25/2/18

ABEJAS SIN MIELES

Tomada de la red




Dices que me quieres.
Dices.
Con tu sonrisa degradada
en mueca
cierras la puerta.
Te asomas a la ventana
y me saludas con el adiós
desganado de tu mano derecha.
Y con la izquierda sujetas el móvil
que te conecta con ella.
Ella.
Otra.
La otra.
Esa.
La que distrae tu atención.
Ríes.
Carcajadas
que me alcanzan en la calle
donde caen bajo las ruedas
del abandono
las víctimas.

15/2/18

VECINDAD. FINALISTA DE LA XI EDICIÓN “AMOR EN 1 MINUTO"




La señora Maruja, del sexto, últimamente nos echa las granzas de café encima. Anda distraída. Paciencia. Perdió a su perrita «Venus» hace poco. A Celestino, el del quinto, le gusta asomarse a la ventana, y cuando ve a Dolores, la vecina de enfrente, trajinando en la cocina, la ceniza del cigarro, abandonado entre sus dedos, se desploma sobre nuestras cabezas. Lo entiendo: está enamorado de ella. Pero aguantar a Jennifer, la niña del cuarto, todo el día con el palito intentando tirar nuestra casa abajo, es insufrible. Tendremos que construir nuestro nidito de amor en otro árbol, mi querida pajarita.

10/2/18

CAMPO DE CEBOLLAS

Tomada de la red

Debajo de mis párpados cerrados.

Ahí resides y vienes a buscarme cada noche.



No sé  si hay un hueco infectado,

en este saco de huesos,

que sostiene mi cuerpo descarnado,

donde reside el dolor palpitante y sin tregua.

O es un todo que agota el soplo de vida.



Entierro  la espada de la ira debajo del jergón

donde  anidan los parásitos.



Debajo de mis párpados cerrados

se expanden soles, lunas y planetas.

En el centro de mi universo reinas tú.



Cuando nuestras miradas se cruzan

de paso por el patio, cada uno a su destino,

los ojos hundidos, la boca en una línea amarga,

se  transmutan en sonrisa de esperanza y luz.



Exigirle a nuestro cuerpo agotado que aguante,

un nuevo amanecer, día a día.

Acercarnos a la salvación y el reencuentro.

Cada uno desde su determinación.


Arañaremos los minutos, los segundos de vida.

Le ganaremos la batalla al tiempo del terror.

Y nos fundiremos en un abrazo.

Nunca más separados por alambradas.








4/2/18

EL LUTE Y LOS ESPEJOS CÓNCAVOS Y CONVEXOS


Tomada de la red



Aquella casa, ¡ay la casa sin gallinero ni gallinas! Blanqueada y limpia. Mejor que la chabola, qué duda cabe, del maestro merchero. Ni punto de comparación con las penurias del hombre. Tampoco con su talento para darles esquinazo a los guripas.
Mi padre era un chatarrero que, como se veía venir por las ascuas en sus ojos y el babeo cada vez que se la cruzaba en la calle, se fugó con la hija de la Florerilla, una morenita muy guapa, y dejó a mi madre con una mano delante y otra detrás y una nueva barriga. Aunque, eso sí, él nunca pisó la cárcel a pesar de que se rumoreaba por los pueblos, que andaba con la radial afanando raíles de tren. Tenía la costumbre de ir de un lado a otro siguiendo el camino de las vías, y en una de esas, como estaba más sordo que una tapia por unas infecciones muy malas, no oyó venir al tren y se lo llevó por delante. Me quedé sin padre y sin las monedas que mi madre me mandaba ir a mendigarle. Así que tuve que buscarme la vida yo solito. Porque no iba a cargar con los cinco mocosos que andaban todo el día con la boca abierta como polluelos hambrientos.

La primera vez que me enchironaron fue por aliviar bolsillos ajenos de sus carteras. Pasé un tiempo entre rejas, en compañía de todo tipo de pillos. Allí conocí al Culebras. Mercadeaba con hierba y pastillas. Lo que le caía en mano. Un tío legal el Culebras. Si ibas a medias con él, siempre repartía. Con él me metí en el negocio. Y ahí me desvié del camino del maestro. Pero, como ya he dicho, tenía que buscarme la manduca. Entraba y salía de la cárcel como Pedro por mi casa. ¡Vamos que me saludaba todo dios! ¿De vuelta Escalichao?, poco has tardado esta vez, me saludaban los guardias. El Culebras y yo, dos celebridades.

De pasar por la biblioteca, nada. Coger un libro, ni en broma. Lo intenté, por seguir los pasos del maestro, pero era un coñazo eso de la lectura del loco ese que andaba peleando con molinos. Aunque yo al Culebras lo ganaba en educación. Sabía leer y escribir, lo que el desgraciado, ni la o con un canuto. Eso tengo que agradecerle a mi padre. Él me enseñó las letras, a pescozón limpio, que venían en los libritos de papel de liar tabaco.

Mi actividad en el trullo iba ligada al trapicheo. Al Culebras le pasaba la mercancía un guardia y él la guardaba en su celda, vete tú a saber dónde, y luego la distribuíamos bajo pedido y canjeo de pago en el momento de la entrega.

El Esquinao era un mal bicho. Uno de esos que no te miran bien; y no porque fuera bizco, sino porque era puro veneno. Quería de todo para luego revenderlo él. En cuanto el Culebras se pispó del asunto, le cortó el grifo.

Que fue obra del Esquinao el incendio de la celda del Culebras, no quedó la menor duda. Del sofoco, al colega le arreó uno de esos yuyus que lo dejan sin conocimiento y que lo llaman ausencias. Y el menda, o sea yo, me lancé como un poseso dentro y lo saqué a rastras porque me dio por pensar que con él se achicharraba el negocio.

Y aquí estoy, en el hospital, con vendajes que me cubren la cara menos los ojos, con el Culebras a mi lado, tan quemado o más que yo. Me llaman héroe. Soy el puto héroe. Recibo toda clase de visitas y parabienes. Hasta el alcalde ha venido a visitarme. Yo me dejo querer. A ver qué puedo sacar de todo esto. Porque digo yo que algo tiene que sacar quien arriesgó el pellejo por salvarle la vida a este desgraciado.

1/2/18

EL CAMBIO






Aquella humedad. Si cierro los ojos a la luz del sol de la tarde, aún la siento pegada a la piel. Pero enseguida vuelve el mar cremoso y verde, espuma de algas que lamen y curan, lamen y curan. Las dos saludando a la cámara. Bellas. Sin escamas. Las escamas son para los peces, decía mi hija entre pucheros y lágrimas. La hartura de los corticoides, del Ditranol, de tantas y tan inútiles medicinas. Duli, mi Duli, me miraba y se veía en mí. Yo era la culpable, aunque no lo decía. Y así caían los días con lluvia, uno tras otro, hundiéndola, hundiéndome en la desgana, el desaliento de no poder con aquella enfermedad boba que amargaba a mi niña. Da repelús tocarte, dijo el chico que le gustaba.

     Abro los ojos y veo alejarse el día en el horizonte. Duli se pasa la mano por un brazo. Alex corre detrás de Fosqui que brinca y ladra a la rama a la deriva que mece el agua. Alex. El pequeño. Nuestro pequeño. Con el pantalón caído y el pelo revuelto. No quería renunciar a sus amigos. A pesar del cielo siempre plomizo. A pesar de la lluvia pertinaz. Lo hago por Duli, cedió después de días enfurruñado. Si no me gusta me vuelvo con la abuela. Y míralo ahora, lleno de sol y vida. Suben y bajan sus pies desnudos levantando la arena dorada, como chanclas en sus talones. Un grupo de muchachas, cuchichean y ríen a su paso. Él corre y las mira.

     Duli sacude la arena de su cuerpo, levanta los brazos al cielo, se despereza. El pareo se desata y cae a sus pies. El heladero suelta la nevera y se agacha para recogerlo. Los dos se sientan en la arena con un polo de limón y naranja.

      Mario ha dejado hace rato el libro y me está mirando. Pasa el brazo por mis hombros. Sonríe. Se está bien aquí, dice. Asoman las primeras estrellas entre azules y morados. Se está bien aquí, repite. Y yo le digo que sí, que nada hay mejor que la luz del sol en un atardecer en cualquier lugar del mundo.