C-47
Hace ya tiempo que aquí nadie cree en los milagros. Vamos y venimos por los caminos trillados. Todos iguales. Limpios, de blanco, con la cabeza rapada. Sin pensar en nada, sólo actuando: ahora tocamos ese botón de gelatina, ahora tragamos esta porción de alimento. Sin mirar, volvemos a nuestra pequeña celda. Los niños se estiran hacia el sol sin saber por qué ni para qué. Pero hoy he sorprendido a C-47 absorto en la parte de atrás de la colmena. Miraba con sus extraños ojos almendrados un tallo verde y espinoso. Brotó entre las grietas que causaron el último terremoto y que yo debía haber sellado. Aún hay esperanza.
Hace ya tiempo que aquí nadie cree en los milagros. Vamos y venimos por los caminos trillados. Todos iguales. Limpios, de blanco, con la cabeza rapada. Sin pensar en nada, sólo actuando: ahora tocamos ese botón de gelatina, ahora tragamos esta porción de alimento. Sin mirar, volvemos a nuestra pequeña celda. Los niños se estiran hacia el sol sin saber por qué ni para qué. Pero hoy he sorprendido a C-47 absorto en la parte de atrás de la colmena. Miraba con sus extraños ojos almendrados un tallo verde y espinoso. Brotó entre las grietas que causaron el último terremoto y que yo debía haber sellado. Aún hay esperanza.
PRUEBAS
“Hace ya tiempo que aquí nadie cree en los milagros, mucho menos en el amor”. Desenredó los hilos de las marionetas y las metió en el baúl. El padre había perdido una oreja de un mordisco del perro. El perro, una pata por culpa del cepo del hijo. Al hijo lo tenían breado las pulgas del perro. La madre vivía en una indigestión continua de pastel de boniatos. En cuanto a los abuelos: él dormía la mona ocho horas al día, mientras ella intentaba despabilarlo pinchándole con las agujas de tejer. “Prueba tú. A mí me ha sido imposible hacer algo decente con ellos”, dijo El Enviado al relevo.
PRESENCIA
PRESENCIA
Hace ya tiempo que aquí nadie cree en los milagros. Nada de multiplicar los panes y los peces, ni de estrenar ropa reciclada que parecía brotar de los dedos de mamá, ni de comprarnos chicles y lápices de colores. Él dijo que ella había muerto y prohibió su nombre en la casa. A veces, cuando despierto por la mañana, meto mi cabeza entre las sábanas. Mi pelo huele a lavanda. Mi pelo huele a mamá.
7 comentarios:
Pos hija me gustan todos, pero me ha encantado Pruebas(entre otras cosas porque con cada lectura gana y le encuentro algo nuevo).
Y Presencia porque sí y por esa frase final.
Saludos prevacacionales(jius me voy el sábado una semanica ;))
Besos
R.A.
Gracias R.A. Disfruta de tus vacaciones.
Besos, mil.
Muy buenos intentos, como siempre.
Un saludo indio
Muchas gracias, Indio.
Saludos cordobeses.
Qué habilidad la tuya para hacer sentir tan presente esa ausencia, como lo es para el hijo cada vez que convoca a la madre bajo el embozo.
A pesar del tiempo transcurrido desde que te sigo las letras, no deja de sorprenderme la magia de tus historias.
Gracias, querida Cora, por estar ahí, tan cercana, con tus comentarios.
Un abrazo flojito que hace un calooooor
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