25/1/18

EL PETIRROJO





Tomada de la red


Seca y agria la mirada. Amarga la boca. Rasposa la piel de lagarto y pituitaria encharcada de medicamentos. Las palabras se congelaban en la lengua. Arropada por una manta familiar de calor y atenciones de amigos y médicos, nunca sola y, sin embargo qué sola. Todos tan sanos, todos tan fuertes y ella como una llama que vacilaba bajo un viento inmisericorde. Iban y volvían, sin dejarla un momento de paz. Hasta que se agotaron y tuvieron que bajar el ritmo. Porque tenían una vida.

            Lucía llevaba un tiempo quedándose sola mientras su madre trabajaba cuando escuchó un ruido en la ventana. Levantó la cabeza del libro unos instantes. Silencio. Reanudó la lectura. Enseguida la distrajo un nuevo sonido. Se levantó del sillón, limpió con la mano el vaho y miró a través del cristal. Al principio sólo veía grumos blancos desplomándose del cielo. Luego se produjo un movimiento rápido de plumas. Hacía mucho frío y sabía que no debía arriesgarse a coger un resfriado abriendo la ventana, pero lo hizo. En el alféizar había un petirrojo picoteando unos granos de arroz. Un copo de nieve le cayó como un coágulo sobre la cabeza. El petirrojo la levantó altivo.  «¿Qué haces aquí? ¿Por qué no has emigrado a un lugar más cálido como los demás?», le preguntó Lucía con una tibia sonrisa, la primera desde que el informe del oncólogo la alcanzara como un rayo. Intentó atrapar al pájaro varias veces para que entrara al calor de la casa, pero él retrocedía, aunque no se iba. Aún quedaban algunos granos. Siguió picoteando bajo un manto de agua helada que arreciaba conforme caían las horas. «Así que eres un valiente», continuó hablándole Lucía.  Cuando ya no hubo más comida, el petirrojo agitó sus alas y desapareció detrás del edificio.

            A partir de entonces Lucía dejaba semillas en el alféizar y el petirrojo venía a buscarlas. «Eres uno de esos que no se rinden nunca ¿eh?», le decía ella mientras observaba cómo se alimentaba. Una tarde le hizo una leve caricia y él no se retiró. La miró y dio unos pasitos hacia sus dedos. Picoteó dentro del cuenco de su mano. «¡Me haces cosquillas!», rio con ganas. 
         «Seré una superviviente como tú», decidió un día, poco antes de que la primavera amagara con sus brotes en los almendros del parque vecino, y el petirrojo remontara el vuelo  para no volver nunca más a visitarla.

6 comentarios:

Isabel dijo...

Siempre que paso por aquí me voy admirándote por cómo me calan tus bellas y, a veces dolorosas porque la realidad es así, sugerentes palabras, que sabes colocar tan bien.
Gracias.

Lola Sanabria dijo...

Mil gracias.
Un abrazo a lo grande.

Amilcar Barça dijo...

Veo que no solo eres una superviviente sino una rara apis que incluso gana concursos literarios. Eres como el petirrojo para los perdedores. (Yo los conozco como calinroyas)

Lola Sanabria dijo...

Me ha gustado mucho tu entrada. Gracias.
Un abrazo grande.

Juan Leante dijo...

Suscribo lo dicho por Amilcar, eres una gran superviviente. Besos.

Lola Sanabria dijo...

Mil gracias, compañero.

Abrazos a mogollón.