En vacaciones y fiestas, pasaba la mayor parte del tiempo en la cocina de la abuela Isabel, la estancia más grande de toda la casa. Tablas y cuchillos; sartenes, cacerolas de cobre, ristras de ajos y pimientos secos, colgando del techo; saquitos de cacao, azúcar, harina y legumbres sobre las encimeras de mármol; armarios repletos de conservas y mermeladas; potes de caldos hirviendo en los fogones y dulces haciéndose en el horno. Un corazón que latía a ritmo de huevos batidos, coplas, risas y algún grito acompañando el estruendo de loza al romperse. Me gustaba el ajetreo, la mezcla de olores dulces y salados, los golpes del cuchillo en la madera, fileteando ajos y picando cebollas.
Pronto me incorporé al trajín de los guisos y los asados para familiares y jornaleros. Al principio mi abuela me mandaba para el piso de arriba a estudiar las asignaturas del curso, pero la convencí para que me dejara pasar las mañanas en la cocina, con la promesa de que dedicaría las tardes al estudio. Subía a mi habitación después de comer, abría el libro de Lengua, leía varias veces las perífrasis verbales, no me enteraba de nada, lo dejaba abierto, salía por la ventana y me iba al río a coger berros para la ensalada.
Cuando caía la tarde, volvía a la cocina donde mi abuela cuajaba tortillas de camarones, escabechaba jureles o asaba chicharros. Bajo la dirección de Julia, la vecina que nos ayudaba, yo me iniciaba en los postres. Arroz hervido en leche, con un tirabuzón de piel de limón, natillas espesando, con un palito de canela, mouse de chocolate negro, plátanos al ron o granadas con vino y azúcar.
Pero era en las vísperas de las fiestas cuando más se cocinaba. Estofar perdices, cocinar las gallinas en pepitoria, rellenar buñuelos de nata y chocolate, hacer roscos, galletas, milhojas y bayonesas con cabello ángel. Tenerlo todo listo para cuando la casa se llenara de gente. Venían mis padres, mis tíos y mis primos. Unas treinta personas. Como había mucho trabajo, Julia se quedaba a dormir en la casa y se traía a su hija Nati. A ella le gustaba remover el azúcar dentro de un cazo con la cuchara de madera, hasta conseguir caramelo líquido para los flanes. Pero lo que más le gustaba, era hundir el dedo en la cazuela donde se enfriaba el chocolate negro, sacarlo con un dedal tibio y meterlo en mi boca.
Decidí, sin saber cuándo, que sería cocinero, pasaría el resto de mi vida entre pucheros, y desnudaría con mi lengua, el dedo de Nati. Me gané a mi madre cuando me puse el delantal y cociné en casa mi primer plato de callos. A mi padre le costó más renunciar al hijo universitario, pero, entre trocitos de pan mojados en salsas, torrijas, dulce de leche y la fogosidad de las siestas con mi madre, comenzó a soñarme un gran cocinero.
20 comentarios:
Lola, para chuparse los dedos... Me recordaba a un relato que escribí "Manos con magia", en la cocina de mi tía Encarna, pero me has llevado por otros derroteros y has dibujando otra vida: la que tú querías. Consiguiendo que entre en "tu cocina" (un ejercicio más dificil de lograr cuando el lector tiene algo preconcebido).
Me ha gustado.
Saludos, Lola.
Ay, Lolilla, este relato abre el apetito, bueno los apetitos. Enhorabuena, guapa.
Bellísimo Lola, es fácil viajar a través de tus palabras a la infancia y sentir otra vez los olores y sabores de los platos que la acompañaron.
Merecido premio. ¡Felicidades!
Felicidades, Lola. Un relato muy tuyo, que se puede leer y oler. Y un homenaje velado a la tradición, al buen hacer, al fuego lento.
Abrazos, besos.
A mí también me abre el apetito una buena receta, Petra.
Gracias, Elisa, es una preparación para ir a la mesa con ganas de comérselo todo.
En mi infancia hay olores de puchero cocinándose al fuego de la chimenea. Poco más pero suficiente, Yolanda.
No me gusta el consumo rápido de cualquier cosa, sino el placer de la comida reposada, degustándola, Agus. Ahí le has dado.
Abrazos a repartir.
Qué bueno, Lola. Creo que debes ser muy buena cocinera, o al menos te sabes mucha teoría. Si lo leyera entre cientos, sabría que es tuyo. Me quedo con ese dedal de chocolate de la Nati. Enhorabuena, Hermosa.
Abrazos, Lola.
ENHORABUENA, Lola, otra vez, sin duda, no la última. Qué gran cuentista eres, maravillosa. En mi familia no hay grandes cocineras ni cocineros, pero recuerdo hasta con lágrimas en los ojos, el bullicio que se armaba en casa de mi abuela cuando hacía magdalenas, ponche o chorizos.
Cuento fresco, tierno, sabroso, dulce y cálido. Por supuesto, ganador. Un beso.
¿No te cansas de ganar? Seguro que no...
Qué placer pasearse por un universo que late a ritmo de huevos batidos, olores dulces y salados, tortillas de camarones, perdices estofadas y los pechos, ay los pechos de Nati, desnudándolos de chocolate.
¿Para cuándo una novela?
Es broma :-D
¡Qué rico!
Enhorabuena, Lola.
Besos
Lola, que gran receta es este relato gastronómico. He has trasladado al pueblo, a esas cocinas donde lo natural estaba bien vivo, no como ahora. Creo que la cocina es una pasión y un arte, que debe hacerse con vocación e ilusión, pues si no se quedan en meros experimentos.
¡Enhorabuena por el premio! A seguir cocinando con tus letras relatos como este.
Abrazos con sal y un poquito de pimienta.
Qué rico, Lola. Enhorabuena.
Enhorabuena Lola, no hay concurso que se te resista, qué relato tan sensorial, me han entrado ganas de darle un bocado. Hip. Besos.
Felicidades, Lola!!!
No me gusta cocinar, pero tu prosa magnífica me ha tentando
Beso admirado
Consigues(y en otros micros y relatos donde asoma una cocina tambien) que me entre hambre con estos textos llenos de imágenes que evocan a los otros sentidos, sobre todo el gusto, el olfato y el tacto.
Enhorabuena, que no paren los premios.
Besicos
¡Joder que racha! A mí lo de Cuenca me suena muy bien, es un premio en especies muy suculento, igual que el relato que acabo de leer.
Besos y enhorabuena.
Chicos y chicas, voy apurada de tiempo así que os mando una lluvia de besos agradecidos a todos y todas, con sabor a chocolate.
Esto no es un relato, no por favor, esto es una verdadera filigrana de sabores, un recreo para el gusto de leer lo bien escrito y de saborear un contenido que ya de antemano nos hace cómplices de ese futuro cocinero universitario en mezclas y sabores sin faltas de ortografía gastronómica y con ganas de triunfar entre fogones y desnudando dedos y lo que pueda terciarse en su futuro.
Una verdadera perla literario-gastronómica, Lola.
Hoy mi placer se multiplica.
Esa es la verdadera vocación del cocinero, triunfar en los fogones de la vida. Una delicia tu ensalada de palabras querida Cora.
Aluvión de besos.
¡Vaya banquete, Lola! Es un placer para los sentidos ¡como no va a ganar este relato! Felicidades de nuevo.
Como soy una golosa, se me da de miedo la repostería.
Besitos
A ver si quedamos y me das a probar alguno de tus dulces.
Besos de buñuelos de viento.
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