Tomada de la red |
A pesar de la cara
machacada por los golpes y la sangre borboteando como un geiser de la herida de
la cabeza, lo reconocí al instante. Estaba siendo una noche agotadora tras lo
ocurrido durante aquel concierto; todos estábamos exhaustos. Así las cosas, el
protocolo era mero papel mojado a esa hora lindante con el amanecer, cuando la
riada humana se había cortado dándonos una tregua. Miré hacia el pasillo:
parecía la piel muerta de una culebra. Ni un alma. Algunos estarían recostados
en cualquier rincón, otros moverían el palito de plástico blanco dentro de un
brebaje negro que simulaba café. En el cielo se aclaraba poco a poco la línea
cortada de los edificios. Escuché los ronquidos de la agonía. Lo dejé morir. Luego
empujé la camilla por Urgencias. Crimen fue lo que hizo aquel desalmado con mi
niña.
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