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Tomada de la red. |
Noche cerrada. Noche sin
luna. Boca de lobo que hiere sin daga ni bala. Entra la humedad al hueso y se
queda ahí. Tirita el miedo de puro miedo. Jasira protege su barriga con la
manta que tejió durante la espera. Suena y resuena en la memoria su corta vida.
Todos
los días recorría kilómetros para recoger agua y leña. Ordeñaba la cabra,
amasaba el teff para las injeras. Traía el estiércol. Cuidaba de sus hermanos
pequeños y recorría las vías del tren en busca de escoria. A veces se sentaba a
la puerta de la choza y, si el cansancio no la vencía, era una niña que jugaba
con una muñequilla hecha con harapos y cuerdas. Se pinchaba el dedo y con su
sangre le dibujaba una gran sonrisa. Sonríe y la sonrisa se le congela en mueca.
Entonces era feliz. Luego vinieron las guerras. Las violaciones. El terror. El
mar mece la patera. Son demasiados dentro. Jasira no tiene miedo. Lo dejó en las
chozas quemadas, en los llantos de niños, en los golpes de machetes que
mutilaban y mataban, en las fronteras, en cada camino, en los pies llagados, en
el hambre que masticaba cualquier cosa. La dieron por muerta como a toda su
familia, pero decidió vivir. Ahora todo eso forma parte de una pesadilla. Ahora
viene el dulce sueño. Nota las primeras contracciones. Espera un poco, susurra
a la vida que lleva dentro. ¿No ves las luces a lo lejos? Pronto llegaremos, aguanta
que ya estamos. En el otro lado de la barca, acaban de echar por la borda el
cadáver de Ashanti. Aún falta mucho para alcanzar la costa.