20/2/10

Para mi momo querida, que cumple un año más de vida para seguir disfrutando de su amistad.

CAFÉ Y PALMERA DE CHOCOLATE


Siete de la mañana. Suena el despertador. Comienza a clarear el día. Se levanta y se ducha. Camiseta, chándal, calcetines gruesos, deportivas, chaleco de lana, anorak, bufanda y gorro. Llaves y unas monedas en el monedero, dentro del bolsillo izquierdo. Algunas más, bailando en el derecho. Siete y media de la mañana. La calle guarda la humedad de la noche. Huele a lluvia. Levanta la cabeza. Cierra los ojos. Respira hondo. El sol, bajo la línea de los edificios, desdibuja las terrazas de luz pálida. Avanza por el paseo. Se cruza con Diego que ha sacado al perro como todos los días. Se detiene un momento y lo acaricia. El padre octogenario regaña a su hijo discapacitado. Dos palomas picotean cerca de la pizzería. A lo lejos ve levantarse un pequeño bulto de un banco. Sonríe. Entra en la cafetería y pide un café bien tirado, de los que a ella le gustan. Se sienta en un taburete y abre el periódico. Resbalan los titulares ante sus ojos, como gelatina entre los dedos, sin retener una sola noticia, atenta a la puerta. Ocho de la mañana. Un soplo de aire frío la avisa. Se acomoda mejor. Mete la mano derecha en el bolsillo del anorak y deja la cremallera abierta. Da un sorbo al café. Oculta la cabeza entre las hojas del periódico mientras siente el calor en su costado. Sonríe. Espera y se vuelve a tiempo de verlo cerrar la puerta tras de sí. Termina el café, mete la mano en el bolsillo de la derecha, comprueba. Busca en el bolsillo de la izquierda el monedero. Paga y vuelve a la calle con el periódico debajo del brazo. Sentado en el banco, al lado de los cartones, él da grandes mordiscos a su palmera de chocolate, sujetándola fuerte con su mano derecha, pequeña y sucia. Sus miradas se cruzan cuando ella pasa a su lado. Se detiene ante el portal, saca la llave y la introduce en la cerradura. Antes de perderse en el interior, vuelve la cabeza y lo ve estirar los brazos hacia arriba, desperezándose, satisfecho, lleno de vida.

18/2/10


LA FAMILIA

“Por cierto, ¿hoy es domingo?”. María se toma su tiempo. Pasa el camisón por los brazos en alto de Encarna antes de contestarle.
- No, cariño, aún no.
- Entonces ¿qué día es hoy?
- Hoy es viernes.
- Estoy perdiendo la cabeza.
- No, cariño, te confundes porque aquí todos los días son iguales- la tranquiliza María mientras la ayuda a meterse en la cama.
- Gracias, hija.
Cuando María sale del cuarto, Encarna abre el cajón de la mesilla, saca un almanaque y un bolígrafo, tacha la fecha en rojo y escribe al lado: Sin visitas.


EL SÉPTIMO DÍA

"Por cierto, ¿hoy es domingo, día de descanso?", dijo con un tonito que no me gustó. Me había despertado con el ruido del aspirador; luego quemó mis tostadas; más adelante me pasó la fregona por las zapatillas. Y por último aquella pregunta estúpida. La miré de arriba abajo. Estaba patética con el pañuelo anudado a la cabeza, el delantal de volantes y el trapo en la mano. “¿Acaso me ves trabajando?”, le dije, impaciente, antes de abrir el periódico por la sección de deportes. Y al poco escuché el portazo. No tiene adónde ir; volverá enseguida, seguro. ¿Alguna voluntaria para prepararme la cena mientras tanto?

11/2/10

ESLABONES ROTOS


CAMPEÓN

“¡Acelera!”, me grita al pasar por su lado. Como cuando yo tenía diez años. Él levantaba el capó y ordenaba: “¡Acelera!”, y yo pisaba el pedal. Todos colaborábamos en el negocio familiar. “!Acelera!”. Llevo una vuelta de ventaja, ¿por qué sigue gritando? El taller mecánico, la grasa y la bayeta, esos fueron mis amigos. Corría para desentumecerme cuando él echaba el cierre, hasta caer agotado. “¡Acelera!”. ¡Otra vez!. Su mujer, su taller, sus coches, su hijo... ¡su carrera!. Me detengo, me doblo, pongo las manos sobre las rodillas, y dejo pasar. El ganador levanta los brazos al cruzar la meta.


ESOS ANGELITOS

"¡Acelera, señor conductor!". Le iba a estallar la cabeza. “¡Hazlos callar”, ordenó al copiloto.
- ¡Callaos de una vez!.
- Se han enfadado- dijo el pequeño Tomás.
- Será por el moco en el pantalón- apuntó Dani, el pelirrojo.
- El vómito en los zapatos- opinó Verónica, la rubia.
- O el chicle en el pelo- sugirió Luis, el pecoso.
- ¡Cantémosles una canción- dijo Marta, la larguirucha.
- Un elefante, se balanceaba...- corearon todos.
El hombre aparcó el vehículo. Antes de largarse, advirtió a su compañero:
- Si planeas otro secuestro de autobús escolar, ni se te ocurra llamarme.


ADRENALINA

“¡Acelera!”, grita una voz interior. Piso el acelerador, sorteando coches que chillan, desesperados, como ratas histéricas. Guiñan sus ojos, se echan a un lado. Piso a fondo. Chirridos de frenos. Golpes que dejo atrás hasta la salida. Paro en el arcén. Me cambio la camisa empapada. Paso el peine por mi pelo, luego conduzco despacio a casa. Mi hijo juega en su cuarto. Tristán dormita en la alfombra del salón. Mi mujer está sentada frente al televisor. “Un nuevo muerto en la carretera de la Coruña, víctima del conductor suicida”. Me da un beso y añade: “Hay cada loco ahí afuera”.

5/2/10

ALGUNOS ESLABONES ROTOS










CELESTINA EN EL JARDÍN DEL EDÉN

“Aquí vinimos a descansar, a tumbarnos a la bartola. No pienso ganar el pan con el sudor de mi frente”, respondió él. El olvido de las gafas para ver el futuro, había sido un error fatal. “¿Y tú qué dices?”, le preguntó a ella. “Conmigo no cuentes, no pariré a ningún hijo con dolor”. Estaba visto que tampoco iba a colaborar. A no ser... “¿Y con la epidural?”, siseó a su oído. “¿No te gustaría jugar con un querubín?”, la tentó. “¡Pero míralo, tan abúlico!. No podrá”, se quejó ella. “Dale esta pastilla azul con el jugo de frutas, y ya verás cómo funcionará”.

EL BALNEARIO

Aquí vinimos a descansar. Paseos por la playa, baños termales, mascarillas de barro, comida sana, masajes, algún pasodoble en el salón de baile... conversaciones relajadas, manteles blancos de esquinas ondeadas por la brisa del mar, colores suaves... Podían encajar hasta los guiños y notitas. Pero mira lo que has conseguido en un momento: gritos, carreras, y el mantel perdido de sangre. Que quisieras marcharte con una carcamal como tú, bueno, pero comprenderás Roberto que no iba a consentir que te largaras con la cartilla donde están los ahorros de toda una vida.

VACACIONES

Aquí vinimos a descansar. Hace años íbamos a la playa: Virginia, la niña y yo. Nos hartábamos de sol y agua y volvíamos negros y relajados. Cuando la niña se casó y se fue a vivir a una ciudad costera, comenzamos a pasar las vacaciones en su apartamento. El binomio suegros-yerno nos devolvía a casa más cansados. Después vino la nieta y ahora el nieto. Escapamos de noche, sin avisar, tras diez días de infierno. Virginia se ha encerrado en su despacho. Yo en el mío. Cada uno repantingado en su sillón, con las persianas echadas, el aire acondicionado puesto y los teléfonos desconectados.