29/6/10

SOBRE HUELGAS, PRINCIPIOS Y OTRAS MENUDENCIAS











CON UN PAR

Seis de la mañana: suena el despertador. Me levanto. Desayuno. Me ducho. Salgo. Cerrada la entrada al metro. Cojo el autobús. Laguna. Cercanías. Tres compañeras, tres, para las duchas del trabajo. Mando mensaje: "No sé cuándo llegaré". Atocha. Cambio. Dirección Chamartín. Llego. Ando. Plaza de Castilla. Subo al setenta. Me bajo. Camino deprisa. Ficho. Ocho y treinta de la mañana. Las internas han colaborado. Me arremango. Día duro. Huelga. ¿Salvaje? No, huelga, repito.

Video - Daniel Cohn Bendit da un repaso a los líderes europeos a cuenta del rescate de Grecia - elCo

25/6/10

ÚLTIMOS ESLABONES ROTOS



En la primera edición de “Relatos en cadena”, desde septiembre a mediados de febrero, la Escuela de Escritores seleccionó seis de mis microrrelatos como finalistas. Eso me animó a seguir participando, pero, desde entonces no han vuelto a seleccionar ninguno. He seguido concursando todas las semanas, sin excepción, con varios microrrelatos de los que, en los últimos meses, he dejado una muestra aquí. Es hora de retirarse.

CEGUERA
Pedro, el oculista, ha salido corriendo después de colocar el cartel de cerrado. Falsa alarma. Los niños juegan al veo, veo, con la mirada perdida en el infinito. Ni se molesta en darle la vuelta al cartel cuando regresa. Huele a moho. Los anaqueles están cubiertos de un humus gris ceniza. Se cruza de brazos. De repente se decide. Saca los altavoces a la calle y pone la música. Limpia el polvo del mostrador con un trapo. Coge de los cajones las monturas de colores y el muestrario forrado de terciopelo azul con los cristales. Una mujer se desvía de su camino y se acerca, tanteando.

LA RECOMPENSA
Pedro, el oculista, ha salido corriendo hacia el refugio en cuanto ha oído el ulular de las sirenas. El jefe del escuadrón tiene a tiro las gafas en la espalda de la camiseta amarilla. Primero apunta a “Óptica” en el círculo izquierdo. Luego cambia a “La milagrosa”, en el derecho. Acaricia el botón rojo con el pulgar. Verdaderamente, fue un milagro. Si no hubiera sido por aquel hombre, él no estaría ahora al mando, ni siquiera seguiría de piloto. Quita el dedo del pulsador y ordena la retirada. Los aviones dan la vuelta y se alejan en el cielo como una bandada de cuervos.

23/6/10

CONCURSO DE RELATOS CLASIFICADOS

TRUEQUE
Intercambio cuerpo en perfectas condiciones de vida, por una pizca de amor, un pellizco de comprensión y unos toques de humor. Todo bien aderezado con un chorrito generoso de ternura. Razón: Mansión “La soledad”


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CAMPER CITY TELLING



PARA QUE VUELVAS

He ido tachando de la lista todas las cosas que querías que hiciera. Y sin embargo no apareces. Me levanto a la hora en que aún sueñan los duendes. Amanece entre los árboles de la Casa de Campo. Café y tostada. Ducha. Vaquero y camiseta ajustados. Dejo la cama sin hacer. Cojo el treinta y nueve y enseguida estoy en la Plaza de Oriente. Me descalzo y camino, con los zapatos en la mano, hacia la calle Arenal. Mis pies reconocen las arrugas del paso de cebra, las junturas de las losetas, los hoyuelos de sonrisas antiguas. A veces noto un aliento en la nuca y me giro esperando ver tu mano en mi hombro. Es sólo un soplo de aire tibio. “¡Suéltate, mujer!”, dijiste. Y lo intento. Pero algo debe quedarme por hacer. Llego a nuestra cafetería y pido una copa de helado de chocolate, el que más engorda. Lo tomo a cucharaditas mientras observo las ventanas del Palacio de Gaviria. Sé que me vigilas.

21/6/10

FINALISTA DEL PREMIO REVISTA EÑE DE LITERATURA MÓVIL




CALMA CHICHA
El contable volvía a casa al anochecer y cenaba con su mujer en silencio. Después ella dormía el aburrimiento frente al televisor y él retiraba su hastío al cuarto de invitados. Sobre la cama de matrimonio, el cocodrilo seguía creciendo. Hasta que llegó el despido. Esa noche, él dio un puñetazo en la mesa y gritó: “¡La sopa está fría!”. Ella le tiró la sopera a la cabeza. El saurio bajó de la cama y corrió por el pasillo. Lloró mientras los devoraba.

17/6/10


C-47
Hace ya tiempo que aquí nadie cree en los milagros. Vamos y venimos por los caminos trillados. Todos iguales. Limpios, de blanco, con la cabeza rapada. Sin pensar en nada, sólo actuando: ahora tocamos ese botón de gelatina, ahora tragamos esta porción de alimento. Sin mirar, volvemos a nuestra pequeña celda. Los niños se estiran hacia el sol sin saber por qué ni para qué. Pero hoy he sorprendido a C-47 absorto en la parte de atrás de la colmena. Miraba con sus extraños ojos almendrados un tallo verde y espinoso. Brotó entre las grietas que causaron el último terremoto y que yo debía haber sellado. Aún hay esperanza.

PRUEBAS
“Hace ya tiempo que aquí nadie cree en los milagros, mucho menos en el amor”. Desenredó los hilos de las marionetas y las metió en el baúl. El padre había perdido una oreja de un mordisco del perro. El perro, una pata por culpa del cepo del hijo. Al hijo lo tenían breado las pulgas del perro. La madre vivía en una indigestión continua de pastel de boniatos. En cuanto a los abuelos: él dormía la mona ocho horas al día, mientras ella intentaba despabilarlo pinchándole con las agujas de tejer. “Prueba tú. A mí me ha sido imposible hacer algo decente con ellos”, dijo El Enviado al relevo.

PRESENCIA
Hace ya tiempo que aquí nadie cree en los milagros. Nada de multiplicar los panes y los peces, ni de estrenar ropa reciclada que parecía brotar de los dedos de mamá, ni de comprarnos chicles y lápices de colores. Él dijo que ella había muerto y prohibió su nombre en la casa. A veces, cuando despierto por la mañana, meto mi cabeza entre las sábanas. Mi pelo huele a lavanda. Mi pelo huele a mamá.

10/6/10


ENGAÑO

“La carne rebozada fría no vale nada, y el helado se está deshaciendo”, afirmó, con cara de asco, la noche del veintiuno de julio. Pero todos sabían que tenía el estómago en un puño. Excusas. Como cuando dijo que con la inseguridad que había en las calles, ¿para qué salir? En los últimos meses había tejido una red de mentiras donde caer sin hacerse daño. Se levantó despacio y, mientras el funcionario retiraba la bandeja, miró a través de la ventana y vio, bajo la luz de la luna, el cadalso levantado en el patio. “Hace frío, ahí fuera”, dijo con un estremecimiento.

SUTILEZAS


La carne rebozada fría no vale nada porque nadie hay a la mesa. El vino sin dedos que lo descorchen, se calienta en la cubitera. El sol, sin la sombra del castaño, es pura insolación. La luna sin enamorados, una roca muerta. La Tierra sin niños, una pelota que gira. Manos que no arropan, no acarician, no dan. Mano sobre mano. Mis arterias, túneles de sangre congelada. Nada me retiene aquí. A no ser por ese aleteo de colores en el cristal de mi ventana.

7/6/10

RELATO INCLUIDO EN EL LIBRO


CHOCOLATE

Verdaderamente, una delicia para los sentidos la cocina de mi abuela. Debía aprobar las asignaturas pendientes en septiembre, pero yo pasaba más tiempo entre pucheros que estudiando. Me gustaba el color de las zanahorias, los golpes del cuchillo en la madera, fileteando ajos y picando cebollas. Me gustaba mi prima y a ella le gustaba hundir el dedo en la cazuela donde se enfriaba el chocolate negro, sacarlo con un dedal tibio y meterlo en mi boca. Dejé las perífrasis verbales y me incorporé al trajín de los guisos y los asados. Decidí que sería cocinero, pasaría el resto de mi vida entre fogones, y desnudaría con mi lengua el dedo de mi prima Merche.

3/6/10


INTRUSO
La cena se enfriaba en la mesa. Los periquitos soñaban con una montaña de alpiste, bajo el paño negro que tapaba la jaula. El gato devoraba periquitos, dormitando a los pies de la cama. La mujer, con la sartén en la mano, yacía en el suelo de la cocina, y soñaba con nada. Los niños hacían caso a su mamá y jugaban al escondite con el afilador de cuchillos.

RECELO
La cena se enfriaba en la mesa todas las noches. Allí nadie probaba bocado. Miraban la comida, la olían, la esparcían en el plato con el cuchillo. La abuela jugaba con la lengua a meter y sacar la dentadura. Papá pasaba las púas del tenedor por la loza, provocando el rechinar de dientes de doña Úrsula. Uno tras otro abandonaban la mesa y me buscaban en las caballerizas. Pan y manzana: seis euros. Vaso de leche con galletas: doce. Una nota anónima de advertencia a cada uno, y el “pequeño bastardo”, como solían llamarme, se estaba haciendo rico.