Tomada de la red |
Llevaba un tiempo sin
presentarse. Creí que me había librado de ella. Alguien le hizo cerrar los
ojos, le dio vueltas y más vueltas, como cuando era niña, y al abrirlos no
sabía dónde estaba el camino de regreso. Pero al final lo había encontrado. Y
allí estaba otra vez, para amargarme la vida. Somos amigas ¿no?, me dijo la
primera vez, pues las amigas están para lo bueno y para lo malo. Tenía razón.
Se la di, cómo no iba a hacerlo. Pero yo supongo que habrá una medida, un tope
que, si se rebasa, ocurre como con la leche cuando se pone a cocer y no se
corta a tiempo, que sube y escurre por el cazo hasta dejarlo todo hecho un
asco. ¡Y a ver quién es la guapa que lo quita cuando se seca! Pues Cristina es
igual. No conoce límite. Claro que me dirás que límite, límite, no es que tenga
mucho. Pero debería tenerlo. Cuando me muera, entonces tal vez entre en el
infierno del que tanto se habla, pero aún ando entre los vivos. Antes creía que no existía ese lugar de fuego
eterno. Ni ese ni ningún otro más allá de la muerte. ¡Pero ya lo creo que sí!
Te aburro. No. Es agobio. Pero eres mi abuela y las abuelas
están para que las nietas se desahoguen con ellas. No protestes. Y no digas
palabrotas que te oigo y está muy feo. A ver si voy a tener que lavarte la boca
con lejía. Claro que, a estas alturas… No, que no me río, ha sido un hipido, en
serio. Ya. Que has hecho lo que has podido. No sé, no sé. Busca a ver qué otro
recurso te queda y has olvidado. Es que mírame: tan jaquetona como era y parezco
una sobra de mí misma con estas ojeras y el pelo enratonado, con lo bonito que
lo tenía. ¿No te da pena? ¡Tu nieta favorita y en estas condiciones! ¿Que me
haga la sueca? Ya. Te lo pone en estéreo. Tú no la conoces. Bueno sí, la
conoces por desgracia. Pero a ti te deja en paz. Huye de tu presencia. Te tiene
miedo. Me lo ha dicho ella: «Me encuentro de vez en cuando con tu abuela.
Siento su presencia helada en mi nuca y me da muy mal rollo. Temo que me pueda
hacer daño. Ya, claro, ¿qué daño puede hacerme? Pero a mí me ponen los pelos
como escarpias. No te rías. Sé que es un disparate tras otro, pero no me
acostumbro». Así que si ella piensa que puedes hacerle algo, seguro que sabe
que existe la manera. Encuéntrala o va a acabar conmigo.
Inútil huir a México. Hasta allí me siguió, aguándome la
celebración festiva del Día de los Muertos. Inútil viajar a Australia, también
se me presentó, interponiéndose y chafándome la visión de un koala. Lo intenté
en varias partes del mundo. Nada que hacer. Del dormitorio al baño. Del baño a
la cocina. De la cocina al salón. Del salón a la terraza. « ¡Hija, déjame un
ratito tomar el sol en paz!», le pido por las buenas y entonces arrecia el
llanto. Sí, el llanto o lo que sea. No sé de dónde saca ese caudal de agua
salada, la verdad. Pero le escurre y me deja la casa perdida. Temo que el
salitre acabe pudriendo mi mesita china. Sí, esa que me regalaste. Te
disgustaría ¿no? Pues a mí también. Pero lo peor es oírla con la cantinela de
siempre. Que si mira tú Pablito, lo mal que me sigue tratando, ahora que lo he
encontrado. Que nada más sentir mi presencia se esfuma y me deja como pavesa
flotando en el limbo… No para esta mujer. Siempre quejándose de su mala suerte,
de lo sola que está. Al paso que vamos, sola, lo que se dice sola, me voy a
quedar yo. Porque Ramón anda mosqueado. « ¿A ti qué coño te pasa?», me pregunta
cabreado. Y es que me he unido a la troupe y ando como alma en pena. Me
contengo para no ponerme a gritarle como una loca a Cristina cuando está él
delante, porque claro, no lo entendería. « ¿Con quién hablas?», me preguntó un
día. Y yo que nada, que eran cosas mías. Pero no cuela. Ya no. No querrás que
se vaya al traste mi vida, abuela. Bueno, no te pongas a llorar tú también
ahora. Lo que faltaba. Mira lo que te he traído. Margaritas que sé que son las
flores que más te gustan. Te las voy a dejar dentro del florerito este que
pusieron en el centro, debajo de tu fotografía. Con agua, sí, para que duren
mucho. Ya volveré otro día a visitarte. ¿Cómo que no hace falta? ¡Claro que sí!
Soy tu nieta y tendrás que escucharme lo quieras o no. De todos modos de donde
estás no puedes marcharte. Como mucho dejar que una parte vague por ahí como
hace Cristina. Que no, que no me río, que es un hipido. Y lo dicho: pon a
trabajar a tus contactos y a ver si me libras de esa pesada. ¡Dónde se ha visto
que una fantasma o lo que sea venga a darte la brasa! Un beso, abuelita, que yo
te quiero mucho; ¡pero mucho, mucho, mucho!