Fotografía tomada de la red. |
Marieta, mi Marieta:
No me importaba que no me quisieras, pero nunca te lo dije. Todas las noches tú mojabas de culpa la almohada compartida. Te esforzabas en que el llanto fuera silencioso para que yo no despertara con los temblores de tu cuerpo. Yo te daba la espalda, me hacía el dormido, y te dejaba a solas con tus asuntos. De él nada había que resaltar. Un tipo normal y corriente. Aunque a ti no te lo debía parecer porque recibías sus visitas a menudo. Tenía que agradecerte que lo llevaras a la habitación de invitados para tus escarceos amorosos. No me habría parecido bien que retozaras con un extraño en mi, nuestra, cama.
Pasaban los días, los meses, y todo era rutina. Hasta aquella tarde. Yo volví del trabajo a la hora de siempre y te encontré frente al espejo del baño. Tarareabas una canción mientras trazabas una raya negra bajo el ojo. Me quedé espiándote detrás de la puerta, a través de la ranura de la hoja con el marco. Te arreglabas como para ir de paseo. Y observé la pequeñez de tu oreja; el rizo indómito cimbreándose sobre la frente; un puñadito de pecas moteando el hombro derecho; la curva de tu espalda; el culo respingón; la rodilla y la pierna, huesudas; el pie de bailarina levantado sobre la puntera. Y fue como si descubriera a otra mujer. Me entró un desasosiego que no sabía cómo calmar. Volví a la entrada y allí respiré hondo antes de llamarte a voces. Tú apareciste, espléndida. Y ya no pude controlar el azogue que me hizo retirar mi mano de la tuya, cuando buscaste el roce en la mesa, los dos frente a frente, separados por los platos con lubina y guarnición. Oscilaban, bajo la luz de las velas, tu cara, tus pechos, guardianes del cauce donde una gota de vino escurría hasta el encaje del sostén que asomaba por el escote del jersey, tu mano rematada en uñas vestidas de rosa y blanco. Y yo tuve que levantarme, temblando al igual que el flan del postre, y refugiarme en un extremo del sofá, para no tenerte cerca.
Aquella noche no lloraste, y yo la pasé aguantando un deseo que no daba lugar a preguntas.
Y ahí comencé a amarte. Y ahí me vi como el canalla que había sido.
Hace tiempo de aquello. Ahora siento. Muchas veces he querido hablar contigo, pero tú me has tapado la boca con tus besos. Agua pasada no mueve molinos, dices, y yo te miro y siento un estremecimiento de temor sólo de pensar que podía haberte perdido.
Diego, tu Diego.
10 comentarios:
Lola, no descubro nada si te digo que se te da estupendamente estas figuras epistolares. Admiro que huyas del formato clásico y logres plasmar toda una historia como esta de amor.
Algunos hombres, también mujeres, no saben decir te quiero y creen que con haber conseguido a esa pareja en matrimonio es suficiente. Luego cuando la pierden y descubren la soledad es cuando se arrepienten. Que pena.
Me gustó mucho este relato.
Abrazos epistolares.
Un modo sorprendente de tratar la incomunicación... y todo lo contrario. Un salteado de interrogantes y pasión. Me gusta mucho cómo esculpes los personajes desde el silencio.
Abrazos admirados.
Y despertó...Preciosa carta de amor Lola, ainssss. Nunca es tarde dicen...
Besos desde el aire
Nicolás, cualquiera lo diría cuando dicen que soy algo cardo en cuanto a expresar mis sentimientos.
Y a mí ese esculpido de personajes del que hablas, Susana.
En este caso parece que no, Rosa.
Trío de abrazos.
Y como me gusta la manera en que a través de la carta nos muestra a los dos personajes y su relación. Es muy visual.
Besitos
La ternura vista desde un lugar al que a priori uno juzgaría imposible acercarse. Una ternura que sorprende desde el desde el otro lado del espejo: oscuramente soleada.
Impresionante, Lola!!!
Me alegro de que te haya gustado, Elysa.
La de cal y la de arena, Patricia. Así es la vida y el amor.
Besos volados.
Lola, lo de las cartas, como muchas otras cosas, lo bordas. Sin más.
saludillos admirados
Menuda declaración, Lola. Qué riqueza de detalles mientras cuentas la historia central. Precioso, como siempre, Lola.
Un abrazo y enhorabuena por la mención.
El bordado era una de mis habilidades, decía mi maestra, ranita.
Gracias, Miguel Ángel por estar siempre ahí, con tus comentarios tan elogiosos.
Par de abrazos.
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