimpollo de claveles, lirio en capullo...” La mariposa de pasta azul en su boca, moviéndose en la penumbra de la habitación. Llegaba el camión de la basura y se escuchaba la voz de los basureros: ”¡dale!”. Y poco a poco la mañana iba entrando en líneas cortadas sobre la colcha. Me levantaba, iba a la cocina y esperaba a que el café saliera a borbotones. Un gorrión se posaba en el alféizar de la ventana.
Relato publicado en el libro “Vivencias” (Editorial Orola)