30/8/09










Los mejores relatos de La Ventana de Verano

Cada viernes la escritora Soledad Puértolas se asoma a La Ventana de Verano para animaros a escribir. El tema de esta semana es La chica del perrito.

LA SEÑORITA DEL PERRITO. Autora: Lola Sanabria.

(Relato leído por Soledad Puértolas)

Recojo las bolsas vacías de patatas fritas, los envoltorios de helados, las botellas de plástico. Echo todo en la bolsa de basura. Sin prisas. Paso el rastrillo, dejando caminos en la arena, como tierra arada a la espera de la siembra. Descanso. Apoyo las manos sobre el mango y miro hacia la barandilla: pasean del brazo las parejas, regresan a casa las familias con la nevera y la sombrilla, y los niños devoran bocadillos. Me retraso. Se retrasa ella. Entretengo la espera ensayando: “¿Tomaría un café conmigo, señorita?”. Y entonces la veo a lo lejos: una línea curva cerrada con una correa y un punto al lado. Cuando llegue, entonces lo dejaré todo, subiré las escaleras y le cortaré el paso. Saldrán solas las palabras. Se acerca. Ya veo los mechones blancos en su pelo corto y negro, sus labios finos, su frente marcada por el guiño de los ojos cuando el sol la deslumbra. Su cuerpo pequeño. El cocker se para y olisquea la palmera. Ella se detiene un momento y me mira, luego da un tirón a la correa y pasa de largo. El rastrillo resbala con el sudor de mis manos. Tal vez mañana.

9/8/09













Los mejores relatos de La Ventana de Verano

Cada viernes la escritora Soledad Puértolas se asoma a La Ventana de Verano para animaros a escribir. El tema de esta semana es La casa del acantilado.

Iniciación. Autora: Lola Sanabria.

(Relato leído por Soledad Puértolas)


Conocí el mar cuando tenía diez años. Papá anunció una mañana de julio que en diciembre tendría un hermanito y mamá debía descansar. Pasaría el verano con la tía Leonor.
La tía Leonor se teñía el pelo de rubio y se pintaba de rojo la boca y las uñas de pies y manos. El primer día, dábamos un paseo por la playa cuando me llamó la atención aquella casa de postigos azules y paredes rojas, al borde del acantilado.
- ¿Quién vive ahí, tía Leo?- le pregunté.
- No te acerques a esa casa -, me ordenó. Y no quiso hablar más del asunto.
De día, la casa parecía deshabitada, pero de noche, iban y venían hombres y mujeres por el camino hacia la entrada alumbrado con luces de colores. Yo los espiaba desde la ventana de mi habitación, hasta que el sueño me vencía, con los prismáticos que me regaló papá para mi cumpleaños. Una de esas noches, el deseo de acercarme me desveló. Salté por la ventana y estuve merodeando por los alrededores.
- ¡Qué chico tan guapo!- escuché la voz de una mujer a mi espalda.
. Volví corriendo a casa y cubrí mi cabeza con la sábana. Entonces me llegó el olor de la mano que revolvió mi pelo. El mismo olor que descubrí en el brazo de mi tía aquella misma mañana cuando dejó sobre la mesa el tazón del desayuno.











Los mejores relatos de La Ventana de Verano.

Cada viernes la escritora Soledad Puértolas se asoma a La Ventana de Verano para animaros a escribir. El tema de esta semana es Las tormentas.


EN LA SIESTA. Autora: Lola Sanabria.

(Relato leído por Marta González Novo)


Restallidos de cuero y luz cimbreando el aire. Se despierta con el olor a humedad que baja de sierra Boyera, de Los Sillones. Se ha ennegrecido la raya de la ventana. Apaga el ventilador. Se levanta. Abre la puerta del patio. Vienen globos de cieno desde la loma del repetidor. Se golpean las nubes y una escalera de luz corta el cielo en dos mitades. Al fondo, muy al fondo, un punto se enciende. Árbol que muere. Saca los pies descalzos al agua que baja desde las tapias al sumidero. Chillan las ratas y esconden sus hocicos entre lodos removidos. Brilla el rojo de las tejas. Escurre el agua, entra en la boca del canalón y sale en chorro que barre un trocito de ladrillo del suelo. Cuatro pasos más. Mete un pie en el talón y los dedos que dejó en el cemento tierno cuando era niña. Cuenta: Uno, dos... Y el aire revienta. Cuenta: Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Se aleja. Abre los brazos, sube la cara, saca la lengua. Agua. Luego el cielo se abre en colores que se doblan sobre el horizonte. Vuelve el calor.


8/8/09

EL BIDÉ.

Hasta hoy no había encontrado utilidad al bidé. Voy de un lado a otro descalza, intentando engañar al calor. No me quejo, soy del sur. Si viviera en Helsinki por ejemplo, la depresión me habría calado hasta el tuétano. Pero soy del sur y me gusta el sol. La casa está en penumbra. Una penumbra agradable porque sé que detrás de la persiana existe la luz amarilla y caliente. Esa es la oscuridad a medias que quiero, no el gris del invierno. Soy del sur, ya lo he dicho. Tampoco me gusta la luz eléctrica. Me levanto a las seis de la mañana cuando aún no ha arrancado el día. Voy a la cocina a tientas y tropiezo con mi gato Lucas en el pasillo. Pero hace días que no me lo encuentro. Anda perdido, buscando un sitio donde tumbarse. Porque él tiene pelo, más que yo que estoy sobrada, y se mete en el armario a nada que te descuides. A media noche, o de madrugada, aprovechando una salida para refrescarme al baño, viene a la habitación y se tumba a los pies, de cara al ventilador, pero en algún momento se va y amanezco sola, atravesada en la cama, algunas veces con el ventilador apagado, otras con las aspas moviendo un aire espeso y caliente. No hace ruido Lucas, apenas maúlla, come poco. Pero hoy cuando iba a ducharme lo he encontrado en el bidé, como Moisés en su canastilla, y por fin he comprendido para qué sirve el bidé.