24/5/09

MOVIDAS



No me gustan pero son necesarios. Con el primero que tuve, después de algunos desencuentros, llegamos a entendernos. Murió de viejo, como debe ser. El segundo iba camino de pasar a mejor vida y entonces vino el tercero envuelto en regalo de cumpleaños. Yo habría preferido una faldita, un pantalón, una blusa para enseñar el canalillo, pero la utilidad primó este año. Quizá el menosprecio con el que lo recibí, caló hondo y urdió esta venganza. Porque, díganme con la mano en el pecho o donde les dé la gana, si no es fruto de un cabreo supino lo que me está ocurriendo. Yo no soy de mensajes, tampoco de llamadas; como ya he dicho, este artilugio me parece útil para estar localizable, aunque a veces dudo sobre si no será como tener un chip de esos que ponen a los delincuentes para seguirlos a todos lados. En fin, que no mando casi nunca mensajes. Pero es de mala educación no contestar si recibes uno de alguien conocido. Y es de muy malas entrañas devolver un abrazo cuando te han enviado varios de esos de oso amoroso. Mi madre no me parió tacaña. Así que yo intento mandar abrazos, pero no me deja. De hecho me escribe los mensajes como le da la gana. Y así pasa, que una acaba con tal economía de palabras que parece que envíe un mendrugo de pan y agua. Por ejemplo, yo quiero poner camión, pues me sale camino. ¡Olé tu gracia torera!. Y qué decir de los acentos. A mí de momento sólo me concede acentuar las agudas que terminan en e. Un suplicio esto de los mensajitos. Yo empiezo: bip- pausa-bip-más pausa... , que parece que se oiga un marcapasos por toda la habitación. ¡Y el pariente descojonándose de risa!. Bueno pues el dichoso aparato debería apiadarse de mí, que ya me cuesta escribir letra a letra ¿no? Pero qué va, me deja colgada con unos mensajes miserables y como no me permite enviar abrazos, reparto besos y punto. Odio a este maldito móvil.