Era la hija
de un guardia civil que trasladaron al pueblo. En cuanto llegó, tuvo una corte de admiradores. No era
guapa pero tenía la piel suave y el vello del melocotón. El pelo y los ojos
eran muy negros y lucía, con sonrisas y carcajadas, el rojo cereza de los
labios, la lengua y las encías. Cuando no estaba la maestra, se quitaba la
blusa y se quedaba con una camiseta de tirantes bordeada por una puntilla de
encaje. Lo hacía con gracia, mostrando las pequeñas elevaciones de dos tetas
incipientes, a los chicos que se acercaban a la ventana. Leía a Corín Tellado y
decía cosas muy cursis que se derretían en el calor de su boca. Dejaba a los
chicos a cierta distancia, como si hubiera hecho una raya imaginaria, y jugaba
a calentarlos y enfriarlos alternativamente y así los mantenía, entre las
brasas y el hielo de su capricho.
Toñín vivía a las afueras del pueblo,
distanciado del hervidero de pasiones que brotaban cada primavera. Ella lo
descubrió un domingo, de guapo, sorbiendo un polo de limón sentado en un banco
de la plaza del Ayuntamiento. Pasó cerca y se dio cuenta de que él no la miró.
Volvió de la heladería, con un cucurucho de vainilla, y vio de reojo que él
observaba el vuelo de las primeras golondrinas. Se paró, dejó que el helado
resbalara hasta la blusa, manchando de amarillo un canal incipiente, y le
alargó la mano. Toñín cogió las puntas de los dedos, apenas rozándolos, luego
desvió la atención a la cigüeña que reparaba el nido que dejó la primavera
anterior en el campanario de la iglesia.
Desde aquel primer encuentro, ella lo
buscaba en el patio de la escuela y en las calles del pueblo mientras él seguía
mirando al cielo y recitando: «Cigüeña, patas de leña, pico de alambre, que
tienes a tus hijos muertos de hambre».
Una tarde de domingo entibiada por la
primera tormenta de verano, cuando él lamía su polo de limón, llegó ella
balanceando en su mano derecha una pequeña jaula dorada. Dentro, un pajarillo medía a
pasitos su celda mientras soltaba algún trino a la espesura del aire. Toñín lo
siguió con la mirada y cuando ella dobló la primera esquina y sus ojos no
alcanzaban a verlo, se levantó del banco y se fue detrás, hasta donde ella
quiso llevarlo.
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