29/10/12

EL TONTO DE MI HERMANO

Tomada de la red.


Toño es tonto, tonto. Lo dice papá. Tengo diez campanillas, diez. Y Toño no debe tocarlas. Lo dice papá. Lo dice. Todas en formación de mayor a menor. La de levantarme suena tilín, tilín. La de la comida tilón, tilón. Para los deberes, tulín, tulín. Cada una con su sonido. Su sonido. Toño se llevó la de los juegos y dejó el hueco. Lo dice papá. Cuando las repasé con mi mano derecha, a las ocho en punto de la mañana, estaba el hueco. El hueco que llena un pájaro negro que picotea y picotea por dentro. Lo dice papá. Yo nunca veo un pájaro. Yo doy puñetazos a las puertas. Mamá tiene la cara mojada y papá dice que Toño es tonto, tonto. Buscan la campanilla. Me siento en el sofá. Me balanceo. Balanceo. En el suelo hay cuatrocientas rayas. Toño no está. La campanilla de los juegos tampoco. Una raya es más ancha. Más ancha. Una baldosa está rota. Está rota. Tengo ganas, muchas ganas de pegar un puñetazo a la puerta. La puerta se abre. Es Toño, el tonto. Tu campanilla de los juegos, dice. La cojo. No, no es mi campanilla de los juegos. La tiro al suelo. Grito. Mamá y papá vienen corriendo. Levanto el puño. Voy a pegarle al tonto. Es Toño, es mi hermano el tonto. Me doy el puñetazo. Papá me sujeta las manos con un abrazo. No me gusta que me abracen. Espera. Espero. Se me va pasando. Toño rompió mi campanilla de los juegos. Toño me compró otra. No es igual, pero me iré acostumbrando. Lo dice papá. Mamá viene y me da un beso. Un beso. Me limpio la cara con la manga de la camisa. Papá hace sonar la campanilla de la merienda. La merienda.

23/10/12

COMO ALQUITRÁN

Imagen tomada de la red.

Asoma una raya de luz debajo de la puerta. Pero no puede ser porque ella siempre duerme a oscuras. Fuego fatuo que se apaga. Y él que se mueve a tientas, desorientado, sin encontrar la salida.

19/10/12

VÉRTIGO



El último bufido del autobús me deja en el desamparo de una mañana aún sin abrirse a la luz. Respiro hondo. Suelto aire. Respiro hondo. Suelto aire. No lo pienses, me animo. Y comienzo a subir las escaleras. Arriba, arriba, elevando mi metro cincuenta y seis de la seguridad del ras de suelo. Miro al frente. Un pasillo estrecho, bordeado por una barandilla que me llega a la altura del pecho. No lo pienses, repito. Un paso, luego otro y cruzaré el puente enseguida. Aferrada al metal hollinado. Si no viera, tal vez sería más fácil. Hacia adelante. Un tramo pequeño y me encuentro suspendida sobre las luces que van y vienen por la carretera. Entonces miro hacia arriba. Pomos de estaño que abren la puerta de mi memoria. Esa es la estrella polar, señalaba mi hermana en las noches de verano, las dos sentadas en el umbral de nuestra casa. Y en esa de allí vive ahora la abuela. Yo tragaba saliva. Todo giraba alrededor. La agarraba fuerte de la mano y ella me llamaba miedica. Vuelvo a mirar al frente. Dejo atrás el vacío bajo mis pies. Sonrío. En el cielo brilla el lucero del alba.


16/10/12

PEAJES (Finalista semanal de Wonderland)



Baja la calle sin prisas. Y aun así, llega el primero. Pide un café y lo toma a sorbos cortos. Van llegando. Se sientan a la mesa. Las cartas mugrientas se traban entre los dedos. Partida tras partida, el reloj guillotina los minutos. Hora de cenar, dice uno. Y todos se levantan. ¡Os atan corto vuestras mujeres!, ríe él. Y se queda solo. Pide un chato de vino. Remolonea. Vuelve despacio a casa. En el recibidor se encuentra con su imagen en el espejo. Sube la mano derecha y se acaricia la cara. Como hacía su madre cuando era niño.


Hacia el minuto 48: 33

14/10/12

HARTURA


Tomada de la red.


Debimos separarnos, Norberto, y no habríamos llegado a esto. Pero tú, que de ninguna manera. Al menos cuando trabajabas tenía mi poquito de respiro. Fue jubilarte y a todas horas detrás de mí. No era vida, Norberto.
- ¿No tienes una partida de mus que echar con los amigos?- te preguntaba.
Y tú, que dónde estaban esos amigos. No tuviste tiempo, claro, de cultivar amistades, siempre detrás de mí. Yo cortaba el hilo negro con un tajo de dientes; los rechinaba fuerte, que no sé cómo no me saltaba el esmalte. Luego buscaba otro calcetín y le zurcía los huecos por donde tú sacabas los dedos o el calcañar.
-  ¿Y una vueltecita por el parque?- insistía yo mientras masticaba un trocito de hilo.
-  Aquí estoy bien- contestabas invariablemente.
Pero yo no, Norberto. YO, NO. Te encontraba en la cocina, removiendo mis guisos, en la salita, mientras yo cosía, en el tendedero, haciendo como que me ayudabas con las pinzas. Hasta me aporreabas la puerta cuando entraba al baño.
- ¿Qué lees?- te interesabas por mis novelas policiacas. Yo te hablaba del argumento, pero enseguida me daba cuenta de que no me escuchabas. Tu interés era sólo saber qué hacía en todo momento.
Comprenderás, Norberto, que tuviera los nervios a flor de piel, que lo mismo reía como una histérica, que lloraba como una plañidera. Pero tú, ni enterarte. No encontré otra manera de que me DEJARAS EN PAZ, NORBERTO. Mira que eres tozudo. ¿No tuviste bastante? ¿A qué vuelves? Nada, que no puedes dejarme. Todo el santo día enfriándome la casa con ese aliento helado que te has traído. ¿O es que quieres llevarme contigo de una pulmonía? Ya te entiendo. Yo por mi mala acción y tú por provocarla. Ahora mismo me levanto de la cama y me pongo la manta caliente. Que ya sé que acabaremos reuniéndonos, pero cuanto más tarde mejor. Y mañana mismo espurreo la casa con agua bendita para que de una puñetera vez te vayas al infierno.


Copio aquí el enlace a la web de Agustín, mi cangrejo preferido, que ha tenido el detalle de acompañar mi texto con esta excelente canción.
http://acusmartvald.blogspot.com.es/2012/10/platos-rotos-paco-cifuentes.html 

10/10/12

UNA EXPLICACIÓN CONVINCENTE

Tomada de la red.


De niño subía a la buhardilla de la casa del abuelo, con los cómics del Capitán Araña, el bocadillo de chorizo y el batido de chocolate. Y cuando los pájaros alborotaban en la alberca, abría la ventana y salía. Tumbado, separaba las piernas y crucificaba los brazos en las tejas. Escurría su cuerpo hasta el alero y allí sufría un parón. Agarrado al borde, se balanceaba hasta dejarse caer, como un fardo, sobre el carro de paja. Pero cada vez  necesitaba un chute más fuerte de adrenalina. Y avanzó a ciegas por la cornisa. Familiares y vecinos discutieron el asunto y llegaron a una conclusión satisfactoria. Estaba claro que su intención fue siempre matarse.

5/10/12

APRETAR LAS TUERCAS

Fotografía tomada de la red.
Él no era padre de las niñas, aunque el ADN certificara que sí. Ejercía como un miserable, a pesar de que una ceremonia lo hiciera pasar por marido. Pero no era motivo suficiente para acabar con su vida. Ahora tiene más cuidado. Cuando se despierta, encaja una a una todas las piezas, asegurándose de que estén bien enroscadas al tronco. Sin embargo, últimamente, cuando La Trepa golpea con la porra los barrotes de las celdas mientras las llama basura, nota una pequeña vuelta en el cuello, un ligero aflojamiento, y piensa que tarde o temprano volverá a perder la cabeza.