Hay un alboroto de
jóvenes acercándose a la puerta. Ríen y saltan, excitados. Ella contiene el
temblor de sus manos abrazando los libros contra su pecho. Dentro bailan las
letras, se reúnen en danzas de palabras que engarzan párrafos. Las comas, los
puntos y comas, las comillas, los puntos y los puntos y aparte. Grandes
familias de relatos que guardan los conocimientos como tesoros en sus páginas.
Y los números se suman y restan, se descomponen, despejan incógnitas, dan
sentido al universo, se ordenan y desordenan. Camina despacio, aunque tiene
hambre de saber. Ganas de llegar a las aulas. Pero también de sentir sus pasos
en la mañana aún fresca, el batir de alas de algunas palomas, su zureo en el
alféizar de los ventanales, entre cornisas y estatuillas, entre escudos y
frases en latín. «Conserva celosamente tu derecho a reflexionar, porque incluso
el hecho de pensar erróneamente es mejor que no pensar en absoluto», recuerda a
Hipatia de Alejandría mientras
avanza un pie y luego el otro, amordazados en zapatos de hermano.
Pasa una mano por la
cabeza y siente las puntas como pajas pequeñas. Por un momento echa en falta su
pelo largo. Al cruzar el umbral baja la vista, los ojos húmedos por la emoción.
Y siente agradecimiento hacia su abuela, la loca bruja que le enseñó las letras
bajo las llamas del candil, que supo desde mucho antes que ella misma, que
lavar ropa en el agua helada del río, cocinar en el caldero para todos sus
hermanos, ser criada y no señora de sí misma, no era futuro para su nieta.
2 comentarios:
Mi enhorabuena! Sencillo y creativo. Que lo disfrutes. Besos.
Gracias.
Abrazos a pares y nones.
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