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Fotografía tomada de la red. |
La compañera de habitación de mi madre tenía un novio que conoció en un viaje a Fuengirola que hizo con el INSERSO. Llegaba a primera hora de la mañana, se sentaba a su lado, le cogía una mano y le daba ánimos. A la hora de la comida, insistía para que tomara un poquito más de sopa, luego le daba una cucharadita de Primperán y echaba un sueñecito junto a ella sin soltarle la mano. Cuando venían las hijas, lo trataban como a un intruso “A tu edad, mamá, haciendo manitas”, la regañaban en cuanto él se marchaba. La madre se defendía diciendo que él le daba compañía y cuidados. “Pero qué te va a cuidar ése, si está para que lo cuiden. Y nosotras desde luego, no cargamos con él, que no es nuestro padre”, seguían ellas regañándola. Poco a poco, la fueron convenciendo del error de aquella relación y ella comenzó a retirarle la mano y a ignorarlo en presencia de las hijas. El día antes de que le dieran el alta a mi madre, escuché a las hijas hablando con el médico en el pasillo. Querían saber cuánto tiempo iba a pasar su madre en el hospital. Tenían sus planes de vacaciones hechos y una residencia para ella.