6/11/12

EL ENGANCHE (Concurso de Relato Breve Doctor Zarco)

Tomada de la red.



El sudor le cae sobre los párpados, nublándole la visión. Saca el pañuelo del bolsillo. Arrugado, áspero. Ya nada es como antes. Ni de poner suavizante se acuerda Toñi. Lo pasa por los ojos y después  vuelve a guardarlo en el bolsillo del pantalón. Entre las cejas, ahí quiere darle en cuanto deje de moverse. Tiene buena puntería. Un buen tirador lo entrenó. Claro que le costó unas cuantas invitaciones. “¡Hombre, Paco!, a mí la cerveza así, a palo seco, no me cae bien. Que traigan unas gambas o unos tacos de jamón para acompañarla”. Un jeta su amigo Germán. Pero le había compensado. Varios meses matando ratas en el vertedero, agujereando cervezas y Coca Colas a la orilla del río y había conseguido que errara muy pocas veces. Pero Germán tenía sus principios, eso dijo. No le iba a prestar el arma reglamentaria.
     -  Es para hacerle una demostración a Toñi. Te la devuelvo el lunes.
     -  ¡No me jodas, Paco! De ninguna manera te dejo la pistola.
      - ¡Venga, hombre! Si sólo es para el domingo por la mañana. Mira, si quieres, te la acerco a tu casa por la tarde.
     - No insistas. Del arma no me separo yo ni para mear. Fue lo primero que me enseñaron en el Cuerpo, a cuidar de ella como si fuera mi polla.
- Nadie se va a enterar. Sólo unos tiritos a unas latas de cerveza para impresionar a Toñi, y te la llevo a mediodía.
-  Me la juego. Si pasa algo, me la juego. Y no estoy dispuesto a que me expulsen del Cuerpo por una tontería. Te la dejo para que des unos tiritos, pero no le quito yo el ojo  de encima a mi pistola por nada del mundo.
     No hubo manera de convencerlo y tuvo que andar de trapicheos con “El Chota”, un tipo que se había ganado a pulso el apodo. Le importaba una mierda para qué la quería. Vendía armas a cualquiera que tuviera dinero para pagarle. Tampoco se hacía responsable de los fallos. Decían que el mal estado de una escopeta le costó varios dedos de la mano derecha al “Trancas”, cuando estalló el cañón al disparar al aire con la intención de amedrentar a los clientes del banco que intentaba atracar.
     Muy buena, dijo “El Chota”, lo mejor que tengo. Vio el interés en los ojos de Paco y le sacó todo el dinero que tenía ahorrado para las vacaciones.
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     Paco vuelve a enjugarse  el sudor con el pañuelo. Sigue los desplazamientos de la cabeza desde una distancia que él considera prudencial. En cuanto pare, le dispara entre las cejas. Está decidido. Acaricia el gatillo. Tiene el pulso firme. Es el calor, ese bochorno que se ha metido en la casa después de la tormenta, lo que le hace sudar. Antes le asustaban los truenos a Toñi, pero ahora no le tiene miedo a los rayos. Ni a nada de lo que antes la amedrentaba. Tira el pañuelo sobre una silla y desvía un momento la atención para mirarlo. Ni siquiera la humedad ha suavizado las arrugas de la tela.
     Toñi era muy cumplidora. Él siempre tenía su ropa limpia y planchada, la cena hecha, los cacharros fregados y la cocina recogida. Pero se ha vuelto descuidada. Todas las noches se apilan en el fregadero platos, sartenes,  cacerolas, vasos y cubiertos, y en más de una ocasión no ha encontrado en el armario una camisa que ponerse. Todo por un tipo cochambroso, con barba de varios días y drogadicto.
     Eso de engancharse con una serie, una telenovela, un programa del corazón, le había ocurrido otras veces, y no le impidió seguir con sus obligaciones,  pero fue descubrir al cojo y dejarlo todo para dedicarse en cuerpo y alma a la serie. No se perdía ni un episodio de aquel culebrón hospitalario donde un malas pulgas se atiborraba de pastillas y trataba a bastonazos a sus colaboradores y peor a sus pacientes.
     - ¡Vamos a la cama, Toñi!-, le decía Paco. Y ella iba detrás, como una corderita.
     Aquellos sí que eran buenos tiempos. ¡Lo que le relajaba a él echar un polvo antes de dormirse! Claro que Toñi quería algo más. “Un abrazo por lo menos. Que tú enseguida acabas y ¡hale!, te das la vuelta”. Y él le daba un achuchón para que se quedara más tranquila. Pero cuando comenzó a ver la serie, él le decía venga vamos a la cama y ella le contestaba ve tú  delante que ahora te sigo. Al principio la esperaba, pero pasaban las horas y ella no aparecía, así que después de dar muchas vueltas y enredarse y desenredarse en las sábanas, se dormía de puro agotamiento. Y cuando se levantaba, más cansado que cuando se acostó,  tenía que preparar la cafetera y las tostadas porque Toñi ya no le dejaba el desayuno dispuesto sobre la mesa de la cocina.
     Creyó que era una buena idea y le regaló un DVD. “Toma, para que  grabes al tipo ese de los cojones y puedas verlo cuando quieras”, le dijo. Y ella le dio las gracias, un beso y un polvo rápido antes de la cena, que a él le abrió el apetito y le dio nuevas esperanzas.
     - Me tienes que enseñar cómo se graba-, dijo ella nada más calentar la lasaña.
     - ¡Joder Toñi, lasaña! Sabes que no me gusta.
     - No seas  gruñón. Es que no he tenido tiempo para hacer otra cosa, pero mañana, por éstas- y besaba el pulgar cruzado con el índice- que te hago unos calamares en su tinta.
     Le enseñó y ella aprendió rápido. Pronto tuvo una colección de cds. Pero eso no hizo que dejara al doctor  para irse  a la cama con Paco, como él esperaba. Al contrario, pasaba más tiempo pegada al televisor, viendo una y otra vez todos los capítulos que tenía grabados. “Ya tienes tiempo mañana”, le decía él. Y ella contestaba: “Ve tú delante que ahora voy”.
     Paco comenzó a sufrir insomnio. Y para no quedarse en la cama dando vueltas, decidió aliarse al enemigo y fue a sentarse al sofá con Toñi.
     - Ese no tiene ni idea- decía ella muy segura mientras señalaba con el índice al doctor Foreman – La paciente no tiene cáncer, lo que tiene es una infección de caballo y la va a matar por culpa de un diagnóstico equivocado.
     Y encima le destripaba la serie adelantándole los finales. Claro que a él las correrías de la cuadrilla de batas blancas le importaban un comino. Los despreciaba a todos. Unos por babosos y lameculos, otros por repetir siempre las mismas chorradas. Listos, iban de listos con sus enfermedades fantásticas y sus curas espectaculares. Síndrome paraneoplásico, xantocromía,  esquistosomíasis,  intoxicación con ciguatera, acinetobacter baumannii, síndrome de Sjogren,  telangiectasia hemorrágica hereditaria, coagulopatía intravascular diseminada. Eso era lo que Paco escuchaba a todas horas. No hacía falta que viera la serie, Toñi se encargaba de ponerlo al corriente de los últimos nombres que se aprendía de memoria. Lo apuntaba todo en un cuaderno y luego iba a la enciclopedia médica que se compró para empaparse bien de todos los síndromes. Toñi, su Toñi, que no había leído un libro en su vida, que hasta que no se metió de lleno en los avatares hospitalarios del cojo, no podía pronunciar ácido acetilsalicílico ni sabía qué era eso. Pero lo peor fue cuando comenzó a dárselas de entendida. Si alguien se quejaba de un dolor inexplicable, enseguida iba ella y le diagnosticaba una enfermedad rara. Como cuando la señora Paquita, la vecina del quinto, se lamentó de su pérdida de memoria. “Eso tiene un nombre: Creutzfeldt-Jakob”. Y añadió que no había cura. Tuvo que pagarlo él. Se encontró con el yerno de la señora en el portal, lo agarró de la pechera, le levantó los pies del suelo y le dio un par de tortas y el encargo de que hiciera callar a su mujer.
     La última esperanza se le fue cuando, mientras ella se llenaba la cabeza de larvas, tumores y septicemias, él le metió las manos bajo el camisón y fue subiendo, palmo a palmo de piel, como un fortín conquistado, hasta llegar a las dos tetas. Y cuando ya las tenía entre sus dedos, fue ella y le dio una palmada mientras le decía: “¡Quita, Paco, no seas pesado!”. Aquello fue la última gota. La  penúltima la dejó caer en el vaso de su exasperación su jefe al señalarle una manga arrugada de la camisa. “Hay que cuidar la imagen, Paco. En esta profesión es muy importante”. Y el muy cabrón lo dijo delante de su rival más encarnizado, el que estaba deseando quitarle el puesto. Menuda cara de satisfacción se le puso. Así que el vaso rebosó con el desplante de Toñi. Miró la cara sin afeitar de aquel sarmiento con bastón y sintió un odio tan intenso que le revolvió las bilis y las tuvo que echar en una de las mayores vomitonas de su vida.

     Paco se prepara. Él ha abierto la puerta corredera. Entra y se queda un momento parado, luego coge una silla y la acerca a la cama. Se sienta y le habla al joven entubado con la arrogancia de costumbre. Ahora es el momento, se dice Paco. Le apunta entre ceja y ceja y dispara. “¡Vete al infierno, cojo de mierda!”

20 comentarios:

Elena Casero dijo...

Buenooo, al final me he tenido que reír, no lo he podido evitar, he visto la escena del Paco, con su arruga en la camisa, disparando al doctor House en pleno centro de los senos frontales.

El relato es tan bueno, tan Lola Sanabria, fijándose en esos detalles de la vida cotidiana, que lo único que puedo añadir es que me ha gustado mucho. Lo que hace el aburrimiento de la vida conyugal que hasta la tele es mejor que lo que tenemos a nuestro lado.

Muchos besos

Maite dijo...

Siempre me asombra y maravilla tu manera de contar, ese detalle y ese intimismo que consigues sacar del personaje y acercar al lector. Un gusto leer este relato, aunque se me haya metido la historia entre ceja y ceja.
Abrazos con balas de fogeo

Lola Sanabria dijo...

El tipo era más soso que un plato de nabos. ¡Donde esté House, que se quite Paco!

Abrazos con carcajada, Elena.

Lola Sanabria dijo...

Cuidado, Maite, que las armas las carga el diablo.

Abrazos muy pacíficos.

Paloma Hidalgo dijo...

Eso que te dicen por ahí es cierto, lleva tu sello, tu forma de involucrar al lector y ese toque de humor tan característico. Muy bueno Lola.

Un abrazo sonriente.

Pedro Sánchez Negreira dijo...

Bravo, Lola.

Un relato disfrutable palabra a palabra, de principio a fin. Muy en tu registro literario, aciertas de lleno en la voz de ese narrador tan pegado al sentir del pobre Paco.

Fantástico.

Aplausos sonoros y admirados.

Un abrazo,

Elysa dijo...

Jajaja, mira que estaba claro que era House, pero que me pensaba que se iba a cargar a la muchacha y no, al doctor.
Me gusta, Lola, es tan real en todo lo que muestras que hasta podría ser verdad.

Besitos

AGUS dijo...

Brutal, Lola. Es uno de esos textos tan tuyos en los que subyugas al lector desde la primera frase y no lo sueltas, en este caso, hasta el disparo final. Como dice Elena, un relato construido a través de gestos, en los que la cotidianidad adquiere caracter de epopeya. Y todo ello con ese humor salvaje, tan característico de tu escritura, y que define con precisión la condición humana. Para lo bueno y para lo malo.

Abrazos, besos.

Laura dijo...

Ay! tengo que leerlo luego ahora ¡imposible!. Volveré hoy mismo. Besos.

Lola Sanabria dijo...

Paloma, es de esos relatos con los que disfruto porque me río un montón.

El pobre Paco hacía lo que le daba la gana con la mujer hasta que la Toñi le salió respondona, Pedro.

Si hubiera pensado en cargarme a la mujer, no habría escogido el tono humorístico, Elysa.


Tú lo has dicho muy bien, Agus, un humor salvaje con detalles cotidianos.

Cuando quieras, Laura, aquí te estará esperando.

Abrazos a repartir.

Nieves dijo...

¡Qué bueno! Me enganchó en la primera línea y no me soltó hasta que respiré aliviada al final. Difícil para un pobre Paco competir con House.
Un abrazo

Mónica Ortelli dijo...

Tu cuento me hizo reír, Lola. Es muy gracioso, muy visual; está muy bien llevada la narración, mucha agilidad en el contar. Un buen momento me trajo su lectura. Gracias.
Un abrazo fuerte.

Lola Sanabria dijo...

Era un capullo, Nieves. Le estaba bien empleado.

Me alegro de que te trajera un buen momento, Mónica.

Doble de besos.

CDG dijo...

Entretenido, profundo, real, irónico...
Ay, Paco, Paco.
Muy bien narrado.
Un abrazo, Lola

Lola Sanabria dijo...

Buenos calificativos, Carlos. Muchas gracias.

Par de abrazos.

Ana dijo...

Qué bien hecho, Lola y con qué gracia nos has engañado hasta el final. Es verdad, lleva tu sello "puñetero"
Un abrazo grande,

Susana Camps dijo...

Buenísimo, Lola. Qué te voy a decir que no te hayan dicho ya. No he podido dejarlo desde la primera línea, el ritmo de las frases y la tensión que manejas tan espléndidamente son una mezcla brutal con la identificación (quién no se ha enganchado a una serie, o escuchado argumentos machistas). El pistoletazo final en el aire, casi se oye.
Abrazos

Lola Sanabria dijo...

Yo tengo una atracción fatal por los malotes, Ana.

Para espléndido, tu comentario, Susana.

Doble de abrazos.

Miguelángel Flores dijo...

Qué gozada, Lola, leerte largo y tan rico. Es tan auténtico lo que escribes. Bueno, ya me repito con eso, pero es que es verdad.

Un abrazo, Lola.

Lola Sanabria dijo...

Las repeticiones, si buenas, dos veces buenas, Miguel Ángel.

Abrazos sin virus.