Tomada de la red |
Seca y agria la mirada.
Amarga la boca. Rasposa la piel de lagarto y pituitaria encharcada de
medicamentos. Las palabras se congelaban en la lengua. Arropada por una manta
familiar de calor y atenciones de amigos y médicos, nunca sola y, sin embargo
qué sola. Todos tan sanos, todos tan fuertes y ella como una llama que vacilaba
bajo un viento inmisericorde. Iban y volvían, sin dejarla un momento de paz.
Hasta que se agotaron y tuvieron que bajar el ritmo. Porque tenían una vida.
Lucía llevaba un tiempo quedándose sola mientras su madre
trabajaba cuando escuchó un ruido en la ventana. Levantó la cabeza del libro
unos instantes. Silencio. Reanudó la lectura. Enseguida la distrajo un nuevo
sonido. Se levantó del sillón, limpió con la mano el vaho y miró a través del
cristal. Al principio sólo veía grumos blancos desplomándose del cielo. Luego
se produjo un movimiento rápido de plumas. Hacía mucho frío y sabía que no
debía arriesgarse a coger un resfriado abriendo la ventana, pero lo hizo. En el
alféizar había un petirrojo picoteando unos granos de arroz. Un copo de nieve
le cayó como un coágulo sobre la cabeza. El petirrojo la levantó altivo. «¿Qué haces aquí? ¿Por qué no has emigrado a
un lugar más cálido como los demás?», le preguntó Lucía con una tibia sonrisa,
la primera desde que el informe del oncólogo la alcanzara como un rayo. Intentó
atrapar al pájaro varias veces para que entrara al calor de la casa, pero él
retrocedía, aunque no se iba. Aún quedaban algunos granos. Siguió picoteando
bajo un manto de agua helada que arreciaba conforme caían las horas. «Así que
eres un valiente», continuó hablándole Lucía. Cuando ya no hubo más comida, el petirrojo agitó
sus alas y desapareció detrás del edificio.
A partir de entonces Lucía dejaba semillas en el alféizar
y el petirrojo venía a buscarlas. «Eres uno de esos que no se rinden nunca ¿eh?»,
le decía ella mientras observaba cómo se alimentaba. Una tarde le hizo una leve
caricia y él no se retiró. La miró y dio unos pasitos hacia sus dedos. Picoteó
dentro del cuenco de su mano. «¡Me haces cosquillas!», rio con ganas.
«Seré una superviviente como tú», decidió un día, poco antes de que la primavera amagara con sus brotes en los almendros del parque vecino, y el petirrojo remontara el vuelo para no volver nunca más a visitarla.
«Seré una superviviente como tú», decidió un día, poco antes de que la primavera amagara con sus brotes en los almendros del parque vecino, y el petirrojo remontara el vuelo para no volver nunca más a visitarla.
6 comentarios:
Siempre que paso por aquí me voy admirándote por cómo me calan tus bellas y, a veces dolorosas porque la realidad es así, sugerentes palabras, que sabes colocar tan bien.
Gracias.
Mil gracias.
Un abrazo a lo grande.
Veo que no solo eres una superviviente sino una rara apis que incluso gana concursos literarios. Eres como el petirrojo para los perdedores. (Yo los conozco como calinroyas)
Me ha gustado mucho tu entrada. Gracias.
Un abrazo grande.
Suscribo lo dicho por Amilcar, eres una gran superviviente. Besos.
Mil gracias, compañero.
Abrazos a mogollón.
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