Yo
iba y volvía del trabajo boqueando un poco como pez fuera del agua. Agua
tratada. Agua con filtraciones. Yo seguía mi vida, como si aquel dolor de la
Tierra que aullaba auxilio no importara. Pasaba a diario por la puerta de la
organización ecologista, tan bonita decorada con naturaleza y cielo azul sin
mácula, y ni me fijaba.
Contra
todo pronóstico, me quedé embarazada. Y todo cambió. ¡Fue tan difícil sacar
adelante a mi niño en un cuerpo tan envenenado! Nació mi niño.
Nació y ya era bastante. Horas y horas de lucha hasta que me lo pusieron en el
regazo. Nació mi niño. Se abrió paso entre la espesura y la sangre de un parto
difícil. El pequeño ser que mamó contaminación. Aquella que nos decían que
nunca iba a llegar, pero llegó. Él
decidió nacer. Y lo hizo. Con sus limitaciones. Ahora no paso de largo por la
puerta de naturaleza limpia. Entro con mi hijo, siempre con él, y participo.
Poco a poco, vamos construyendo un hermoso relato que consiga convencer y
convertir nuestra lucha en una fuerza imparable por la recuperación de nuestro planeta.
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