29/6/13

PRESENTACIÓN COMPLETA DE "PARTÍCULAS EN SUSPENSIÓN"



Todas las presentaciones corren el riesgo de convertirse en un acto insulso en el que la gente está deseando que acabe cuanto antes. Ayer, este riesgo no existió desde el momento en que Manu Espada se puso al frente de la dirección. El guión que preparó fue, como siempre, un derroche de creatividad y afectividad. Personalmente lo pasé en grande. No faltó el buen rollo y el impagable sentido del humor, rasgos imprescindibles en el devenir de estos tiempos tan difíciles.
Quiero darle las gracias a Manu Espada por ser como es: una gran persona ante todo; y por el gran esfuerzo que hizo para que todo resultase de lo más divertido. Y por supuesto, a todos aquellos que han participado en este montaje,  sin los cuales la presentación no habría sido posible.
Mis mejores deseos para Lola y su libro: "Partículas en suspensión".

Juan Leante






Estas primeras fotos van dedicadas a los que prepararon e hicieron posible la entretenida presentación de: Partículas en suspensión.

Manu el direstó, la Lola y el correcaminos, digo..., Mariano Vega, el editor (Regidor al fondo)
Ernesto Ortega - El regidor en la sombra. Siempre al loro.
María Jesús Baratas.  Un toque de distinción
Yolanda Del Valle. La voz del pueblo.

Medio tapado, Gonzalo Cordero. Un desparrame de humor del bueno.





La emotiva lectura de María Jesús Espada

Rosana Alonso, alias la Negra, siempre dando el callo y no protesta.
 



27/6/13

"PARTÍCULAS EN SUSPENSIÓN" SE EMBARCA EN LA NAVE DE LOS LOCOS

Hoy, Fernando Valls publica en su blog "La nave de los locos", el relato que da nombre al libro "Partículas en suspensión". 

Podéis leerlo aquí.

Mil gracias, Fernando. Un placer navegar de nuevo en tu nave.

26/6/13

RESEÑA EN LA ESPADA OXIDADA

Hoy, en el blog de Manu Espada, un gran regalo para mí y un aperitivo del libro aquí.

Mil gracias, Manu.


24/6/13

CONVOCATORIA Y ANEXO






ANEXO A LA CONVOCATORIA:

21/6/13

BOOKTRÁILER DE "PARTÍCULAS EN SUSPENSIÓN"

Con todos ustedes, el maravilloso trabajo de José Luis García. 




19/6/13

EL VIAJE- RELATO GANADOR DEL V CONCURSO DE RELATOS ESCRITOS POR PERSONAS MAYORES





NOTA DE PRENSA
Lola Sanabria, ganadora del Concurso de Relatos Escritos por Personas Mayores 2013 de la Obra Social ”la Caixa” y Radio Nacional de España.

A la quinta edición del concurso se han presentado 1.572 relatos escritos por personas mayores de toda España, cifra que supone un aumento del 37 % respecto a la edición del año anterior (1.154).

La mayoría de los autores proceden de la Comunidad de Madrid (477), Cataluña (248), Andalucía (278) y la Comunidad Valenciana (109). 

El objetivo de la iniciativa, organizada por la Obra Social ”la Caixa” conjuntamente con Radio Nacional de España y con la colaboración de La Vanguardia, es estimular el hábito de la lectura, el uso de la imaginación y la actividad creativa entre la gente mayor.
 
La ganadora del concurso, Lola Sanabria, residente en Madrid, recibirá como premio un ordenador, un trofeo, la adaptación radiofónica de su relato, El viaje,  y su publicación en La Vanguardia y en las webs de Radio Nacional de España y de la Obra Social ”la Caixa”.

http://www.rtve.es/radio/20130618/rne-entrega-este-miercoles-premio-del-concurso-relatos-escritos-por-personas-mayores/691621.shtml

 http://prensa.lacaixa.es/obrasocial/concurso-relatos-escritos-personas-mayores-rne-la-vanguardia-obra-social-la-caixa-esp__816-c-18400__.html




EL VIAJE
 
La tarde anterior metió y sacó la ropa de la bolsa de viaje varias veces, desasosegada, no conforme con lo que había decidido llevarse. Pero siempre, encima de un jersey o una blusa, como una piedra sobre papeles para impedir que vuelen,  la brújula. Se la regaló su padre cuando la enfermedad le ganó la partida postrándolo en una cama para siempre. Él la solía llevar en sus largas caminatas por el campo, caminatas que el médico le prescribió y que retrasaron el final inevitable. Ella nunca entendió para qué la llevaba si no se alejaba de senderos conocidos y cercanos al pueblo. La dejó con el brillo de haberla lustrado mucho con el sudor de la mano. Y después de años olvidada sobre el estante, entre libros empolvados, se acordó de su padre sin saber por qué y decidió llevarla en el viaje.
     Se levantaron muy temprano, cuando el amanecer asomaba con una luz pálida entre las ondulaciones de la sierra. Durante el desayuno, él estuvo mirando el mapa en la cocina, uniendo distancias con un rotulador rojo, entre sorbo y sorbo de café. Un viaje corto, no más de tres horas, como mucho cuatro. Eso dijo cuando volvió a plegarlo por los cuatro dobleces de costuras avejentadas.
     Cerraron ventanas, bajaron persianas y se aseguraron de dejar los grifos bien cerrados, antes de dar varias vueltas a la llave de la puerta de la casa.
     Ya en la calle, ella soltó la bolsa en el suelo y él, antes de meterla dentro del maletero del coche, hizo el primer comentario. Seguro que la has llenado, dijo con la acritud que mostraba siempre que iban a hacer un viaje.
     El sol daba de frente en el parabrisas cuando él comentó que iba a detenerse a echar gasolina. Ella giró la cabeza para mirarlo y, entre sorprendida y enojada, le reprochó que no hubiera llenado el depósito antes de salir, como quedaron. Mientras el empleado ponía la gasolina al coche, entraron en el bar de carretera y se tomaron otro café. Ella con un mollete con tomate y aceite de oliva y él con un dónut de chocolate.
     Volvieron a la carretera. El viaje transcurría con la pesadez de un día de verano que ya mostraba su lado más duro en los campos de tallos cortos, amarillos, secos. Él puso la radio. Ella torció el gesto. La música disco le levantaba dolor de cabeza, pero no dijo nada. Buscó en el bolso, sacó el MP4 y se puso los auriculares. Aun así, el sonido se colaba entre los intersticios de las orejas machacando la voz de Leonard Cohen.
     La despertó el ruido de la gravilla bajo las ruedas del coche, el tránsito de deslizarse por la carretera de manera uniforme, a la reducción de velocidad  hasta detenerse frente al restaurante. Miró el reloj y comprobó la hora. “¿Aún no llegamos?”. La pregunta quedó flotando en el aire, sin respuesta, durante unos segundos que parecieron de alquitrán, luego él contestó algo enfadado con un no seco que atajaba cualquier posibilidad de seguir hablando.
     Comieron en silencio. Él desplegó el mapa sobre la mesa y, entre las judías con chorizo, el churrasco y la tarta de chocolate, estuvo estudiando, como si fuera un laberinto, aquella línea quebrada y roja. Ella lo miraba entre irritada y temerosa, mientras se llevaba a la boca unas judías verdes, una porción de lubina a la espalda y un trozo de manzana, pero no hizo ningún comentario.
     La tarde fue un sinfín de asfalto gris metalizado, pájaros en bandada abandonando árboles, nubes estiradas y rojas alejándose con la monotonía de la marcha uniforme del coche. Tres horas. Cuatro como máximo. Y sin embargo ¿cuánto tiempo había transcurrido desde que salieron de casa? Para llevar la cuenta exacta debía mirar la esfera del reloj pero sabía que él estaba atento, aunque tenía los ojos clavados en un punto fijo de la carretera, y que detectaría esa mirada, y seguramente acabarían discutiendo. Una de esas discusiones agotadoras, sin  salida. Y ella estaba muy cansada. Así que lo dejó correr.
      Dame un chicle, anda, pidió él cuando ya la línea del horizonte se había cargado de sombras. Ella buscó en el bolso. Lo vació sobre su falda. No tengo, dijo con un suspiro de resignación. ¿Cómo que no tienes? Tú eras la encargada de comprarlos. Al fondo, entre las lomas, se abrió un camino de luz quebrada. Tormenta, dijo ella con un tono triste de voz. No quería hablar de chicles. En realidad era mejor no hablar de ninguna cosa porque lo sabía, sabía que él estaba muy irritado y que necesitaba descargar su furia. Así que no has comprado, dijo rechinando un poco los dientes. Yo creo que sería mejor parar el coche y coger la brújula, dijo ella de repente, buscando alivio a aquel ahogo que sentía al final del esternón. ¿Y para qué te has traído la brújula? No se te ocurren nada más que tonterías, dijo él lanzándole una mirada de soslayo. Sin embargo, ella detectó algo que no era el desprecio de otras veces, algo que se parecía mucho al miedo. Para orientarnos. Él abrió la boca como para contestar pero no dijo ni una palabra. Una lluvia de granizos repiqueteó en el parabrisas. El fin del mundo, comentó ella. Tonterías, dijo él. Los granizos engordaron y el golpeteo en los cristales fue una amenaza firme de ruptura. Él sacó el coche de la carretera y lo detuvo en el arcén. Enseguida se vieron acorralados por los trozos de hielo que arreciaban y repicaban furiosos. Una cortina blanca los aislaba del exterior. No veían nada que no estuviera dentro del coche. No escuchaban otra cosa que el batir incesante del agua congelada. No olían nada que no fuera el miedo que los mantenía rígidos en sus asientos, esperando. Pero ¿a qué esperaban?, se preguntó ella en aquel tiempo muerto, detenidos en cualquier arcén de cualquier carretera. A que escampara, se dijo para tranquilizarse. Sin embargo, no había ni la más mínima señal de que el cielo se fuera a despejar en mucho rato. O tal vez nunca dejara de caer granizo. Nunca, pensó, y sintió de repente el aleteo de la muerte batiendo sus alas en aquel espacio tan pequeño, como una tumba para dos. Sería estupendo, se dijo, girarme, girarnos, y fundirnos en un abrazo. Lo sería si eso pudiera, de alguna manera, desnudarnos de la mortaja con la que cada uno se ha ido vistiendo en los últimos años. De repente él se volvió y dijo: Estamos perdidos. Lo dijo con resignación, con algo de pena. Lo estamos, confirmó ella. Podemos coger la brújula, sugirió él, bajito. Podemos. Habrá que esperar a que escampe, concedió ella.
Fuera, el granizo se amontonaba sobre el capó y ya había ganado medio cristal del parabrisas.

16/6/13

UNA PARTÍCULA QUE SE COLÓ EN TU BLOG


Trabajo de José Luis García y Marisa Belmonte.
Es la segunda vez que entro en el blog de Lola sin avisarla. Pero tengo un motivo para hacerlo.
Ser su compañero es un orgullo, y por eso tendréis que perdonar si lo que os voy a presentar peca de emotividad, seguro que lo entenderéis a poco que os pongáis en mi lugar.
Como ya sabréis, Lola va a publicar el próximo día 28 de Junio su primer libro "Partículas en suspensión" con Editorial Talentura, y como es natural para mí es un motivo de satisfacción.

Todos, en mayor o menor medida, conocéis sus trabajos y su forma de relacionarse, pero muchos seguramente no estéis al corriente de otra faceta suya y que yo la percibo casi día a día. Sobre esta versa el vídeo que he preparado, y que os presento a continuación, como  contribución particular a esta gran JUNTALETRAS, que así se define ella.

(Al pinchar aparece el mensaje de: -Inserción desactivada por petición-, pero pulsando en "ver en Youtube", se iniciará el vídeo)

 

 FELICIDADES LOLA

Juan Leante

13/6/13

PORTADA DE PARTÍCULAS EN SUSPENSIÓN



Excelente trabajo de José Luis García y Marisa Belmonte.

11/6/13

ANÓNIMOS- Relato ganador de la semana de Wonderland



El mar ya se había calmado. Eché la última palada. El conductor asomó la cabeza por la ventanilla y me apremió para que subiera. Ninguna señal, nada encima de cada elevación del terreno, esa era la orden. Los plásticos de los invernaderos brillaban bajo la luz de la luna. Me incliné y arranqué unos hierbajos con flores amarillas. Metí los tallos en la tierra y la apelmacé con las dos manos. Subí a la furgoneta y me senté pegado a un compañero. El patrón dijo que la noche era muy calurosa, pero yo llevaba el frío metido en los huesos.
 A partir del minuto 50.

8/6/13

SOL, SOLECITO, CALIÉNTAME UN POQUITO


Fotografía tomada de la red.


Querida niña:

Estaba condenado a ser el eterno adolescente. Todos me decían lo que tenía que hacer. Siempre con sus advertencias. Les hacía caso, porque eran la voz sabia de los adultos. ¡Pero tú eres tan especial!
     Me asomaba en la oscuridad a tu ventana, y a través del cristal blindado,  seguía con mi uña tu cuerpo de ninfa. La piel, cobre bruñido por el sol. El pelo como noche con reflejos de luna llena. El pecho apretado y duro, seguro que duro. El cuello terso y palpitante. Me mareaba y en más de una ocasión caía sobre las ramas  del árbol que vigila tu sueño. En primavera, las flores del magnolio me irritaban los ojos, sentía ese escozor raro, como el llanto de los habitantes del pueblo. Parecías tan feliz, calentita, durmiendo en tu cama. Y yo cada vez más deprimido y con el corazón helado de frío.
      Hace tiempo que solo quedan cuatro habitantes. El cura, siempre metido en la iglesia. La vieja, seca como un sarmiento, que ninguno la quiere porque nada hay que sacar de ella. Y tú, mi niña, que me estás volviendo loco, loco; con tu padre el de la siembra de patatas y ajos, muchos ajos.
     Esta noche, tú (porque has sido tú sin duda), has colgado unas revistas de las ramas del magnolio, como cuando me dejaste “20 poemas de amor y una canción desesperada”, de Neruda. Las he estado leyendo. Todas hablan de los beneficios del sol. Y se ve a la gente en playas y yates, con un mar profundo, azul cielo o verde esmeralda, pero nunca negro. Y lo he comprendido. Es una invitación.
     Cuando vuelva al castillo, dejaré la lápida descorrida y las ventanas y la  puerta abiertas para que entren bien los rayos de sol. Ellos me guiarán hasta donde me esperas. Por fin te haré mía para siempre. Después de todo, los mayores también se equivocan.


Tu  vampiro enamorado.




5/6/13

EL APRENDIZ

Fotografía tomada de la red.

Todos los años, unos días antes de Navidad, mi madre compraba un pollo vivo que metía en el chiscón de la cocina, con un palo atravesado para que se subiera y estuviera cómodo durmiendo. Mi hermano jugaba con él mientras le daba el trigo en la mano y cuando lo veía de plato principal en la cena de Nochebuena, se negaba a comerlo y no dejaba de llorar. El año en el que se estuvo preparando para hacer la Comunión, además de trigo, le daba lecciones del catecismo y el día antes de Nochebuena le ungió con un mejunje la cresta, le echó agua bendita, que dijo haber cogido de la iglesia, y le dio la absolución. El pollo amaneció muerto y mi madre no se atrevió a ponerlo en la cena. A partir de entonces, no volvió a traer nada vivo a casa.