15/6/17

LA RECOLECTORA DE LLUVIA

 
Tomada de la red.
Algunos coleccionan radios antiguas, otros contadores de la luz. Ella colecciona agua de lluvia.  Desde el calabobos que escurre de una hoja de eucalipto, a la torrencial de una tormenta de verano cuando reposa en los charcos con olor a tierra removida y raíces de almendros.
       Se hizo construir un mueble de madera con celdillas donde las iba guardando en botellitas, con la puerta de cristal biselado para que el sol jugara a combinar los colores del arco iris con las diferentes aguas. Y cuando el calor se pone terco y no asoma ni una nube en el cielo y la tierra se abre en múltiples heridas, ella moja, cada noche, un dedo y deja la humedad detrás de las orejas y en el pulso de las muñecas y se duerme con una lluvia fina con olor a madreselva.
     Pasaba el tiempo recolectando y etiquetando, cuando una mañana, en plena faena, vio desde la terraza a un chico que corría huyendo de un aguacero. Y le sorprendió la idea de que sería bonito tener agua de lluvia de personas. Metió una botellita en el bolso, bajó a la calle y, con el dedo índice, recogió un reguerito que bajaba desde el pelo y corría por la cara pecosa de un niño.
    Le gustan mucho esas aguas. Espera impaciente a que llegue el otoño y la primavera para guardar unas gotas que llevó el viento a la oreja de un anciano, el mestizaje de una mujer llorando, la cortina que escurre del sombrero de un cantante canalla. Todos colaboran cuando ella les pide permiso para acercar sus dedos, una cucharilla o un bastoncillo de algodón. Todos menos el adolescente. Con él aún no lo ha conseguido. Tiene azogue en el cuerpo, no deja que nadie se le acerque, no le gusta que lo toquen. Pero ella continúa, paciente, un día tras otro, estudiando sus costumbres, siguiendo sus pasos. Ha descubierto que cuando él escucha al petirrojo, se aquieta un momento y mira hacia la hierba con la boca muy abierta como si la vida se hallara a ras de suelo. Algún día coincidirán lluvia, petirrojo y adolescente y allí estará ella para pasar la cucharilla por el hueco de la mano y recoger el agua que escurre de la sudadera, con tanta delicadeza, que  ni se enterará de lo que está pasando.

2 comentarios:

Cora dijo...

Qué belleza de texto. Que sutileza la de tu sabiduría de escritora. Qué generosidad humanidad la tuya.

Te abrazo

Lola Sanabria dijo...

Mil gracias querida Cora.
Par de besos.