30/1/18

SUPERACIÓN


Tomada de la red.




«Jamás desesperes, aun estando en las más sombrías aflicciones, pues de las nubes negras cae agua limpia y fecundante».

Miguel de Unamuno



Y ahora, en esta tarde luminosa, sentada en un banco del Paseo Marítimo, la veo perseguir las pompas irisadas de jabón, haciéndolas estallar entre las palmas de sus manos, y recuerdo el pensamiento de Unamuno que acompañó mis pasos, bajo los olmos de la avenida, de camino al hospital. Él me dio fuerzas para arrebatársela a la Dama Negra cuando su garra asfixiaba el corazón de mi niña. Ella es muy chiquita. Tiene toda una vida por delante.

25/1/18

EL PETIRROJO





Tomada de la red


Seca y agria la mirada. Amarga la boca. Rasposa la piel de lagarto y pituitaria encharcada de medicamentos. Las palabras se congelaban en la lengua. Arropada por una manta familiar de calor y atenciones de amigos y médicos, nunca sola y, sin embargo qué sola. Todos tan sanos, todos tan fuertes y ella como una llama que vacilaba bajo un viento inmisericorde. Iban y volvían, sin dejarla un momento de paz. Hasta que se agotaron y tuvieron que bajar el ritmo. Porque tenían una vida.

            Lucía llevaba un tiempo quedándose sola mientras su madre trabajaba cuando escuchó un ruido en la ventana. Levantó la cabeza del libro unos instantes. Silencio. Reanudó la lectura. Enseguida la distrajo un nuevo sonido. Se levantó del sillón, limpió con la mano el vaho y miró a través del cristal. Al principio sólo veía grumos blancos desplomándose del cielo. Luego se produjo un movimiento rápido de plumas. Hacía mucho frío y sabía que no debía arriesgarse a coger un resfriado abriendo la ventana, pero lo hizo. En el alféizar había un petirrojo picoteando unos granos de arroz. Un copo de nieve le cayó como un coágulo sobre la cabeza. El petirrojo la levantó altivo.  «¿Qué haces aquí? ¿Por qué no has emigrado a un lugar más cálido como los demás?», le preguntó Lucía con una tibia sonrisa, la primera desde que el informe del oncólogo la alcanzara como un rayo. Intentó atrapar al pájaro varias veces para que entrara al calor de la casa, pero él retrocedía, aunque no se iba. Aún quedaban algunos granos. Siguió picoteando bajo un manto de agua helada que arreciaba conforme caían las horas. «Así que eres un valiente», continuó hablándole Lucía.  Cuando ya no hubo más comida, el petirrojo agitó sus alas y desapareció detrás del edificio.

            A partir de entonces Lucía dejaba semillas en el alféizar y el petirrojo venía a buscarlas. «Eres uno de esos que no se rinden nunca ¿eh?», le decía ella mientras observaba cómo se alimentaba. Una tarde le hizo una leve caricia y él no se retiró. La miró y dio unos pasitos hacia sus dedos. Picoteó dentro del cuenco de su mano. «¡Me haces cosquillas!», rio con ganas. 
         «Seré una superviviente como tú», decidió un día, poco antes de que la primavera amagara con sus brotes en los almendros del parque vecino, y el petirrojo remontara el vuelo  para no volver nunca más a visitarla.

7/1/18

LA PIEL

Tomada de la red


La piel de un bebé, fina y delicada, llama a la caricia suave, para no dejar mácula. El tiempo es aún un leve soplo de vida. Duele verla cuando el roce de un pañal, o de una sabanita deja su marca roja. Los padres buscan la esponja que mime, el gel que lave sin dañar, la crema y el aceite que nutran, la colonia que alimente el olor a recién nacido en la casa.
            Y pasan los años.
            La cicatriz en la rodilla de aquella caída durante una carrera en la niñez. La quemadura en la espalda cuando nos creíamos inmunes al sol, en una playa cualquiera, jóvenes y sin más futuro que la inmediatez del día siguiente, y el cine y el beso de enamorados. La flexibilidad, como piel de tambor, de la barriga, si eres ella y madre. La cuna en los brazos cuando eres él y padre. El primer racimo de pliegues alrededor de los ojos. Los enfados, surcos pequeños y perennes en el entrecejo y la boca. Las risas en finas líneas en las mejillas. Las primeras manchas pardas en las manos. La rugosidad en las rodillas. Los pellizcos en los brazos. El tiempo, condensado y veloz, deja su rastro en la piel. Miramos el pasado. Envidiamos esas fotografías donde aún conservábamos la lozanía. Las estaciones pasan el cepillo de púas por la tersura y la mancillan. Acercamos una mano a la nariz y ya no huele a bebé, ni a juventud. Queremos atrapar el segundo, el minuto, la hora, el día, el mes, el año; que no se nos vaya. Dar un paso atrás. Y otro. Y otro más para llegar a donde todo comienza. Pero aquí estamos, mirándonos en el espejo, cuarenta y cuatro años cogidos de la mano. Y vemos la huella y el reflejo de mucha vida en el mapa de nuestra piel.


PARA SER JUSTOS

Tomada de la red


Si en la situación social actual, usted quiere hacer las cosas bien, debe proceder con sensatez y método. Aunque le urjan a terminar cuanto antes, no se deje llevar por las prisas. Vaya a buscar lo que necesita, no sin antes guardar (a ser posible bajo candado o llave), la materia sobre la que debe intervenir, y coja una cinta métrica y un bisturí (puede servir un cuchillo bien afilado). Regrese al lugar de origen. Haga oídos sordos a las súplicas, al llanto, incluso a esa patadita impaciente en su pierna. Saque el producto y déjelo sobre la encimera. Mida, trace líneas y corte con cuidado. ¡No debe pasarse ni un milímetro! Cuando haya conseguido cuatro trozos iguales, huélalos bien, será lo más cerca que esté de saborearlos. A continuación repártalos entre sus hijos, siguiendo el orden de llegada a este mundo. En un minuto habrán acabado con la empanada gallega que les envió desde Galicia, como regalo de Navidad, la tía Eduvigis, siempre tan caritativa. Entretendrá el hambre de los niños y podrán dormir esa noche. Usted, mientras le entra el sueño, puede poner la radio y llorar cuando escuche lo mal que lo pasan los niños africanos.

3/1/18

CARBÓN


Tomada de la red



Lo van a pagar caro. Nunca olvidarán esta noche, como yo no olvido la del año pasado. Así pensaba mientras perpetraba su venganza. A media noche, lo despertó un grito y el ruido del motor del coche. Bajó la escalera y miró debajo del Árbol. Había un rastro de sangre hasta el jardín. ¿A cuál de los tres le habría tocado? Encendió el televisor y, a la espera de la noticia, se durmió. « ¡Despierta, pequeño cabrón!». La voz de su padre lo sobresaltó. Abrió los ojos y vio el pie vendado y el cepo para ratones colgando de una mano.