En el muro, de la enredadera
que tapia arañazos y racimos de rojo desvaído, cuelgan luces y bolas rotas. Bajo
las concertinas, el muérdago invita al beso nunca dado. El musgo arropa los
pies de un pino solitario. En su corteza los nombres de Adila y Aadil se
abrazan. Es Navidad. Aún hay esperanza.
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