Sabía de sus compras de
anillos y otros abalorios, por albaranes que guardaba como trofeos. Dudó
aquella vez, cuando la denuncia de una ONG lo subió al estrado. Abogar por su
inocencia, tras ver a la niña, balbuciendo palabras en otro idioma, con
arroyuelos corriendo por su carita sucia, le costó una noche de insomnio, pero
lo superó con la lectura de la Biblia y la mordaza invisible. El pastor fue
absuelto y defendió el castigo del pecado con vehemencia desde su púlpito. No
lo comprendía, pero ella no era nadie para censurar a un hombre de Dios. Ella
era su humilde servidora. Pero hoy, cuando ha visto el cuerpo magullado de su pequeña,
no ha vacilado. Y no ha sido ella quien le ha asestado el golpe fatal en la
nuca, ha sido su Señor quien ha llamado a su vera a uno de sus hijos
descarriados.
2 comentarios:
Hágase la voluntada del Señor.
Así sea.
Besos y abrazos al por mayor.
Publicar un comentario