28/9/10

YO TAMBIÉN VOY



Yo voy

ALMUDENA GRANDES 27/09/2010


Porque no quiero que mis hijos vivan peor de lo que he vivido yo. Porque no es justo que los trabajadores paguen la cuenta de una crisis que ha enriquecido a sus responsables. Porque este Gobierno no ha reinstaurado el impuesto sobre el patrimonio, no ha gravado a las grandes fortunas, no ha incrementado el tipo impositivo de las Sicav, donde los más ricos invierten el dinero que les sobra para contribuir a los gastos del Estado con un mísero 1%, y a cambio, ha castigado a los más débiles con una reforma laboral inadmisible. Porque no se puede admitir que un empresario despida a sus empleados con cuatro días de antelación, solo porque "prevé" pérdidas para el próximo ejercicio, ahorrándose de paso más del 50% de la indemnización. Pero, además, porque la crisis está sirviendo para enmascarar un cambio de ciclo destinado a liquidar el Estado de bienestar. Porque si no hemos sido capaces de exportar nuestro progreso a los trabajadores de las grandes potencias emergentes, como China y la India, lo que nos espera es la importación de sus espantosas condiciones de trabajo. Porque Occidente ya ha recordado que esclavizando a la gente se gana mucho más dinero. Porque detrás de los recortes de derechos laborales, vendrán los de derechos civiles. Porque siempre habrá una agencia calificadora, o un premio Nobel, que proclame que los retrocesos son imprescindibles para avanzar.


· Y, sobre todo, porque digan lo que digan Zapatero, Salgado o el sursuncorda, los trabajadores somos el motor de la economía. Porque ni los bancos, ni las multinacionales, ni las grandes cadenas pueden subsistir sin nosotros. Porque si nosotros paramos, se para todo. Porque hemos heredado, junto con nuestros apellidos, la experiencia de que no existe otra manera de proteger nuestros derechos. Por todo eso, yo voy a la huelga general del 29 de septiembre.

26/9/10

LA PIEL




Cuando me secaba con la toalla después de la ducha, me di cuenta de que la piel se estaba separando de la carne del empeine de mi pie derecho. Le puse mucha crema, la cubrí con un calcetín negro y bajé a la calle. En el jardín, las varas de los rosales se habían coronado con los primeros capullos, y a cada lado de la calle las mimosas pintaban con lunares amarillos un cielo sin nubes. Abrí el coche y antes de ponerlo en marcha, volví a mirar mi pie. La piel se había marchitado hasta el tobillo. En la oficina, me levanté cada media hora de mi silla de trabajo para ir a los servicios, quitarme el zapato y el calcetín y comprobar el avance del proceso. A eso de las doce, había llegado hasta la rodilla. Salimos a tomarnos unos sándwichs y retoqué mi maquillaje varias veces para poder observar mi cara en el espejito de la polvera. A las cinco de la tarde, cuando bajábamos apretados en el ascensor, sentí el roce de la piel seca en el tejido del pantalón, a la altura de la cadera. Volví a casa deprisa, me desnudé frente al espejo y evalué la situación. Fui al teléfono y avisé a Maribel de que me encontraba enferma y no iría al día siguiente al trabajo. Por la noche, me preparé un sándwich de lechuga y tomate, vi un rato el canal Natura de la televisión y después me fui a dormir. Soñé con camaleones de uñas largas y escamas con los colores del arco iris, que sacaban sus lenguas enrolladas, las soltaban como un látigo y silenciaban el canto de los grillos. Soñé que yo babeaba por uno de aquellos grillos. Por la mañana, el proceso había llegado hasta los brazos. Mientras desayunaba un café con leche y una tostada, aplasté una hormiga que caminaba por la mesa. Me llevé el dedo hasta la boca y chupé la hormiga pegada. A media mañana mi cara estaba envuelta en un pellejo parecido a las tripas para hacer chorizos. Me desnudé y volví a mirarme en el espejo. El proceso se había completado. Me senté en el suelo y con las dos manos comencé a subir desde los pies, como hacía con las medias, aquella piel muerta, hasta sacarla por la cabeza. Acabé a mediodía. Eché la muda a la basura, me vestí y salí de casa. Fui a la consulta del médico para pedir el justificante y mientras esperaba, sonreí al imaginar que al día siguiente, como venía ocurriendo todas las primaveras, ellas comentarían con envidia el aspecto delicado de mi piel, igual que la de un recién nacido, y me pedirían consejos y el número de teléfono de mi esteticista, y ellos se acercarían a mi mesa para intentar conseguir una cita
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23/9/10

ÚLTIMA NOCHE DE FERIA

Cada noche, pego la almohada a mi cuerpo, el brazo izquierdo debajo, el derecho arriba, en ángulo con la cabeza, los dedos cerrados en un mechón de pelo, tirando un poco; la pierna derecha flexionada, encima. Así me acerco al sueño, tonteando con él, sin decidirme a dejar atrás el día. Noto el salto y toco la bola de pelos a los pies, que tampoco duerme, atento a los tacones y las risas en la calle, y la música que llega en oleadas desde la plaza. Otro salto al poyo y allí se queda mirando a través de las ranuras de la persiana. Sueño. Empujo la puerta de hierro, entro y recorro los caminos de tierra. Me detengo ante las letras doradas, la ñ rota como si hubiesen descargado un martillazo en la piedra. Al lado, la viuda con el niño de la mano: pantalón corto de franela gris y chaqueta azul marino. “Caídos por Dios y por la Patria”, y varios nombres con el mismo apellido. El niño se suelta de la mano y camina hacia la salida poblada de cipreses. Lo sigo. Se agacha y coge una bola verde y cuarteada del suelo. Huele fuerte. Mete la mano en el bolsillo del pantalón, saca una navaja, la abre y corta la bola en dos, luego me muestra las calaveras en sus mitades. “Ponte en pie, alza el puño y ven, a la fiesta pagana...”un golpe de aire caliente arrastra hasta mi ventana la música y me aleja del niño. En la confusión que va del sueño a la vigilia, estoy en la Plaza de España saltando en un lateral del escenario donde actúa Mago de Oz; luego vuelven los tacones acercándose, las risas, las voces, la persiana golpeando la pared y el gato echado. Miro el reloj: las cinco de la madrugada. Me doy la vuelta arrastrando conmigo a la almohada. “Cartagenera”, “Cerezo Rosa”, “Esperanza”. Van llegando las canciones con claridad. Tarareo, me muevo, atravieso mi cuerpo en diagonal, en la cama, agarro el frío del níquel de los barrotes cuadrados con surcos que repaso con la yema de mis dedos. Hay un descanso. Desde el reloj del Ayuntamiento llega la hora en golpes de metal. “A ver si sabes cuántas campanadas ha dado desde que se colocó en el año cuarenta y siete, teniendo en cuenta que estuvo parado dos veces. La primera durante dos días y la segunda, un mes”. Mi padre y su amor por los relojes. La mesa camilla y, sobre el hule, la caja de zapatos, llena de relojes de cuerda. Y él abriendo la tapa de uno y dejando al descubierto las ruedecillas dentadas. El destornillador pequeñito, la aceitera, las pinzas, y sus dedos deformes doblegados por una paciencia infinita. Los engranajes cogiendo el nuevo pulso de vida. Siento los golpes rápidos del corazón. Taquicardias. El silencio roto por oleadas de gente que se retira de la plaza, se quiebra definitivamente con la voz del vocalista anunciando la nueva tanda de canciones. El gato salta a la cama y se estira. Me doy la vuelta y hago otra diagonal en la cama sin soltar la almohada. Golpeo con las uñas el níquel siguiendo el ritmo de las canciones. Más riadas de gente. Interpretan una pieza de Santana y se despiden. Una moto tritura el silencio, más tarde, dos coches acelerando y frenando, y los gritos de los conductores y la música bacalaera amasada con gasolina que entra en mi habitación. Pasan más tacones, más risas y conversaciones rotas. El pueblo se calma. Duermo. “Vamos María. Los turrones de coco y de nueces, la garrapiñada, la perita en dulce, los mazapanes.... Cinco euros el lote”. Grita el vendedor de feria por el altavoz pegado a la cabecera de mi cama. No dejará el rincón hasta que haya despertado a todos los vecinos de la calle y salga alguno y compre para que se vaya, pienso mientras miro la almohada en el suelo y mis brazos extendidos abrazando tu ausencia.

17/9/10

CADENA SER Radio Castellón. Ganador viernes 17 de Septiembre


Y la señorita dijo: usted no se mueva de aquí, enseguida vuelvo. Y fue tronco sin hojas cuando llegó el otoño. Ramas desnudas, en invierno. Yemas, al alcanzarlo la primavera. Y frutos en verano. Entonces, ella regresó.

16/9/10




ESPONJAS

Mi padre era una esponja azul cobalto que volvía sucia de los Juzgados. Mi madre, una esponja verde hierbabuena que cocinaba suculentos platos en la cocina de nuestra casa. En cuanto él llegaba y se sentaba en su sillón, ella se acurrucaba a sus pies en la alfombra. Entonces él exprimía toda la carga de malos tratos, abandonos y odios y ella los iba absorbiendo hasta cambiar su color por el del hollín, mientras él recuperaba su color natural. Yo era la esponja violeta que andaba de puntillas por sus vidas. Un día mi padre no encontró a mi madre a su regreso y reparó en mí. Me hizo sentarme en la alfombra y me pasó toda la basura acumulada en un día de trabajo. Yo era un niño, no tenía dónde dejarla, ni podía marcharme. Y ahora, señorita, que ya conoce la razón de mi mal aspecto y el porqué de apuntarle con una pistola, entrégueme todo el dinero de la caja.

11/9/10

ALGUNOS MICRORRELATOS VERANIEGOS



EMP
ACHO
Fue rápida. Levantó el pie, su empeine rebasando el charol rojo. Me cegó el brillo del tacón de cristal de aguja. Buscó el sitio exacto, antes de clavarlo en mi pecho. Admiro, por última vez, su cara de luna llena. “Mi gordita”, solía llamarla. Y a ella parecía gustarle.

HOJAS

Se ha levantado aire. Vienen en remolinos. Se retuercen. Buscan las rendijas de los adoquines. Intentan aferrarse. Suben hacia arriba y se estrellan contra los postigos. Se enrollan en los tobillos de los niños que juegan en la plaza. Y estos se sacuden los pies y las sueltan. El viento les dobla el espinazo, las arrastra. Corren calle abajo, calle abajo. Planean, caen y flotan hasta empaparse. Se hunden. El mar quiere aprender a leer.

VACACIONES

Cerré la puerta y dije: Me voy de vacaciones, pero él, claro, no me creyó. "No tienes agallas", dijo mientras arrastraba los pies hasta la cocina. Lo oí tirar de la anilla de la cerveza y volver al sofá. No iba a salirse, de nuevo, con la suya. "En cuanto acabe el partido querrá cenar. Entonces me echará de menos y me llamará a voces", me dije. Acabó el fútbol, metió una pizza en el microondas y abrió otra lata de cerveza. Se quedó dormido viendo una película guarra. Lo despertaron sus ronquidos y se fue a la cama. Y aquí estoy, en el armario, sin saber qué hacer y con una llorera de muerte.

PRONOMBRES PERSONALES

Nosotros íbamos juntos al instituto. Nosotros nos besamos por primera vez en la oscuridad de un cine. Nosotros nos casamos un día de primavera en una iglesia perfumada de jazmines. Nosotros tuvimos hijos que no fueron parejita. Nosotros nos peleábamos a menudo. Nosotros dormíamos en habitaciones separadas. Nosotros vivíamos vidas distintas dentro de la misma casa. Yo cogí un día el tren y me quedé para siempre de visita en el piso de mi hermano.

FIERAS

Cayó del cielo. Pequeño y gracioso. Me lo quedé. Llovió tigres durante una semana. Crecieron y se reprodujeron. Han ocupado el patio, la cocina y el baño. Acabaron con todos los animales del pueblo. Ya no tengo más carne que darles. Los oigo rugir al otro lado de la puerta.