Se puede decir que somos
los últimos de una estirpe. En concreto la tuya, Bicho, nació y morirá contigo.
Mejor. La de mi familia viene de lejos.
No toda está recogida en fotografías y legajos. Una vergüenza a nada que eches
la vista atrás. Guerras, saqueos, quebrantahuesos terrenales para exprimir las
entrañas de este planeta que reverbera y duele verlo ahora de tan bonito y sano
como está. ¡Qué culpa vas a tener tú de lo que pasó! No
te me pongas de morros. Yo te acepto igual, ya lo sabes. Aquella lava blanca y
sedienta la trajimos nosotros. Se arrastraba por la tierra reseca, entraba en
sus grietas, buscaba vida. Agua. ¡Ja!, agua. Se pagaba a precio de oro. Y aquel
ejército se colaba por las rendijas de nuestras puertas, encontraba los
aljibes, los pozos y los veneros y los secaba. Más de un pellejo humano vi
tirado en el suelo sin sustancia alguna, pues hasta la sangre llegaron a
beberse. Los jóvenes, Bicho, ellos, que llevaban tiempo encerrados día y noche
buscando soluciones a nuestros problemas, se organizaron y pulverizaron la
invasión con manguerazos de una sustancia corrosiva. Muy corrosiva, sí, lo sé
Bicho. Pero tú te salvaste; en realidad fue cosa mía. Verte escurrir debajo de
la puerta casi me mata de un infarto. Me preparaba para arrearte un escobazo
cuando te plantaste delante de mí, temblando como un copo de nieve a punto de
desprenderse del alero de la casa un día de Navidad, y no pude liquidarte. Pero
eso ya lo sabes. Como sabes también que he compartido contigo todo lo bueno y
malo de esta vida. Oculto, eso sí, porque una no sabía si mis amigas, que
venían a casa a jugar todos los jueves al cinquillo y a merendar chocolate con
churros, lo entenderían. Tenía que esconderte en el sótano hasta que se iban.
Has conocido la Tierra renacida en todo su esplendor. El cielo soleado, el gris
y negro con sus aguaceros y sus tormentas; los castaños dorados, las petunias
en el jardín… ¿Te acuerdas cuando te dio por comer setas venenosas? Casi te
mueres. Pero, hijo, eres tan tóxico que ni eso te mató. Hemos sido felices los
dos a nuestra manera ¿verdad, Bicho? No
te me pongas sentimental ahora. Nos queda poco tiempo para desperdiciarlo en
llantos. ¿O no? ¿Por qué me miras así? Yo tengo noventa años. Tú… ¡Pero qué
tonta! Tú no tienes edad. Siempre te veo igual. No has degenerado nada de nada.
¡Con lo bien que te he cuidado, mira qué lustroso estás! O sea que yo me voy y
tú te quedas. ¿Cómo que no? ¡Ah, de ninguna manera te voy a meter en ese
líquido desintegrador! Que no quieres vivir sin mí, que a ver quién te cuidará
cuando yo no esté. Seguro que tú solo te las arreglarás de maravilla. ¡Bueno,
bueno!, déjate de mimos. Haz lo que te dé la gana. Que sí, que yo también te
quiero, Bicho.
7/12/19
1/12/19
MÍO, TUYO, SUYO, NUESTRO, VUESTRO PLANETA
Yo
iba y volvía del trabajo boqueando un poco como pez fuera del agua. Agua
tratada. Agua con filtraciones. Yo seguía mi vida, como si aquel dolor de la
Tierra que aullaba auxilio no importara. Pasaba a diario por la puerta de la
organización ecologista, tan bonita decorada con naturaleza y cielo azul sin
mácula, y ni me fijaba.
Contra
todo pronóstico, me quedé embarazada. Y todo cambió. ¡Fue tan difícil sacar
adelante a mi niño en un cuerpo tan envenenado! Nació mi niño.
Nació y ya era bastante. Horas y horas de lucha hasta que me lo pusieron en el
regazo. Nació mi niño. Se abrió paso entre la espesura y la sangre de un parto
difícil. El pequeño ser que mamó contaminación. Aquella que nos decían que
nunca iba a llegar, pero llegó. Él
decidió nacer. Y lo hizo. Con sus limitaciones. Ahora no paso de largo por la
puerta de naturaleza limpia. Entro con mi hijo, siempre con él, y participo.
Poco a poco, vamos construyendo un hermoso relato que consiga convencer y
convertir nuestra lucha en una fuerza imparable por la recuperación de nuestro planeta.
26/11/19
PROHIBICIONES. FINALISTA RETOS LITERARIOS G PUNTO. RNE
El río inquietaba a las madres y nos gustaba a las
hijas. Burlamos la vigilancia. Chicas y chicos, entre juncos, chapoteos y
risas, nos dimos nuestros primeros besos con sabor a tortilla de patata y
gaseosa. Caía la noche y me quedé con mi novio, rezagada. Se me olvidó cómo
llegar e improvisé el camino de vuelta a casa. Pero me perdí. Después nacería
mi hija Laura.
Para escuchar el microrrelato clicad aquí. Minuto 5:34.
19/10/19
DENTRO. FINALISTA RETOS LITERARIOS G PUNTO RNE.
Querida niña:
De aquellos palitos de
piernas y brazos; de los terrores nocturnos que creíste que nunca acabarían; de
la tristeza en los atardeceres rojos (la virgen está planchando) de los
domingos… de todo eso, nada queda. Queda el camino por desbrozar; la ilusión de
nuevos retos; los deseos por cumplir; los amigos por conocer; los amores por
descubrir. Y tú, siempre dentro de mí.
Escuchar aquí.
A partir del minuto 6:22.
7/10/19
EN EL PATIO
Hay un momento
en el que la colina del repetidor se traga el sol y el aire hiere con su luz
espesa. Las golondrinas cruzan el cielo estirado en azul ceniza y se aquietan
en la raspa de la antena del televisor. Enfrente, el muro de adobe con los
huecos cegados de cemento, y entre el canalón, una be estirada de cielo que
vivirá el tiempo que tarden las voces del otro lado, en levantar una nueva
casa.
Y justo cuando
la tarde está más prieta que nunca, tanto que casi te impide respirar,
achatándose la luz entre las copas de los chaparros de la loma, Lucas suelta un
gruñido y salta al muro que toca la parra y allí se queda, al acecho, vigilando
la salamanquesa que se esconde entre las tejas del lavadero. Le digo que esta
vez se quedó chasqueado y que venga a mí y deje de hacer el gato sanguinario,
pero no me obedece y baja cuando ya la noche comienza en el patio. Se estira en
el cemento, donde estaba el gallinero, y yo sigo atenta al cambio del violeta
al azul del cielo, espiando las primeras estrellas que me llaman desde quién
sabe qué galaxias. Entonces suenan las patas en una carrera corta, golpean la
cal del muro, que brilla con la primera luna, y luego viene él con la
salamanquesa entre las fauces, la deja cerca de la orza, donde se queda un
momento quieta, después inicia un movimiento rápido hacia la pared, que Lucas
aborta de un zarpazo y la devuelve al suelo, malherida, él al lado, moviendo el
rabo, observando su trofeo, luego se levanta, la coge con la boca y la traslada
cerca del lavadero, la suelta, la salamanquesa se arrastra unos centímetros,
desiste, la cola se retuerce a un lado. Lucas se echa encima, mira la sombra de otro felino sobre el tejado, se
levanta, golpea el cuerpo con las patas de un lado a otro, confirmando su
muerte, y luego la abandona por grande, si fuera pequeñita se la habría comido.
Me quedo inmóvil, esperando a que un poco de aire mueva las hojas de la parra,
desviando la mirada hacia los guiños de un avión y los puntos blancos
estrellándose en la lejanía, pero vuelve a la masa aquietada sobre el cemento.
Del otro lado del muro, llega el entrechocar de los platos y el rumor de voces
que irán subiendo hasta gritarse órdenes mientras la noche se llena de olor a
pimientos fritos. Me levanto, cojo la pala de un rojo descolorido por muchos
soles y levanto el cuerpo destrozado de la salamanquesa. La dejo a un lado,
hago un agujero, la echo dentro y mientras la cubro de tierra, me viene a la
cabeza el trocito de vida de Lillian Hellman enterrando a la tortuga ante la
burla de Dashiell Hammett. El cazador viene silencioso, se levanta sobre las
patas traseras y asoma su hocico.
13/9/19
EL MEJOR VIAJE
He viajado. Aún viajo. Escucho Angola de África
Lisanga, y la tarde llamea en colores vivos y danzas sensuales entre
plantaciones de caña de azúcar. Pero ninguno como aquél que tantas veces repetí
cuando era niña, durante el silencio sagrado de la siesta, en el patio de mi
casa. En bragas y descalza, acuclillada ante una cubeta de aluminio llena de
agua, con una pluma negra de gallo y otra gris de gallina flotando en la
superficie sobre una hoja de parra. El Capitán Trueno y Sígrid se embarcaban en
una nueva aventura en el Amazonas. Serpientes culebreando en el río. Selva de
árboles frondosos, lianas y pájaros exóticos. Las guerreras amazonas y mi mano
guiando a los héroes en su lucha por rescatar a algún niño o mujer a punto de
ser sacrificado en el altar de un templo azteca oculto por la exuberante vegetación. Y a eso de las cinco
de la tarde, el olor intenso del café saliendo a borbotones, la voz del locutor
en la radio, la llamada de mi madre. Final del viaje.
27/8/19
DENTRO
Tomada de la red. |
Había
sido una noche dura en el centro de Madrid. Los del GRUME trajeron a una romaní al Centro de Menores. Tendría
alrededor de dieciséis años. Los educadores de la noche se hicieron cargo y,
siguiendo el protocolo de aislamiento, la llevaron al Nido: un par de
habitaciones con cuatro camas, un baño y una salita. Le retiraron el móvil,
recogieron sus pertenencias y le proporcionaron un pijama de la ropa comunitaria. Al
día siguiente, cuando Nuria fue a llevarle el desayuno, encontró su cuerpo, aún
caliente, con un golpe en la cabeza.
Después
del levantamiento del cadáver y el lógico revuelo de chicos y chicas, la vida
retomó su pulso habitual en el Centro.
Durante
el recreo del día siguiente, el guardia jurado rumano que admiraba al Empalador,
se acercó a mi banco.
— Chica
mala—sentenció.— Nadie la reclama. A nadie interesa una investigación.
— Chica
mala—corroboré.
La ñeta había comenzado una pelea con la latín king.
Un día de estos, una de ellas amanecería destripada.
EN MIS MANOS
Tomada de la red |
A pesar de la cara
machacada por los golpes y la sangre borboteando como un geiser de la herida de
la cabeza, lo reconocí al instante. Estaba siendo una noche agotadora tras lo
ocurrido durante aquel concierto; todos estábamos exhaustos. Así las cosas, el
protocolo era mero papel mojado a esa hora lindante con el amanecer, cuando la
riada humana se había cortado dándonos una tregua. Miré hacia el pasillo:
parecía la piel muerta de una culebra. Ni un alma. Algunos estarían recostados
en cualquier rincón, otros moverían el palito de plástico blanco dentro de un
brebaje negro que simulaba café. En el cielo se aclaraba poco a poco la línea
cortada de los edificios. Escuché los ronquidos de la agonía. Lo dejé morir. Luego
empujé la camilla por Urgencias. Crimen fue lo que hizo aquel desalmado con mi
niña.
19/7/19
CUIDADOS. FINALISTA DEL 9º CONCURSO DE RELATOS BREVES DIARI DE TERRASSA
Tomada de la red |
La mejor. Como tú,
ninguna. Y mira las manos, pequeñas y delicadas. Una caricia cuando pasas la
toallita por el culito de nuestro bebé. Dejas unas gotas de leche del biberón
sobre tu muñeca y la finura de tu piel sabe cuál es la temperatura adecuada
para la boquita que espera como un polluelo a que su mamá lo alimente. Utilizas
la cadencia adecuada con la que debes darle golpecitos en la espalda para que
expulse los gases. Mueves su cuna siguiendo el ritmo de la nana que le cantas
para que se duerma. Tus manos, Graciela, tus manos. No hay otras que huelan, ni
tranquilicen igual a nuestro hijo. Eres imprescindible. Lo sabes de sobra, las
mamás tenéis ese talento. Sin embargo sigues vistiéndote con tus mejores ropas,
las que más te gustan. Escucha lo que te digo: Yo no lo haré igual que tú, no
estoy preparado para esto. Tengo las manos grandes. Soy torpe. No salgas esta
tarde. Ya tendrás tiempo de cine, o a donde sea que vayas a ir con tus amigas.
Cuando crezca un poco…¡No lo hagas! No me dejes con la palabra en la boca, ni
me des con la puerta… en las narices.
21/6/19
EN CASA. SELECCIONADO EN EL CONCURSO DE RELATOS SOBRE ABOGADOS DEL MES DE MAYO
Tomada de la red |
Te lo dije, te dije que
me pasaba a la competencia. Mejores condiciones laborales en el nuevo bufete de
abogados. Pero no quisiste creerme. Decías que no daba la talla.
Me asignaron aquel caso tan importante y fue mi gran victoria. No lo supiste
encajar y, a mi pesar, tuve que dejar nuestra casa. A bocajarro, así me
abordaste, a la salida del ambulatorio, mientras me ocupaba de contener con un
algodón la sangre tras la extracción para un análisis. Comunicar conmigo a
través de mensajes al móvil, era imposible. Te los escupía, dijiste. Ahora
afirmas que estoy en casa. Pero aquí no puedo ni rebullirme, mezclada con todas
aquellas brillantes colegas desaparecidas. Sí, claro, reconozco la repisa de la
chimenea sobre la que nos tienes metidas en esta urna, adornando el salón, pero
esto no es vida. O muerte. Lo que sea, Alberto, lo que sea.
Etiquetas:
Relatos seleccionados,
Relatos sobre abogados
18/6/19
AYÓÓ’Ó’Ó’NÍ (AMOR). FINALISTA DEL VI CONCURSO DE RELATOS BREVES DE CORNELLÁ
Querida señora
Smith:
Por
si caí en el olvido, me presentaré. Mi nombre es Chester y soy navajo. Vivo en
una reserva y regento una tienda donde vendo las joyas que fabrico. La tarde
del 19 de agosto del año 1980 entretenía mi tiempo observando, desde el quicio
de mi negocio, la polvareda que levantaban los niños con sus juegos, cuando la
vi en medio de un grupo de turistas. Brillaba su risa. De su melena brotaban
llamaradas rojas. Los brazos, las manos y los dedos, en movimiento continuo,
eran alas de colibrí que anunciaban la llegada inminente de mi nuevo Tótem:
usted.
Mi tribu nunca quiso guerras, sino
amor y paz, señora. Así me lo transmitió mi abuelo, Ojo de Coyote. Sin embargo,
y a pesar de haber perdido nuestras tierras, la historia no siempre nos hace
justicia, describiéndonos como salvajes sin corazón. Me gusta el trabajo
artesanal. Es mi pasión. Desde pequeño. Me he ganado el pan con mis manos. Y creo
poseer buenas cualidades para que se me acepte y quiera. Pero nací tímido. De
nada sirvieron los remedios caseros de mis mayores. No hubo hierbas, ni rueda
de medicina que cambiara esto. Entenderá entonces que mi boca quedara sellada
ante su cercana y perturbadora presencia. Usted se paró delante de mí y arrugó
su nariz en un mohín de enfado. ¿Me va a dejar pasar o no?, me preguntó sin
entender que lo que me mantenía varado en la entrada era el temblor de unas
piernas recias y fuertes, herencia de mis antepasados, pero que ante usted se
convertían en mantequilla de cacahuete. Viéndola de cerca era más bonita aún
que de lejos. Tenía la piel blanca como leche de cabra manchada con unas pecas
encantadoras, y de su cuerpo emanaba una mezcla de jazmines y esencias que
transpiraban los poros de su piel. Me hechizó. Quizás no lo comprenda, pero aún
sigo hechizado. No hay día ni noche que no me acompañe en mi andadura por este
mundo.
Conseguí hacerme a un lado y usted
entró en mi tienda. Lo miró todo y todo le maravillaba. Parece mentira, decía.
Parece mentira, repetía con el rostro arrebolado. Con las barbaridades que cometieron
y las cosas tan bonitas que hacen ahora, murmuró como para sí, pero, señora, yo
tengo el oído, al igual que el olfato y otros sentidos, muy desarrollado.
Herencia familiar también. Y la escuché. Me habría gustado contarle que el
pueblo navajo contribuyó con cientos de codificadores a que los aliados ganaran
la Segunda Guerra Mundial y se restableciera la paz. Me habría gustado decirle
que al pueblo navajo le gusta cultivar la tierra y cazar para comer, que así
vivían hasta que vinieron a echarlos y desposeerlos de sus pertenencias. No
pude entonces, pero ahora sí puedo.
Se encaprichó con un collar de plata
y turquesas en el que yo estaba trabajando y me ofrecí a enviarlo a su
domicilio cuando estuviera terminado, sin cargo adicional alguno. Le pareció caro y quiso entrar en el regateo
que siempre desprecié. Ahí sí estuve decidido. No lo acepté. Simplemente acaté lo
que estuviera dispuesta a darme, que fue poco, señora, pues apenas alcanzaba
para el material, pero ¡qué le iba a negar yo a usted! No debe extrañarse,
pues, de que hoy reciba esta carta en su domicilio, en el que espero que siga
viviendo, ya que, después de tantos años, aún conservo sus señas.
Ha llegado el momento, después de
muchas lunas y soles, de que sepa de mis sentimientos. He seguido sus logros y trabajos en revistas y
otras publicaciones y, no hace mucho, la vi en televisión recibiendo un premio
por su labor como diseñadora de joyas. Llevaba mi collar puesto y eso me hizo abrigar
la esperanza de que tal vez yo le importe algo, de que no se haya olvidado de
mí, pues al lado de sus creaciones, las mías son meras baratijas. Me sentí
dichoso. He de confesarle que también necesité la ayuda de un buen amigo para
decidirme a dar este paso. Durante nuestros paseos me ha convencido, en esta
hora de inicio del crepúsculo de mi vida, de que se lo debía a usted, que sería
malo, cuando mi espíritu se separe de mi cuerpo, ir cargado con este peso. La
quiero, señora, y habría sido un hombre afortunado si el sentimiento hubiera
sido mutuo. Aún tengo esperanzas de que pueda llegar a serlo. Yo estoy
dispuesto a abandonar mi hogar para ir a donde usted me diga. Tal es mi amor,
tal mi anhelo.
A partir de ahora, cada día
comprobaré el correo, mañana y tarde, a la espera de su ansiada contestación,
hasta el final de mis días.
Con amor: Chester
2/6/19
ES LEYENDA. SELECCIONADO EL MES DE ABRIL EN EL CONCURSO DE RELATOS SOBRE ABOGADOS
Tomada de la red. |
Doña Carmen, fiscal muy eficiente, acababa de ver cómo los responsables de
apalear a una vagabunda se habían ido de rositas por falta de pruebas. «¡Esto
lo arreglo yo!», dijo para sus adentros la mujer de la limpieza, aceptando el desafío.
Salió a la calle y preguntó
por una cabina telefónica al señor de la Once. «Tire derecho por esta calle,
tuerza luego a la izquierda, y cuando llegue a una plaza con una fuente con
amorcillo que mea pis artificial, pregunte». Demasiado lío para la transformación.
Pidió al hombre que se echara a un lado y entró y salió del kiosco en un
pispás. Subida a un banco, tomó impulso y voló con su capa morada ondeando al
viento. Ni callejero, ni nada, con su súper visión localizaría a los
malhechores y les daría un escarmiento, como a los acosadores de metro. Por algo la llamaban la feminista justiciera.
Etiquetas:
Relatos seleccionados,
Relatos sobre abogados
13/5/19
PREPARADOS, LISTOS, ¡YA!
Tomada de la red |
Aquella noche soñé con
islas, cocoteros, daikiris, música discotequera y cuerpos morenos retozando
conmigo en la arena. Me levanté más temprano de lo habitual y muy excitado.
Ducha rápida y doble vuelta de llave en la cerradura de la puerta.
Llegué con tiempo. Una muchedumbre impaciente esperaba, algunos
pegados al cristal como moscas. Abrieron a la hora en punto y entramos en tromba,
atropellándonos los unos a los otros, a la caza de nuestro codiciado tesoro. Braceé
entre violetas, rojos y morados hasta arribar a palmeras verdes y cimbreantes, cielos y mares sin
nubes que mancillaran los azules diferentes. La cogí por los hombros y la
levanté a la altura de mis ojos. Vista así, de cerca, no era tan maravillosa
aquella camisa caribeña que anunciaban rebajada en el catálogo que me dejó mi querido
Borja.
2/5/19
MÁS ALLÁ DE LAS FRONTERAS
A
menudo hacemos las maletas. Abrimos el armario y escogemos cuidadosamente lo
imprescindible. No debe faltar la ropa
ligera de verano. Tampoco la rebeca y la chambra de entretiempo. No olvidar la
pelliza, los chaquetones de buen paño, las bufandas, los calcetines y los
guantes tejidos al amor de la lumbre. Para el calzado, las chanclas y las
katiuskas. Y no dejarnos las cajitas para las especias y los baúles para las
sedas. El viaje es largo y pasaremos por mares y océanos, cabos y golfos, amén
de países diferentes. Unos con sus brotes de primavera. Otros envueltos en
arenas tórridas de verano. Muchos con el otoño boqueando mantos de hojas
doradas. Y no pocos, hibernando bajo la nieve.
Dejamos para el final la maleta chica
con los patucos, saquitos, sonajeros, chupetes, baberos, manguitos y flotadores
infantiles. Porque, aunque los médicos dicen que no puede ser, nosotros no
perdemos la esperanza.
Al atardecer, cuando ya está todo
dispuesto, vamos a la ventana, la abrimos para que entre el olor intenso del
heno y escuchemos el mugido de las vacas en los establos. Así permanecemos
hasta que la noche se cierra en el campo. Luego deshacemos el equipaje con
mimo, dejándolo todo bien guardado para la próxima vez; quizás entonces estemos
preparados para la gran aventura. Después bajamos a la cocina y hacemos la cena
para irnos temprano a descansar. Tenemos una responsabilidad. Debemos
levantarnos al amanecer, con los demás trabajadores, migar pan en café y coger
fuerzas. Las reses son numerosas y hay
que ordeñarlas y tenerlo todo hecho antes de que vengan los camiones, con sus
grandes cubas metálicas, a recoger la leche de nuestras vaquerías. Alimentará a
muchos niños, algunos más allá de nuestras fronteras. Y aunque sea solo un poquito,
también serán nuestro hijos.
20/3/19
EL LA, LA, LA
Tomada de la red |
A finales de los años
sesenta, mi vida se centraba en cuatro actividades principales: desollarme las
rodillas durante las numerosas caídas en las calles sin asfaltar de mi pueblo,
participar en «Radio Chupete», concurso de canto que organizaba con mis amigas
en un rincón de la fachada de mi casa y hostigar a mi madre para que
transformara una y otra vez mis vestidos, faldas y pantalones en otros modelos
más a la moda. También registraba los arcones y si sacaba, por ejemplo, una capa forrada de terciopelo
con la intención de hacerme una falda, ahí estaba mi abuela con su dosis de mala leche para cortar en seco
cualquier intento de reciclar su ropa, la del abuelo o el fruto de alguna
herencia, como era el caso de los mantones de Manila. Y la última y más
importante: ver completa la retransmisión del Festival de Eurovisión.
El Festival de Eurovisión se celebraba una vez al año y era
cita obligada plantarse frente al televisor de quien lo tuviera, pues no todas
las familias podían permitirse comprarse uno. Había que auto-invitarse para ir
de gorroneo a la salita de una vecina de confianza y ocupar sitio frente al aparato.
Los hombres no asistían a aquel acontecimiento; volvían del campo o del bar,
cenaban y se iban temprano a la cama. Tenían suerte porque de nada servían las
indirectas de la dueña de la casa, cansada a veces de ver la televisión y con
ganas de retirarse, de allí no nos movíamos hasta que finalizaba el evento.
El
6 de abril del 1968 tuvo lugar en el Royal Albert Hall de Londres la gala del
Festival de Eurovisión. Ganó una jovencísima Massiel con
su La, la, la. Todas le perdonamos que se moviera un poco como un robot, dadas
las circunstancias. Aquello fue el acontecimiento del año. Salió en el NO-DO
como un hito histórico nacional.
El
La, la, la llenó las calles de mi pueblo, las casas, los comercios, el negocio
del zapatero remendón, el del carpintero, la vaquería, los campos…¡Me cago en
la leche!, se quejaba algún hombre, ¡ya se me ha pegao el canto ese!
Naturalmente,
enseguida pensé en cambiar una prenda. En esta ocasión me costó convencer a mi
madre pues se trataba de un vestido nuevo, pero insistí tanto que acabó
cediendo. En lugar de flores, la tela era de pata de gallo grande en colores
rosas y verdes, pero mi madre le cosió una tira blanca con ondulaciones y quedó
bastante aparente. El día del reestreno, mi abuela se plantó delante de mí en
jarras y, con ese guiño de ojo que la caracterizaba cuando iba a soltar una
maldad, me dijo: «¡Mira tú la risión de la Massiel de pacotilla!». Se me
cayeron los palos del sombrajo.
Tardaría
poco tiempo en abandonar para siempre las transformaciones, « Radio Chupete» y
las carreras con aterrizaje en el suelo, para centrarme en conseguir ropa nueva
que me hiciera parecer mayor para poder colarme en el salón del Café Español
donde lo mismo se bailaba suelto que agarrado.
19/3/19
ATOCHA
Tomada de la red |
Conocí a Dolores González
Ruiz durante los últimos años del franquismo. Al ser enlace sindical me expedientaron
por hacer una huelga junto a otras compañeras. Fui al despacho de abogados
laboralistas para solicitar ayuda en el juicio que habría de celebrarse. No me
defendió ella, pero compartía espacio con el abogado que se ocupó de mi caso, y
la fuerza y seguridad de esta mujer me impresionaron.
El
24 de enero de 1977, a las 22:30 h, un grupo de pistoleros fascistas asesinaron
a Javier Sauquillo, Enrique Valdelvira, Serafín Holgado, Luis Javier Benavides
y Ángel Rodríguez Leal. A pesar de
sobrevivir a la matanza, a Dolores González Ruiz también la asesinaron esa
noche de alguna manera. Era una persona
muy especial y las personas especiales anidan para siempre en la memoria.
10/3/19
LA CULPA
Todos los veranos, mi mujer le pregunta a su madre si quiere irse al pueblo o venirse
a la playa. Ella responde: «Yo, lo que vosotros digáis». Nos acompaña siempre.
Podríamos arreglarnos con unas toallas en la arena, pero dice que necesita
ciertas comodidades porque es vieja. Un día la oí llamarme desde el agua y me
hice el sordo durante unos segundos, aunque después corrí a socorrerla. Desde
entonces, le coloco el parasol y la hamaca, le pongo la nevera a mano, y le
extiendo el bronceador. Luego me doy un baño y me tumbo en la arena. Ella
espera, y cuando me estoy quedando dormido, me llama para que cambie de
posición la tumbona.
RENOVACIÓN
Tomada de la red. |
Hoy toca. La he escuchado
esta mañana cantar su canción favorita. Un horror para los oídos, pero, en fin,
a ella le gusta. Hoy toca. Ha cambiado el desayuno habitual por tostadas con
mantequilla y mermelada. Y lo entiendo. Todos los días lo mismo, cansa. Darse
un capricho, de cuando en cuando, le viene bien. Ahora, eso de meterse en el
baño y tirarse horas y horas dentro, con la puerta cerrada y dale que dale al
canto… Antes solo teníamos uno y había un problema: que yo no podía usarlo.
Pero ella le encontró solución enseguida. Le robó un trocito de espacio a mi
despacho y allí mandó hacer un aseo. Todo menos abrir la puerta en esos días.
Quiere intimidad, dice.
Conforme avanza la mañana, los cánticos se hacen más
melodiosos, una untuosidad de miel que entra y derrite cualquier esquina de
acero en mi interior. Me pongo tierno y lloro. Voy a la cocina, me anudo el
delantal del gallo a la cintura, saco costillas, pimientos, cebolla, ajos y
alcachofas, patatas, aceite y pimentón, y hago un guiso en la olla. De vez en
cuando, una lágrima se añade al rehogado. Y mientras se cuece todo, me sirvo
una copa de vino y unas aceitunas, voy a la terraza y me siento a esperar.
Hasta allí sigue llegando la voz, cada vez más dulce, más cristalina.
A mediodía cesa el canto. Voy hacia el pasillo y espío la
salida del cuarto de baño. En unos minutos se abre la puerta y sale ella con la
cabeza coronada por rizos borrachos de
sol y una sonrisa resplandeciente en los labios. Su piel luce cual bronce
bruñido. Me embobo mirándola. Se vuelve hacia mí y me pregunta qué hay de
comida. Está hambrienta, dice. Yo le detallo el menú. Le gusta todo, todo menos
pescado. Una vez asé una lubina y se enfadó mucho conmigo.
Después de comer vamos a la cama y retozamos con gusto
como unos chavales que acaban de descubrirse. Es un placer acariciar su piel
suave y cálida como la de un bebé. Sin límite de tiempo. Ya iré luego. Ya
recogeré todas las escamas que quedaron igual que un manto plateado dentro de
la bañera.
6/3/19
PURGA. FINALISTA DEL CONCURSO DE MICRORRELATOS DEL MES DE ENERO DE LAMICROBIBLIOTECA
Es su niño. Su creación.
No quiere exagerar, pero, si no es perfecto, roza la perfección. ¡Le da tanta
pena! Se le rompe el corazón. Lo acaricia una vez más, antes de echarlo al
fuego. Crepitan las llamas purificadoras que iluminan la noche eterna, oscura
como boca de lobo. Todos tienen que sacrificarse. Y él quiere formar parte del
orden social que se avecina. Ellos están a las puertas con nuevos
pogromos. Los libros primero, después ya dirán.
17/2/19
LA OSCURIDAD
Tomada de la red. |
Tu
sonrisa.
El
placer de tu mirada.
Radiante
y feliz
como
niño con zapatos nuevos.
Anochecía
violeta.
Entre
telas estampadas
de
amor recién estrenado.
Gallinita
clueca por adulación de gallo.
Deseos
cumplidos entre almohadas de plumas.
«Sillita de oro para el moro y silla de oropel
para su mujer».
Del
embeleso al beso.
Del
beso al cansancio,
Del
cansancio a la trágala.
¡Me
gusta tanto el morado!, decías, fascinado.
Y
pasaste del foulard, el vestido y los zapatos,
al
mapa de mi cuerpo.
Los
tequieros tatuados se los tragaron las arrugas de mi piel.
Vejez
adelantada con pronóstico de muerte súbita.
Y
entonces aquel Ocho M en el vagón de metro
con
sus letras enlazadas.
«Somos
la voz de las que no tienen voz ».
1/2/19
FLOR DE UN DÍA
Tomada de la red. |
Llora el gran ojo.
Sufrimiento
a raudales.
Pena
infinita.
Cesa
un latido.
Sangran
los corazones.
Agua
que arrasa.
Mi
niña chica,
te
fuiste de mi vera.
Llamador
de ángeles.
Entre
muñecas.
Jugando
al escondite,
nos
encontramos.
Ríe
la luna,
reflejada
en el agua.
Juega
el nenúfar.
Lágrima
seca.
La
infancia robada,
pide
justicia.
Aceite
virgen,
adereza
comidas,
atiza
el amor.
Rocas
hambrientas.
Agonía
de flores,
sin
la simiente.
En
la memoria.
Amores
de verano,
se
quedan siempre.
Un
pataleo,
agitando
los mares,
remueve
el mundo.
6/1/19
REGALO DE NAVIDAD
Tomada de la red |
Una vez más, pulverizó
una lluvia de gotas perfumadas sobre la tira de cartulina. La sacudió, sujetándola
con delicadeza entre los dedos índice y pulgar de su mano derecha,
rematados en uñas azules con estrellitas plateadas, y se la dio a oler a la clienta.
Porque a ella ya, ni olfato le quedaba. Saturada la pituitaria con tanto
derroche de perfumes. La señora abrió las aletas de la nariz y dijo no. A ver
esa que tiene ahí, la del frasco con forma de corazón, pidió. Lara levantó el
pie derecho en posición de garza durante unos segundos, luego combinó el
movimiento con el izquierdo. A unos minutos de finalizar la jornada de trabajo,
el cansancio eran hormigas que daban bocaditos y amenazaban con calambres en
sus piernas. Nochevieja, y su jefa la había dejado sola. También Nuria. La
primera sin dar explicaciones porque para eso era la que pagaba. La segunda con
la excusa de una gastroenteritis. A otra con ese cuento. Seguro que había
aprovechado para ir a la peluquería, a teñirse el pelo de ese rojo horrible de
todos los años y a hacerse la manicura. Como si lo viera. Consultó el reloj.
Nada, no le quedaba nada para echar el cierre. Se le estaba haciendo eterno el
paso del tiempo. La señora, después de rechazar el perfume Amor a primera vista
porque, según ella era muy cabezón con tanta especia, pidió unas muestras que
Lara, naturalmente, no le dio. Era la típica caradura que nunca compraba.
Después de que la señora abandonara el local con el belfo
en posición de enfado y soberbia, mascullando palabras contra la falta de
profesionalidad de las jóvenes de hoy en
día, se hizo un silencio reparador en la perfumería. Lara consultó el reloj:
hora de cerrar. Echó el pestillo a la puerta de cristal y pasó a la trastienda.
Cambió los zapatos de tacón por las deportivas. El alivio fue inmediato. Se
puso el abrigo y el pañolón alrededor del cuello, colgó el bolso de su hombro derecho y la bolsa con el
calzado del izquierdo y salió. Después de echar el cierre se quedó unos
segundos parada en la acera. Si cruzaba la calle podría correr por el sendero bordeado
de pinos hasta llegar a casa. Una hora, más o menos. Merecía la pena el
esfuerzo, se dijo, y cumplir con el propósito que se hizo unos meses atrás,
cuando la dejó Víctor, para relajarse.
El
frío se volvió más intenso. Lara calentó las manos con su aliento. Comenzaron a
caer algunos hilachos de nieve. Le vinieron a la cabeza la sopa de almendras y la
ternera wellington que todas las navidades preparaban sus padres. Mejor dejaba el deporte para otro día con la
compañía habitual de Nuria. Anduvo hacia la parada de autobús. Unos jóvenes
reían bajo la marquesina.
Oculto
detrás de un árbol, el depredador se consumía en la inutilidad de la espera.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)