Son las tres de la madrugada y no
consigo dormir. Me levanto de la cama. Marco con el sudor de mis manos el
cristal y veo a través de la ventana el frío asolado de la calle. El silencio
del sueño habita las torres vecinas. Me vuelvo hacia las sábanas revueltas.
Cierro los ojos y te imagino en tu lado, con la respiración acompasada,
durmiendo. Los abro y me golpea tu ausencia.
Te imagino arriba y abajo, acompañando tus
pasos el latido bronco de la sala de máquinas. Y siento el hueco helado de la
soledad, como la debes de sentir tú. Sin embargo, casi podemos tocarnos en ese
lugar sin distancias donde se aúna el
deseo. Deseo de tomarnos el café y la tostada en la cocina, mientras vemos cómo
la vida se despereza en el patio de la casa de abajo, y el calor de la mañana
seca y airea la ropa, cogida a la cuerda con pinzas de colores vivos como
nuestro amor, y nosotros hablamos de cualquier cosa. Tú te levantas de la silla
y me peinas con los dedos mientras preguntas: ¿Te acuerdas? Y yo digo que cómo
iba a olvidar el día, la hora, el minuto, el instante mismo en que comenzó
nuestra aventura en común. Luego cada
uno va a sus tareas. Un beso, un roce, un mira esto o lo otro, en el pasillo o
en el comedor; estamos al alcance de la mano. Pero no esta noche, como tantas
otras, en las que el calor de tu cuerpo no me arrulla.
Regreso a la cama. Cojo de la mesilla el
teléfono móvil y escribo un mensaje. Cuarenta años. Millones de abrazos y
besos. Pero no doy a enviar porque recuerdo que estás fuera de cobertura. Me
giro hacia tu lado y abrazo la almohada. Te habrás cansado de pasear y estarás
sentado con los brazos enlazados bajo la nunca, mirando al techo. ¿En qué
piensas con tantas horas por delante?, te pregunto. Y tú respondes que en mí.
Así estamos conectados en esta noche eterna que no quiere irse con la claridad
de un nuevo día que te traería a mi
lado. Hundo con el puño la almohada, allí donde debería reposar tu cabeza y
acerco mi cara. Huele a ti. En el reloj de la vecina dan las cinco. Vuelvo a
levantarme y voy al ordenador. Abro mi correo y te escribo esta carta que guardo para que te llegue el día de nuestro aniversario.
La
negritud se estira y entre la urdimbre se filtran unas partículas de luz.
Pronto estarás de camino a casa. Me voy a dormir.
2 comentarios:
Tan natural, tan verdadero y tan tierno, después de tanto tiempo. Como siempre, es un placer pasar por tu espacio.
Besicos muchos.
Muchas gracias, mi niña. El placer es mío.
Abrazos cargados de sol.
Publicar un comentario