28/2/15

VENTANIANOS EN LA MEMORIA



Primer encuentro en El Toboso 2004

Una vez más me cuelo en el blog de Lola para dar rienda suelta a los recuerdos. (Soy Juan Leante, no tengo Facebook, y en mi blog hay mucha carbonilla) 
Ahora que el tiempo ha ido borrando desencuentros pasados, me resulta oportuno evaluar, lo que fue el comienzo de una gran ilusión aderezada de momentos inolvidables entre personas amantes de la escritura. Servidor, que no ha pasado de ser el acompañante de Lola, descubrió que más allá de compartir una afición, estaba el hecho de conocer gente diferente, gente con la que enriquecerse escuchando a cada uno sus más alocadas aspiraciones. Y me alegro de volver a saludar a todos los que formasteis parte de este grupo llamado Ventanianos y al que siempre guardaré un gran afecto y cariño.
Sí, aquello fue único e inolvidable, pues como todo lo que nos acerca a las personas hace que el entorno que nos rodea cambie, porque la amistad y el buen rollo nos hace mejores, nos ayuda a salir del ensimismamiento y el egoísmo.
Os deseo a todos (alguno nos dejó por desgracia para siempre) que volváis a confluir y retomar lo que no fue acabado.
Un fuerte abrazo para todos: los que estuvieron, y los que no pudiendo estar se hicieron presentes.



Conservo vuestra dedicatoria del primer encuentro en  El Toboso
Este reportaje tiene dos encuentros: uno en El Monasterio de Piedra, maravillosamente preparado por el maestro de ceremonias Julián al que siempre recordaremos por su gran gentileza, y otro en Sobrarbe con los amigos de la Máquina de Escribir. En este último la asistencia fue menor, eso sí, las fotos son mejores, ya tenía una cámara digital. En las primeras siento su poca calidad pues son foto de foto y la verdad pierden bastante. Un día de estos compraré un escaner.

MONASTERIO DE PIEDRA 2004
Presentaciones, coloquio y lecturas



Lola haciendo entrega de un detalle personal 



Julián, nuestro gran anfitrión en todos los encuentros (Duele no tenerte ya entre nosotros)



Un lujo de comida y comedor


Visita al monasterio




El paseo por las cascadas fue el remate de un gran día






SOBRARBE Y LA MÁQUINA DE ESCRIBIR

Maravillosa acogida
la que nos brindaron nuestros amigos de La Máquina de Escribir en este pueblo tan encantador. Vaya mi saludo a todos ellos.





Ana, a la que admiro por sus gran corazón y simpatía 


Lecturas en la rádio







¡QUE NUNCA SE PIERDA LA ILUSIÓN POR COMPARTIR!

MICRORRELATO GANADOR Y FINALISTAS DE WONDERLAND

Tomada de la red.



EL MUNDO EN MIS MANOS


Si yo quisiera. Observo el parque desde el balcón. Ernesto, el niño del quinto se arrima a Reina, la señora del tercero, sentada en un banco, ajena a los dedos que hurgan en su bolso. Más allá, María, la hija de Rosaura la beata, da vueltas y vueltas en la pista de patinaje. La falda se infla como paracaídas y los chicos pueden ver sus braguitas rosas. Roberto, el respetado anciano del primero, saca caramelos del bolsillo y los ofrece a los gemelos Julián y Jesús, del segundo, mientras acaricia sus muslos. Si yo quisiera. Pero de momento no quiero.

Si queréis escuchar el relato y los comentarios de Rosa y Jordi, a partir del minuto 33, clicad aquí

 
RAZONAMIENTO



Un cementerio de zapatos, sí. Porque uno imagina los pies que estuvieron dentro y fueron abatidos por una desgracia. Un campo de exterminio, por ejemplo. Allí se apilaban como bocas aplastadas, sucios, destrozados, agonizantes, mientras una nube espesa elevaba al cielo a sus dueños. Así que, cuando yo veo una fotografía de zapatos, más aún, cuando veo unos zapatos infantiles pero con hechura de hombre, me tiembla el ánimo. No va usted a comparar, señor miembro de la Real Academia de la Lengua, esta visión espeluznante con la de desechar silente por pedante, e hirsuto porque suena como una bofetada.





CADENA


Un desperdicio. Un sinsentido. Una vida sesgada a lo tonto, señora. Pero la niña tuvo la culpa. Que la televisión come la cabeza a las chicas, de acuerdo. Que hay que ver cuánto esqueleto por las pasarelas. También. Que a los chicos de hoy les gustan los huesos, vale. A mí no tiene que convencerme. Me gustan las curvas. Soy de otra época. Pero si su hija se compró una faja varias tallas menos y acabó asfixiada entre sus ballenas, no puedo acusar de asesinato a la dependienta. ¡Y deje el régimen de una vez que tiene cara de anémica!



23/2/15

YO

Fotografía tomada de la red.





A mi cuña querida. A ella, y sus años sabios.

Amanece un día sin sol. El cielo, cubierto de ceniza, amenaza lluvia. Acodada en la barandilla del balcón, aspira la humedad del riego, apenas media hora antes, en el Paseo. Román regaña a su perro Torky. No te alejes o te pongo la correa, le dice. Y él cabriolea a su alrededor, contento de su espacio en libertad. Libertad, aunque no sepamos a veces qué hacer con ella, piensa. Pero libertad a fin de cuentas, concluye antes de volver a la habitación y prepararse para salir.
     Mientras se toma un café con leche, hojea un libro de reciente salida al mercado. Mete la nariz entre sus páginas y huele la tinta, tan reciente su marca en el papel que aún brilla fresca. Pero hoy no ha ido allí a comprar libros, por mucho que la llamen. Deja la taza vacía, devuelve el volumen a su lugar en el anaquel y busca en la papelería. Las libretas se alinean en montoncitos de colores sobre un mueble gris metálico. Se decide por una de tono tostado. En la portada tiene un recuadro en negro. Dentro puede escribir su nombre. Dentro pueden ir las palabras que den cuenta de qué te puedes encontrar en su interior. O nada. Será su decisión.
     Cubiletes morados, rojos, verdes, azules y amarillos le ofrecen un abanico de lápices, plumas y bolígrafos. Elige uno azul cobalto. Presiona la bola. Hace una raya en la palma de su mano. Elige una pluma verde musgo. Traza otra raya al lado de la que hizo con el bolígrafo. La tinta palpita viva en su piel.
     Con la compra dentro de una bolsa acharolada, moteada de corazones pequeños, sube al autobús que la lleva de vuelta a casa. Durante el trayecto, comienza la lluvia; al principio cae tímida, luego las nubes se abren en un aguacero. Al llegar a su parada, chapotea en los charcos que ya se están formando. Abriría los brazos, dejaría que el agua corriera por su cara, que le empapara el pelo, pero teme un catarro; aligera el paso hasta llegar al portal.
      Una ducha, ropa cómoda y se sienta frente a su escritorio. Elige el bolígrafo, mañana será la pluma. Abre la libreta por la primera hoja y escribe:
      Querida yo:
      Sé que te he tenido algo abandonada. Una desidia que habría podido acabar en desastre. Porque dime cómo podría haber vivido sin ti. O contigo como una sombra, lejos de la luz que nos hace brillar en plenitud. El quererse no es algo que deba darse por sentado; hay que cuidarlo con mimo diario para que la duda no entre como carcoma y corroa nuestros cimientos. ¡Qué sería yo sin amor! Un cascarón, algo vacío de sustancia. Porque es ese cariño a una misma lo que hace que la piel tenga color, que los labios sepan a agua dulce cuando pasas la lengua, que las manos se muevan ligeras y reconozcan la suavidad del pelo, cada rincón del cuerpo.
     Hoy he decidido escribir esta carta, a la que se sumarán, día a día, otras, para que quede constancia de que, a pesar de haberte vuelto la espalda en ocasiones, aturdida por voces que no eran la mía, yo te quiero.