30/1/11

LITERALIDAD

....Y cuando estéis frente a frente, no olvidéis que es el enemigo. ¡Disparad a matar! Acabada la arenga, entrelazó las manos a la espalda y levantó la barbilla, como un dios egipcio. Akil había escuchado con atención las palabras del presidente. Llevó la mano a la cartuchera, sacó la pistola, apuntó con pulso firme y disparó a la cabeza.

29/1/11

ARAÑAS

No debí subir a aquel vagón, pero el color champán de su vestido me atrajo como la luz a la polilla, y fui derecho al matadero. Me adormeció el olor del azahar del ramo de ella, el frufrú de sedas y encajes de los invitados. Una tras otra, las estaciones fueron quedando atrás sin que él apareciera. Me agarraron a traición. Cambiaron mi camiseta y mis jeans por camisa, pajarita y frac. Antes de llegar al final de trayecto, ya me habían casado.

27/1/11

ALBOROZO



Las mujeres llenaban el patio trasero. Cosían montones de ropa que rebosaban de las canastas. En silencio. Las niñas pasaban las hojas de libros y escribían en cuadernos. En silencio. Los hombres iban a las habitaciones, dejaban ojos, cócleas, pituitarias, lenguas y pieles sobre la mesilla y se echaban a dormir. Las mujeres abandonaban la labor y bailaban y cantaban hasta el amanecer mientras las niñas jugaban al corro y a saltar a la comba.

26/1/11

EL PODER

Y entonces te detienes y regresas a los pies de la cama. Muerdes mi labio inferior y lo repasas con la punta de la lengua. Te descalzas y, sin soltar tu presa, abres las distintas puertas. Botones de camisa que se hunden en el ojal, cremalleras con sus dientes separados. Me tumbas con un empellón de tu mano de muñeca nacarada con uñas de sangre. Y consumas tu posesión. Bebo el rojo. Palpo el perfume de vainilla. Veo el aullido salvaje. Oigo las mariposas batiendo alas. Huelo el fa sostenido hasta que estalla. Luego te levantas jadeante. Ajustas la falda de vuelo, el jersey blanco, te pones los zapatos de tacón y caminas, tambaleante, hasta la puerta. Tú tienes el poder. Tú mandas. Pero sólo he de gritar no quiero, para que vuelvas. Tal vez mañana.

25/1/11

FINALISTA DE "CUENTA 140"


Cada vez que entra en un bar, saca la cajetilla de tabaco y se cuelga un cigarro del labio inferior. Al salir, lo pisa como si lo apagara.

22/1/11

EL MIEDO (finalista del concurso de microrrelatos sobre abogados de diciembre del 2010)



La primera pena la doblé y la escondí en el bolsillo del pantalón. Fue cuando mataron a mamá en plena calle, la única forma de destruir aquella columna de granito que era ella y acabar con su persecución implacable de las mafias en nuestro país. Con la segunda pena, otro doblez. Fue cuando “la Mandarina” consiguió el sobreseimiento de un caso de asesinato eliminando al testigo. La tercera ocurrió cuando ya ejercía como juez. Sonó la campana de la entrada y apenas tuve tiempo de echarme al suelo. Murió una niña que compraba dulces en la pastelería. Un nuevo doblez de pena. Y entonces el bolsillo reventó y fue el vencimiento de todas las penas. Dejé de ceder ante el miedo, de titubear a la hora de una condena. Ahora, blindado con la armadura de la justicia, hago prevalecer la Ley. Nada ni nadie podrá con Ella.

21/1/11

CRÍA CUERVOS




Le rompieron los dientes en una pelea. Quería morirse. No tuve compasión de él. Lo puse en pie y de un empellón lo mandé fuera, a que se buscara la vida. Al principio sólo comía piezas pequeñas. Lloraba y las encías le sangraban. Pero se fueron endureciendo hasta conseguir la consistencia y eficacia de un hacha de sílex. Nunca más lloró. Y ahí comenzó su voracidad. Nada es suficiente. Nunca se sacia. Ha acabado con todos. Sólo él y yo. Ni hermanos le quedan. Se acerca y me agarra fuerte. Oigo el chasquido de mis huesos quebrándose en su mandíbula y me siento orgullosa de ser su madre.

20/1/11

JUANCHO





Cuando Mami me trajo a casa, en lo primero que me fijé fue en los cuatro dientes de Nena, brillantes de babas. Yo era un regalo por su cumpleaños y supe que le había gustado porque, nada más desgarrar el papel de payasitos y verme, me dio un abrazo. Luego vinieron los bocados. Mami dijo que era porque estaba echando los colmillos y eso la ponía rabiosa. El primer mordisco me arrancó un ojo y Papi tuvo que meterle los dedos en la boca para sacárselo y evitar que se ahogara. Estuve tuerto durante un tiempo, hasta que vino la señora Eduvigis con su corazón de tela pinchado de alfileres y agujas y me cosió un botón blanco. Mami me pintó el iris y la niña para que viera. El segundo mordisco me dejó el morro colgando. Le cogí un poco de miedo a Nena así que cada vez que me tiraban desde arriba, concentraba todas mis energías para intentar caer al suelo y, a ser posible, debajo de la cama. Alguna vez lo conseguí. De aquella dentellada me quedó una cicatriz que ni las puntadas primorosas de la señora Eduvigis pudieron camuflar. Cuando se le pasaron las ganas a Nena de dar bocados, quiso saber lo que había dentro de mi barriga y me la rajó con su navaja de Scout. Otra vez la aguja y el hilo cerrando la herida. Después estuvo un tiempo sin hacerme caso hasta aquel bonito día de primavera en que me metió entre sus piernas y se restregó con mi cuerpo y me dio un calorcito muy rico. Le cogimos gusto al juego y cada dos por tres la tenía encima moviéndose sobre mi felpa. De aquello me quedaron unas calvas pero no diré que lo siento. Entonces apareció Nico, me dejó a un lado y era con él con quien se tumbaba en la cama sin importarle que yo estuviera debajo y me aplastaran con tanto peso. Aquél chico no me gustaba. Tenía la cara llena de granos y un cuerpo de esqueleto con joroba y todo. Esperé a que aquello se le pasara como lo de los dientes pero aunque después de un tiempo él se fue, vino otro y ella nunca más volvió a hacerme caso.

Hace tiempo que Nena se marchó. De vez en cuando, Mami entra en la habitación, se sienta en la cama, me coge, me estrecha contra su pecho y se queda así un rato. Yo también la echo de menos.

19/1/11

NADA














En septiembre comenzaba el curso. El primer día, la maestra nos iba nombrando de dos en dos para que ocupáramos los pupitres. A mí siempre me ponía de compañera a Rosa. Ni yo le gustaba a ella, ni ella me gustaba a mí. Trazaba una línea con el lapicero para dejar claro cuál era su espacio, muy limpio, pues pasaba las mañanas lijando la madera. El mío, en cambio, siempre tenía manchas de tinta y rayas de lapiceros. Lo que más me desagradaba de ella, era su cara blanda y rosácea de lechoncillo. Tenía un plumier de madera de dos pisos y le gustaba abrir la tapa del primero y girarlo para descubrir en el segundo las pinturas de colores Alpino. Y así lo dejaba todo el tiempo, para que yo lo envidiara.
Rosa era la hija del médico y yo creía que eso la hacía invulnerable, pero enfermó y murió. Al poco tiempo nadie en la escuela se acordaba de ella. Y yo tuve una nueva compañera.

17/1/11

BROTES




Extiendo la mano frente a mí y abro los dedos. La luz se come la carne y deja el hueso con una aureola de luz roja. Miro entre los cinco barrotes y veo el campanario a lo lejos rematado en un nido de cigüeña. El cielo está quieto y turquesa. Más allá de un campo manchado de campanillas, está el río donde papá me llevaba a coger los berros orillados. Me asomaba al agua y veía mi cara oscilando entre las ondas de agua removida por mis manos, y las ramas de los árboles acogiendo el revuelo de pájaros inquietos. Asomaba él su rostro afilado y lo pegaba al mío mientras lavaba un ramillete de tallos verdes, y era tan fuerte el movimiento que mi cabeza y la suya se doblaban como chicle y a mí me daba algo de miedo no reconocerme en la torsión del cuello, no reconocerlo a él en la deformidad de los ojos, separados y caídos. Pero en seguida volvía la realidad con sus contornos precisos y yo continuaba explorando el fondo del río, recogiendo guijarros. Volvíamos a casa cuando el agua se enturbiaba con las primeras sombras de la noche. Él entraba en la cocina desde el jardín y dejaba los berros sobre la encimera de mármol, luego se acercaba a mamá, cocinando en el fuego de la chimenea, la agarraba por la cintura y le besaba el calor de la cara. Yo miraba un poco, luego me iba hacia la puerta principal y subía a mi habitación a dejar las piedrecillas sobre mi mesa para que secaran bien sus poros y poder pintarlas de colores por la mañana.

A papá le gustaba cazar y a mamá la muerte la volvía loca. De vez en cuando ella se quedaba ausente frente a una liebre desangrándose en el fregadero, y no volvía al sol ni a las caricias, ni a las llamadas. Entonces desaparecía durante una temporada y papá y yo la íbamos a visitar los domingos a la residencia que había al final de una carretera algo tortuosa, colina arriba, entre campos muy verdes y lagunas de orquídeas custodiadas. Papá siempre decía que no debía tener miedo de ver a mamá en aquel estado en que no me reconocía, que era porque necesitaba un tiempo de descanso y que esa era su manera de descansar; pero no me gustaba su mirada hueca, tampoco que no contestara a papá cuando le hablaba. Deseaba tanto su regreso que cuando lo hacía, no me importaba que durante unos días estuviera regañando por el desorden que encontraba en la casa.

Las ausencias de mamá fueron cada vez más largas, más profundas, y poco a poco, papá y yo nos acostumbramos a vivir solos, aunque él siguió yendo puntual, cada domingo, a hablarle de los últimos brotes de las flores de nieve que a ella tanto le gustaban, mientras veía caer la lluvia en el jardín, y se unía a los chorretones de llanto que escurrían en el cristal de la ventana.

Cuando me fui, mamá ya había muerto de una muerte dulce, en mitad de una noche muy oscura y manchada de estrellas, de una primavera empapada de agua y flores. Papá quiso quedarse en la casa, tan grande y vacía de presencias pero llena de fantasmas de colores cálidos que caminaban con él por las habitaciones y le hablaban y removían una y otra vez las brasas de los recuerdos.

Ahora he vuelto para cuidarlo. Nada serio dice él mientras la tos le corta el aliento. Nada serio dice el médico. Pero yo creo que el deseo aletargado despertó y que pronto será tan fuerte que nada podrá detenerlo.

13/1/11

CÓMO HACER UNA PAELLA SIN ABRASARTE


(Este microrrelato es mi pequeña aportación a la propuesta de Agus)

Para hacer una buena paella campera sin correr riesgos, hay que contratar un pinche de cocina. Fundamental porque será el encargado de buscar la leña y encender el fuego. También estará atento a echar el conejo en la paellera, sobre todo si hay hígado, por si salta y abrasa alguna mano. Es importante que sea éste el que retire troncos ardiendo o ascuas, si el fuego está muy vivo; nos evitaremos así pisarlas y quedarnos sin gomas en los zapatos, o ir arrastrando de por vida un carbón incrustado que raye el suelo de negro. Luego viene lo de echar el caldo. También se encargará él porque puede ocurrir que la paellera tenga el culo combado y se nos venga el caldillo azafranero hacia los pies. Una vez cocido el arroz, será el pinche el que lo retire del fuego, todos sabemos lo difícil que es coger la paellera de las asas sin que se te queden los dedos soldados al metal.

Mientras el arroz reposa, le damos al pinche la pomada para las quemaduras que se haya podido producir, luego le pagamos lo convenido y lo largamos con una palmada en la espalda y una sonrisa.

Con los guantes de cocina, el delantal del gallo, regalo de “Avecren”, y la cabeza muy alta, cogeremos la paellera y la llevaremos a la mesa donde toda la familia aplaudirá al cocinero. Desde ese momento tendremos la tarde libre. Después de comer y escuchar las alabanzas de todos, podremos extender la manta en la hierba y echarnos una siestecita, que nos la hemos merecido. Eso si las hormigas, moscas, avispas y otros animalitos camperos dan su permiso.

CORAZONADA




Recogí el billete que salía de la ranura, empujando con las piernas la barra de acceso. Mientras bajaba hacia el andén, escuché a mis espaldas el chirrido del cierre metálico de la entrada.

Él esperaba, tumbado en un banco. Me senté al otro lado, cerca del túnel. Colgadas del techo, las pantallas tiraban frases cortas y machaconas, como anuncios de colonias. Hablaban de muertos. De la espesura llegó el trac-trac de los raíles vencidos por el peso de las ruedas. Se levantó. Yo hice lo mismo en el otro extremo. Llevaba una gabardina arrugada que me hizo sonreír al recordar a Colombo. El convoy asomó el morro y fue aminorando la velocidad hasta detenerse. Pulsé el botón y las puertas del vagón se abrieron. Una pareja de jóvenes besándose, una rubia con zapatos de tacón de aguja y falda ceñida, y un par de mulatos con un radiocasete y la música alta, viajaban conmigo. Me senté, apoyando la cabeza en el respaldo del asiento. El tren era un pasillo largo, sin separaciones entre los vagones. Giré la cara y miré hacia el fondo. Él avanzaba con las piernas algo abiertas, buscando el equilibrio, hacia donde yo estaba. Desde lejos, más que Colombo, me pareció un loco, pues sólo a un perturbado se le ocurriría ir con gabardina en el mes de agosto. Me sobresaltó ese detalle. Conforme se iba acercando, reparé en la boca del periódico enrollado bajo el brazo. Tuve un pálpito, uno de esos presentimientos que me vienen de golpe, y vi los cañones recortados, la pareja de jóvenes agonizando en sus asientos, los mulatos y el aparato lanzados contra la chapa del vagón y la rubia despatarrada cerca de la puerta. Me puse en pie intentando mantener la calma. Conté el sonido de sus pasos amplificados en mi cabeza. En sordina la música rapera. Calculé. Veinte segundos para entrar en la estación. Tenía la espalda empapada. Sobre todo, no pierdas la serenidad, me dije. El metro tomó una curva y él tuvo que parar y agarrarse a una barra. Una bolsa vacía de patatas, plateada y verde mar, barrió el suelo. Cuando él reanudó el paso, el tren aminoraba la marcha. Me levanté, puse el dedo en el botón aguardando a que se detuviera y, en cuanto las puertas se abrieron, salí corriendo. Al llegar a la escalera mecánica, mis piernas se doblaron. Caí sobre los primeros peldaños, que tiraron de mi cuerpo hacia la salida.

11/1/11

FINALISTA "CUENTA 140"




Para Navidad, mamá compró un pollo vivo y lo metió en la carbonera. Mi hermano quería ser cura. Antes de matarlo le dio la extremaunción.

7/1/11

MICRORRELATO EN LA NAVE DE LOS LOCOS

La nave de los locos  
Literatura y más...

6/1/11

IMAGINEMOS (Para Juan Leante en nuestro aniversario)



¿Y si pasáramos un paño por nuestras vidas, como cuando limpias el cristal de una ventana? ¿Y si nos asomáramos a ver pasar a la gente? Tal vez pudiéramos observar a lo lejos a esa chica de pelo corto, vaquero, camiseta, chaleco de borrego y sandalias, caminando calle abajo. Y al joven de melena, botas lustradas y guerrera verde oliva viniendo del otro lado. Atentos al paso, al momento único, al encuentro rozándose apenas un brazo. Y luego seguirían, sin volver la cabeza, cada uno en su mundo recién estrenado, o casi, cada uno en su ilusión. Y él se movería por el barrio, buscando, siempre buscando. Y ella pasearía por los colegios mayores, buscando, siempre buscando. Tal vez un día él encontraría a una chica y se iría a vivir con ella y tendría hijos y se movería por su mundo. Quizá ella conociera a un chico y se iría a vivir con él y tendría hijos y se movería por su mundo. Y se borrarían la rosa, la canción, el tirón de pelos, los besos, los abrazos, los encuentros, los desencuentros, los hijos, las fatigas, las alegrías, las penas, los regalos, la pasión, el dolor, el bálsamo, la ilusión, las caídas y las levantadas, los viajes, la mirada de frente un día en un piso, el baile, el cortejo; lo vivido, en fin.
Pero entonces ¿qué sería de nosotros?
Rebobinemos. La ventana se queda como está, algo rayada quizá por el paso de los años, algo empañada también, pero si pasamos un papel secante con cuidado quedará impregnado de colores vivos, colores de vida. Treinta y siete años juntos. Y más.

4/1/11

FINALISTA DE "CUENTA 140"


Éramos seis hermanos. Repartimos la culpa cuando se incendió la casa. Cuando llegó mi padre tocamos a menos hostias, aún así, casi nos mata.

3/1/11

POST-IT (finalista del concurso de abogados de agosto del 2010)

Te lo dejo escrito en la nevera, bajo una raja de sandía. Al fin he roto esta burbuja asfixiante con nombre de casa. Años me ha costado. No bastaba con el deseo que, al igual que a ti, rezumaba por los poros del alma. Tú te lanzaste a la desesperada, con aquel pasador de encuestas. Te salió rana. Y volviste al redil, derrotada, dispuesta a aceptar como un decreto, una vida de sombra. Pero yo no volveré. No quiero ver más tu dedo índice cruzando el temblor de tus labios, sólo porque él haya dado instrucciones de que no se oiga el vuelo de una mosca durante la siesta. Me voy con la mochila bien llena. Estudiaré leyes, como el abuelo. Pero, a diferencia de él, entenderé que la ley no es, no debe ser siempre castigo, también es derecho, libertad y protección del débil, como tú, madre.