Salió el cazador a media noche. Debilitado, se elevó dos dedos por encima del suelo y dio una batida por el campo ceniciento. El brillo de los ojos del conejo lo deslumbró. Abrió y cerró los suyos varias veces y allí seguía, quieto, dispuesto al sacrificio. Cayó el Conde sobre su nula resistencia y clavándole los colmillos, se alimentó a conciencia. Entendió enseguida la mansedumbre del animal. Mixomatosis, se dijo entre vómito y vómito. Lo bueno de aquello era que él no podía morir. No de eso pero sí de inanición. No había nada en diez millas a la redonda a lo que clavar el colmillo, y fuerzas, ni para volar dos metros. Agarrado al tronco de un árbol, en las últimas arcadas limpiadoras de sangre infecta, sus uñas afiladas rasgaron el papel. Levantó la vista y vio que se trataba del anuncio de un concurso de baile. El premio a la resistencia: una garrafa de diez litros de sangre "Transilvania, gran reserva" Ni le gustaba bailar, ni sabía, pero aquello era una cuestión de supervivencia.
Más debilitada aún que él mismo, en brazos tuvo que llevar a su última víctima hasta el granero donde se celebraba el concurso. Comenzaron con un rock and roll y los vampiros más jóvenes se lucieron lanzando por encima de sus cabezas a las vampirillas y recogiéndolas desfallecidas entre sus brazos. Luego vino el vals, el cha-cha-cha, el tango y la salsa y ahí se emplearon a fondo los más maduritos moviendo las caderas, los pies y la cintura con gran desparpajo, haciendo dobles tirabuzones en el aire y aterrizando sobre las puntas de sus zapatos. El Conde sonrió para sus adentros. Se movía lo indispensable él, arrastrando en pasitos cortos el cuerpo de ella. Fueron cayendo una tras otro sobre la improvisada pista de baile hasta quedar dos parejas, apuntalada ella sobre los pies de él, agarrada la otra con los colmillos al hombro del segundo. Se desplomó la pareja rival y quedaron en mitad del granero el Conde y su última víctima. La música paró y los organizadores formaron un corro a su alrededor y esperaron a que se le aflojaran las piernas a ella. Después empujaron al conde que cayó a plomo arrancando una gran polvareda del suelo. Intentó levantarse con un último esfuerzo pero en ese momento una garrapata saltó sobre su cuello y sorbió su última gota de sangre.
Los organizadores se despojaron de sus colmillos postizos, remataron a estacazo limpio a los desmayados concursantes y los enterraron en una fosa común. Luego celebraron una fiesta por todo lo alto donde no faltó el cordero y los diez litros de zumo de tomate con su pellizco de orégano y su diente de ajo.
En la fosa común, el Conde intenta arrancarse del cuello, con la punta de la uña de su meñique, la garrapata que guarda en su interior algunas gotas de sangre.
Más debilitada aún que él mismo, en brazos tuvo que llevar a su última víctima hasta el granero donde se celebraba el concurso. Comenzaron con un rock and roll y los vampiros más jóvenes se lucieron lanzando por encima de sus cabezas a las vampirillas y recogiéndolas desfallecidas entre sus brazos. Luego vino el vals, el cha-cha-cha, el tango y la salsa y ahí se emplearon a fondo los más maduritos moviendo las caderas, los pies y la cintura con gran desparpajo, haciendo dobles tirabuzones en el aire y aterrizando sobre las puntas de sus zapatos. El Conde sonrió para sus adentros. Se movía lo indispensable él, arrastrando en pasitos cortos el cuerpo de ella. Fueron cayendo una tras otro sobre la improvisada pista de baile hasta quedar dos parejas, apuntalada ella sobre los pies de él, agarrada la otra con los colmillos al hombro del segundo. Se desplomó la pareja rival y quedaron en mitad del granero el Conde y su última víctima. La música paró y los organizadores formaron un corro a su alrededor y esperaron a que se le aflojaran las piernas a ella. Después empujaron al conde que cayó a plomo arrancando una gran polvareda del suelo. Intentó levantarse con un último esfuerzo pero en ese momento una garrapata saltó sobre su cuello y sorbió su última gota de sangre.
Los organizadores se despojaron de sus colmillos postizos, remataron a estacazo limpio a los desmayados concursantes y los enterraron en una fosa común. Luego celebraron una fiesta por todo lo alto donde no faltó el cordero y los diez litros de zumo de tomate con su pellizco de orégano y su diente de ajo.
En la fosa común, el Conde intenta arrancarse del cuello, con la punta de la uña de su meñique, la garrapata que guarda en su interior algunas gotas de sangre.