DE HÉROES Y VILLANOS
La abuela. Exquisita con
el bastidor sobre el regazo, la aguja enhebrada entre índice y pulgar y el
meñique levantado en una curva deliciosa. Desde la cancela que da al patio
admiro la bella imagen, escucho el punzón horadando la tela, tensa y delicada
como vejiga pulida de zambomba, saboreo, aún sin llenar mi boca, la canela del
arroz con leche enfriándose en la cocina. La abuela es calma y ternura
infinitas. A no ser por ese hedor en las manos que en vano intentó eliminar con
jabón y agua. Yo huelo a capa ahumada y carne abrasada. Ella, a pólvora.
MIEDOS
Hace días que llueve sin
parar. Sirimiri que empapa la tierra. Escuchamos cómo repica arriba. «El agua
limpia, es hora de salir», ordena papá y empuja a mamá hacia la puerta. Ella
retrocede. «Ve tú», se rebela. No ocurrirá como cuando entramos. Obedientes,
sin chistar. Porque él tenía sus fuentes fidedignas, dijo. Lo sabía. Y acatamos
su decisión como cabeza de familia. Incomunicados, a fuerza de aislamiento, nos
ha dado por pensar. Mamá, Marianela y yo hablamos mucho, debatimos sobre cosas
importantes como qué hacer para conseguir el mejor tomate del mundo y los
beneficios de comerlo en abundancia en ensalada, gazpacho o salmorejo. Llegamos
a conclusiones y acuerdos y lo escribimos todo. Papel y lápiz no nos faltan de
momento. Papá no participa. Se va a un rincón, enfurruñado. Dice que nadie le
hace caso. Que él es el padre y se merece un respeto. Dice esas cosas viejas. A
veces llora. Yo creo que en el fondo, muy en el fondo, piensa que se equivocó.
Hace tiempo que nosotras creemos que no hubo una explosión nuclear y que el
aire no está envenenado. Pero hemos decidido que sea él el primero que salga y
huela su primera rosa.
TRAS LA PUERTA
Todos los vecinos
disfrutan siendo testigos de la plácida felicidad de los inquilinos del quinto.
Una pareja encantadora. Van a la compra juntos. Pasean enlazados del brazo y
saludan amables, al paso. Él le coloca bien la bufanda al cuello. Ella lo deja
hacer y sonríe con ternura.
Por la noche, cuando el
ajetreo diario de los pisos se apaga, la menor de las hijas del matrimonio del
cuarto refiere a sus padres que oye restallidos de cinturón y quejidos ahogados
por puño en boca. Ellos la escuchan, condescendientes, mientras la arropan.
Dicen que siempre tuvo mucha imaginación. También buen oído para la música.
No hay comentarios:
Publicar un comentario