Habría sido tu lamia
enamorada, batallando contra remolinos de agua prestos a engullirme, enfrentada
a nieblas hechiceras que intentaran nublar mi razón para olvidarme de ti, roto
el peine que quisiera enredar mi pelo entre sus púas y detenerme. Habría sido capaz
de adentrarme en los bosques de Betelú y retar al unicornio para arrebatarle el
cuerno donde ofrecerte la medicina que te sanara. Habría dejado a la puerta del
aserradero una eguzkilorea que te protegiera de las criaturas de la oscuridad
que tanto daño te hacían. Todo esto y más habría hecho por ti sin dudarlo un
segundo. Pero se quemaron los últimos brotes de la esperanza. Un incendio devorador
que provocó la cerilla de tus demonios. Ardió la casa que nunca fue un nido de
amor. Ardió el monte. Ese monte al que tú tanto apego le tenías. Al que
escapabas cada vez que te mordía la bestia canalla. Llorabas. Lo sé. A pesar de
la frondosidad del bosque, escuchaba tus sollozos. Llorabas por ti, aunque
luego decías que era por mí. Yo no estaba habitada por monstruos internos a los
que no podía desahuciar de una vez por todas. Yo era la víctima de ellos. Y a
pesar de todo, te quería. Y a pesar del desfallecimiento, siempre me levantaba
dispuesta a la lucha. No ha sido en
vano. He conseguido tu rendición. Un acto de valentía envuelto en llamas que te
honra. No pudiste cambiar lo que eras, no pudiste dejar atrás el martillo de
herrero machacando la herradura candente para amoldarla a tu pisada.
Ahora
estás, estamos, en paz. Han venido a despedirse tus hijos. Todos. Los míos y
los de las demás. Danzarán para ti antes de dejarte a la deriva, sobre la balsa
que te llevará río abajo, río abajo, hasta que se pudran las cuerdas, se separen
los troncos y te hundas y desaparezcas bajo
el agua que todo lo purifica.
2 comentarios:
Me atrevo a decir que no lo entiendo, o demasiado: No lo sé.
Aún así, me parece tan bella la expresión de este dolor, o descanso al fin, que no puedo cerrar la puerta sin decírtelo, Lola.
Me quedo con que te parezca bella la expresión de este dolor.
Entender un relato es algo periférico. Cada lector, entiende, o no, lo que le dice su lectura, que es la que vale.
Un abrazo grande querida Cora.
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