22/8/17

TANTOS Y TAN QUERIDOS MANZANOS


Tomada de la red.



Después de enterrar el cadáver a la sombra del manzano, se tumbó en la cama y estuvo durmiendo de un tirón toda la tarde. Cuando despertó la luz aún no se había retirado del todo y había una algarabía de pájaros en los frutales. Salió al huerto y los intentó espantar con palmadas. Alzaban el vuelo y volvían una y otra vez a posarse en sus ramas. Acabarían echando a perder las manzanas, con sus picos acerados, que ya comenzaban a llenar el aire caliente de aroma dulzón, pensó Alicia. Y durante un segundo la tristeza le ganó el ánimo. Si aún estuviera Santiago, se le ocurriría qué hacer, pero el verano había acabado. Abrió la llave de paso y dirigió el chorro de agua de la manguera a las copas de todos los manzanos.  Un alboroto de alas remontando el vuelo se perdió en el cielo con los últimos rayos que agonizaban detrás de la torre de la iglesia. Cerró el riego y se detuvo al lado de la tierra removida y esponjosa. Apretadas, coloristas, pasionales y vivas, jalonadas de risas, le llegaron las imágenes de su último amorío. Se agachó y palmeó la humedad marrón con las dos manos. Estarás bien ahí, Santiago, dijo bajito, antes de retirarse a prepararse un sándwich para la cena.
            Su primer amor se llamaba Andrés. Le dejó el sabor agridulce de un verano de mieles y rosas que comenzó a agriarse un otoño de hieles y cardos y acabó en hiedra y cactus al final del invierno. Se saldó con el afortunado accidente con el pico de la mesa del comedor. A él se le quedó una sonrisa bonita. Ella evitó el papeleo dándole tierra debajo de su primer manzano. Con el segundo, de nombre Marcos, intentó despedirse antes de que las uvas se avinagraran. Él no lo permitió. Se apostaba al otro lado de la calle, toda la noche de vigilante de la casa. Controlaba las entradas y salidas. Increpaba a sus acompañantes, los atacaba. Lo invitó a pasar a su cocina una noche de vientecillo picón y le preparó un cóctel bien cargado. Le encantó. Y arraigó su segundo manzano.

            Se planteó dejarlo. Pero no pudo evitar enamorarse otra vez. Está en mi naturaleza, se dijo, entre confortada y con una pizca de resignación. No luchó más contra la pasión que atraía como imán a los veraneantes de aquel pueblo con encanto, de antiguos pescadores. De todos guarda recuerdos gozosos que van enriqueciendo su interior. Disfruta con sus amantes de días intensos, borrachos de amor. No desea nada más.

            Bebe un sorbo de vino, da un mordisco al sándwich. Sentada en el porche de atrás, la sorprende el colorido de un racimo de fuegos artificiales que se desparrama en el cielo, colofón de las fiestas de verano. Luego recorre con la mirada la hilera de árboles frutales. Luce bien el último manzano.

No hay comentarios: