31/12/10

UN AÑO. UN APUNTE DE VIDA.


¡¡¡FELiZ AÑO VECINOS!!!



Mientras en Irak se sigue muriendo y El Gran Criminal duerme sin conciencia, voy de casa al trabajo y del trabajo a casa, con un embrión de carta en mi cabeza. Tecleo, borro, vuelvo a teclear. Vuelan pájaros de largo recorrido.
Mientras los muertos se secan al sol, mi hermana y yo celebramos nuestro cumpleaños alrededor de una paella.
Mientras un ojo a ras de suelo sólo ve barro, yo veo estrellas corridas y metamorfosis en parras.
Mientras una niña saca de un pozo un cubo de agua enlodada, yo abro el grifo, lleno un vaso y lo dejo cerca de la pantalla del ordenador donde Estrella vende los mejores percebes del mercado.
Mientras África llora, yo río la ocurrencia de una chica de mi centro de trabajo.
Mientras la soberbia intenta cargar sus muertos sobre otras espaldas, yo cocino frutos del mar.
Mientras asaltan un barco de ayuda a Gaza, doy los últimos toques a una historia de mares embravecidos y naufragio de pateras.
Mientras la burbuja inmobiliaria estalla y vuelan los buitres con los bolsillos llenos, yo me enfado con las palabras que no quieren venir en mi ayuda.
Mientras unos cuerpos revientan con la metralla y sus madres lloran, yo sonrío cuando sorprendo al mayor acariciando al menor de mis hijos.
Mientras un niño tira de la teta desinflada de su madre, yo preparo unas verduras al vapor.
Mientras un indigente es fagocitado por sus costras en California, yo me manifiesto contra la reforma laboral y la privatización de la sanidad.
Mientras cada segundo mueren niños de hambre, yo intento calcular en la cola de la pescadería por cuánto me va a salir el arroz con bogavante de fin de año. Un año. Un apunte de vida.


(En la columna de la izquierda podéis leer los relatos que hicieron y hacen conmigo personas con discapacidad intelectual en los Centros Ocupacionales por donde voy pasando)

Y bueno, aquí un enlace por si queréis leer algún relato navideño mío: http://proyectosetra.blogspot.com/



28/12/10

FINALISTA DE "CUENTA 140"


Me jugué el décimo en la última timba. Le supliqué una muerte rápida, pero ella era muy suya.

25/12/10

CARCOMAS

Su poquito de cambio en estas fechas tan entrañables.


Un tirón de la cinta de la persiana y caen varias filas rotas de luz sobre la colcha. Agarra una silla por el respaldo, la levanta, la coloca al lado de la cabecera y antes de sentarse, arregla el embozo alisando los pliegues de la sábana con la mano derecha. Luego le pregunta cómo se encuentra esa mañana y, sin esperar respuesta, le regaña por el trocito de pan que dejó en la bandeja de la cena.

- No somos ricos y no se puede desperdiciar la comida. Mire a esos pobres niños de África comiditos por las moscas. ¡Cuánto darían por ese pan que usted despreció!

Busca con el reproche de sus ojos, la vergüenza del padre en las dos grietas que se abren entre las arrugas de la cara. Luego suspira muy hondo, entrecruza los dedos de las manos y las deja sobre el regazo. Pasan unos segundos de silencio con pespuntes de sierra en la madera del armario.

- Ahora mismo le traigo el desayuno. Café y el cuscurro de pan que dejó anoche, bien tostadito. Café poquito para que no se ponga nervioso.

Libera las manos, las baja y las cierra en los bordes laterales del asiento. Impulsa el cuerpo hacia delante, mueve la silla y las patas golpean y arrancan polvo rojo de los ladrillos desgastados. Acerca los labios a la oreja del padre.

- Con lo bien que habríamos estado los dos solos después de la muerte de madre. Pero no, tuvo que buscarse la compañía de esa mujer. Bien que le ha sacado los cuartos, no lo niegue. Iba a pagar a un abogado para que le pleiteara la casa que usted le dejó, pero me han aconsejado que no lo haga porque me puede salir más caro el collar que el perro. Sé que es una chabola pero, chabola y todo, era mía. ¡Cómo pudo, padre, hacerme eso!

Se levanta, introduce una mano en el bolsillo de la bata y saca un cuaderno, un papel de reintegro bancario y un bolígrafo. Lo deja todo sobre la mesilla, incorpora al padre, dobla la almohada y se la coloca en la espalda, acerca el cuaderno, pone encima el documento y le deja el bolígrafo entre los dedos de la mano derecha. Cuando el padre firma, lo guarda todo en su bolsillo y se aleja hacia la puerta.

- Sepa usted que esa mujer ha tenido el atrevimiento de venir con la intención de verlo y que no la he dejado pasar del umbral. Mientras yo esté aquí, ella no pone los pies en esta casa.

- ¡Mala puta!

- ¿Ha dicho algo?

- Nada.

- Me había parecido. Ahora mismo le traigo el desayuno.

23/12/10

OTRA VEZ NAVIDAD

Como os ha dado a todos por el tema navideño, pues ahí va una contribución.

El ángel se columpia suspendido de un hilo sobre el tejadillo y las madres trabajan lavando pañales infinitos en el río y el pastor cuida la oveja coja y mamá oca lleva detrás a sus pequeños a nadar en un río de papel plata y tres camellos soportan con elegancia a tres Reyes Magos con su estrella guía sobre la cabeza y la Virgen mira embobada al Niño en cueros y con cara de no pasar frío y San José aguanta el tipo y el burro y el buey están un poco descascarillados pero siguen caldeando el Portal de Belén con su aliento y una mano de la tercera generación de la familia incluye una nueva figurita en el Nacimiento: señor abonando el musgo y todos lo miran con recelo. Otra vez Navidad.

20/12/10

DIFUNTOS


Saqué el vestido, las medias y la rebeca, todo negro, y lo dejé preparado sobre la silla. Les di betún y restregué bien los zapatos; quedaron como espejos de carbón. Bien ordenados debajo del asiento. Hasta un lazo de seda color azabache, compré. Todos los años veía pasar desde mi ventana a las vecinas, con los ramos y las coronas calle abajo, hacia el cementerio, y yo sin ningún muerto a quien llorar. Fui a la cocina, me agaché, cogí los polvos debajo del fregadero y eché una cucharada en la sopa de mi querido esposo.

17/12/10

VUELO DE LARGO RECORRIDO (incluido en el libro "10 CARTAS DE AMOR" )

Querida Eloísa:

Nunca me gustaron las palomas. Tampoco pensé que un día abandonaría mi casa. Tú siempre quisiste a las palomas. Yo odiaba el zureo en el alféizar de la ventana, su andar a pasitos cortos, la voracidad que las hacía pelearse entre ellas por una miga de pan, lo sucias que eran que lo dejaban todo perdido de porquería líquida. No acabo de comprender como tú, tan pulcra, puedes tenerles tanto aprecio. Al poco de mudarte, te vi en el rellano de la escalera de la mano de tu madre. Ibas con los zapatos brillantes, los calcetines rosas y el vestido de flores, que parecías una princesa. Miraste mis botas embarradas y arrugaste la boca con ese mohín que te sale cada vez que algo te desagrada. Fue la primera vez que me hiciste sentir mal. Luego vendrían otras. Pero esa la recuerdo porque conocí la vergüenza. Escupí sobre el cuero, saqué el pañuelo blanco del bolsillo y las limpié con él. Aquello me costó un fin de semana castigado en casa. Tuve tiempo para pensar en ti, también para ahuyentar a las palomas del alféizar de tu ventana con las piedras de mi tirachinas. Tú asomabas una mano con cuatro hoyuelos y muchas pecas, la abrías y dejabas caer las migas de pan. Luego ocurrió lo del accidente; porque eso fue Eloísa, un desgraciado accidente. Nunca quise darles. Pero ahí estaban, apelotonadas, voraces, picoteando tus migas. Tiré a bulto y la piedra le rompió una pata a la paloma. A ver qué otra cosa podía hacer ¿enterrarla? Eso hubiera sido un desperdicio. Ya sé que lloraste y que yo no debí decirte aquella estupidez de ave que vuela a la cazuela. Si pudiera volver atrás, no la cogería del parque donde cayó, ni se la llevaría a mi madre para que la guisara. ¡Hay que ver cómo son las madres! Todo lo cuentan a las vecinas. Me odiaste, lo sé. A mí, en cambio, cada día me gustabas más. Me distraje tanto contigo que no atendí a otros alicientes de la vida. No, no es un reproche. Pero quiero que lo sepas. Iba de la escuela a casa. Merendaba a bocados rápidos y enseguida estaba en la ventana, esperando a que tu mano saliera a alimentar a las palomas. No lo creerás, claro, porque tú no puedes ver maldad en ellas, pero yo observaba cómo se picoteaban unas a otras en la cabeza hasta hacerse sangre, todo por tener un sitio en ese comedero en que convertiste el poyo de tu ventana. Durante estos años, he visto asomar la piel suave de tus manos, con pequeñas pecas doradas, y los dedos largos aleteando como mariposas. Las he visto con manchas pardas, los nudillos hinchados y la piel abultada por ramificaciones azules. Siempre a las mismas horas. No podías descuidar a tus palomas. Tampoco yo podía descuidarte a ti. No puedes imaginar mi inquietud cuando no vi tu mano asomar a la misma hora de otros días. Se me hizo eterno el tiempo que tardó tu hija en venir a abrir la puerta. ¡Ay, Eloísa, qué testaruda eres! Tú y tus manías de poner cada cosa en su sitio de siempre. El tarro de las lentejas, arriba, en el último estante del mueble de la cocina. Y, claro, tuviste que subirte a la escalera. Date cuenta de que esa obcecación tuya te ha llevado a donde estás. Pero no, no quiero hacerte reproches. Siempre fuiste así: ordenada y pulcra. También muy testaruda. Yo en cambio. Bueno, ya lo sabes. Por eso no entendía lo de las palomas. Tampoco por qué te casaste con él. Os veía salir y entrar del portal, agarrados del brazo como dos amigos. No te ofendas, pero nunca vi ni un asomo de pasión entre los dos. Lo tuyo con los chicos era un ir y venir. Algo así como el cambio de vestido. Cuando tu madre dijo que te casabas, pasaron muchas cosas por mi cabeza y creo que llegué a odiarte un poquito. O mucho, no sé, ya no me acuerdo. En cambio sí recuerdo con qué fuerza deseé que lo aborrecieras como te había ocurrido con otros. Pero no, seguiste adelante. En medio de mi desconsuelo, saber que te quedabas a vivir un piso más abajo, fue un alivio. Continué espiando tus manos. Sólo tenía que asomarme un poco más. Luego nació tu hija y salías con ella al parque. Ahí cogiste la costumbre de llevarte el pan duro en una bolsa para seguir alimentando a las palomas. Te cubrían, insolentes y voraces. Picoteaban tus zapatos, incluso tus manos, conocedoras de que nunca les harías daño. Pero ellas a ti sí, porque pude ver alguna marca cuando las abrías para soltar la carga de migas en la ventana. Te seguí al parque y cuidé de tu niña. Porque a veces, ni cuenta te dabas de que ella se echaba de cabeza por el tobogán, tan ensimismada estabas con tus palomas. Luego él murió y volviste a ser mi vecina de planta. Vigilaba tus salidas a través de la mirilla para hacerme el encontradizo, sólo por escuchar tus buenas tardes; secas y distantes, sí, pero eran mías, las decías para mí. Te ayudaba a plegar el carrito para que pudieras bajar en el ascensor con la niña. “No se moleste”, decías, aunque me dejabas hacer. No sabes cuánto detestaba ese tratamiento de usted. Tú bajabas primero y luego yo, y aún quedaba un rastro de colonia en el ascensor. Fui a una perfumería y mareé a la dependienta con frascos y más frascos hasta que di con ella. Todas las noches echaba unas gotas en mi almohada y era un poco como tenerte a mi lado. Ahora ya lo sabes. Aunque yo creo que algo sospechabas. Porque a veces, cuando ibas sola y bajábamos juntos, olfateabas el aire y me mirabas a hurtadillas con una pregunta en los labios que nunca llegaste a formular. Yo seguía tus pasos, y cuando tu hija se fue y tu andar se hizo torpe, estuve atento a quitar cualquier estorbo en tu camino; pero no podía evitar lo que ocurriera dentro de la casa. Tu hija contrató a una sudamericana para que cocinara y te llevara al parque todas las mañanas, y yo me hice amigo de ella y así pude sentarme en tu mismo banco y competir contigo por las palomas. Tú abrías la mano y llenabas el suelo de pan; yo de arroz. Y ellas rodeaban mis zapatos. Supongo que estaban hartas de pan. Entonces quisiste saber qué les echaba y tuvimos nuestras primeras palabras más allá de los saludos fríos del portal y la escalera. Aquella noche puse muchas gotas de tu colonia sobre mi almohada y te sentí más cerca que nunca. Después vinieron otras mañanas y la señora nos dejaba solos en el banco mientras ella charlaba con sus compatriotas. Llegué a rozarte ¿recuerdas? Fue cuando me pediste un poco de arroz y puse mi puño sobre la palma de tu mano. Me demoré y tú no la retiraste. Desde entonces, fue como si tuviéramos una cita diaria en el parque. Te ibas a mediodía y ya sólo podía ver tus manos por la tarde, cuando le dabas de comer a las palomas en la ventana. Pero estabas tan cerca, a diez pasos de mi puerta, que cuando te acostabas, casi podía oírte respirar al otro lado de la pared. Tú y mi casa, eso era todo lo que yo quería. Porque ya te lo he dicho, nunca pensé en abandonarla. Mi vida, mis recuerdos, todo está entre estas paredes y me habría gustado quedarme hasta el final. Eso era lo que yo deseaba Eloísa, pero tú has tirado siempre de mí sin saberlo. Y ahora ha llegado el momento de seguirte al lugar donde tu hija te ha llevado para que no pases las noches sola, ni vuelvas a subirte en una escalera con un tarro de lentejas. Me voy contigo. Dejaré el piso cubierto de arroz y migas de pan y la ventana abierta para que las palomas puedan entrar y salir de mi casa. Y en unos días, cuando esté contigo, guardaré el pan de cada comida, bajaremos todas las mañanas y todas las tardes al pequeño patio de la residencia, tomaremos el sol y echaremos migas al suelo. Ya verás como en poco tiempo vuelves a tener a tus pies a tus amigas las palomas.

Tuyo: Alberto Rojas.

14/12/10

FINALISTA DE "CUENTA 140"


Mi madre tenía un oído muy fino. Cada vez que abría el cierre metálico de su monedero, me pillaba. Le regalé un tambor a mi hermano.

10/12/10

ESCARCHA EN LAS MANOS (finalista del concurso de poesía convocado por ArtGerust)



 




La cebolla es escarcha 
de la mañana.
Espuma dulce en las encías.
Piel de las manos.
Gachas de madre
con picatostes
sobre las trébedes.
Crecen los cuentos infantiles.
Suben fatigosos, ancianos.
La juventud,escarcha tierna,
se desvanece.
La oscuridad se desmiga
sobre nuestras cabezas.
Se lleva amores
adolescentes.

DOLOR DE VIDA



A su derecha pasa una ventanilla de coche. Medias gafas sobre el caballete de una nariz y una patilla enganchada en una oreja, una goma recogiendo el pelo en una coleta, un hombro, el brazo y la mano sujetando un volante. Acelera. Al frente, las líneas de la carretera unidas bajo un horizonte turquesa que se estira en morado y expande en violeta. Torres de acero, puentes colgantes de cables y boyas, salvavidas para no ahogarse en un mar de cielo. Una franja blanca de avión rasga el papel de la tarde. Acelera. Nada a dónde agarrarse. A su izquierda, un torreón derruido y un pájaro que vuela en círculos sobre dos cuernos en un campo yermo. Delante, una lona amarrada a la caja de un camión. En un lateral asoma la cabeza de una oveja llorona. Acelera. Dos rectángulos de caucho estriado en zigzag. Luces de frenado. El morro bajo el camión y él sobre el asfalto.

Toca la rugosidad del suelo. A un lado, la oveja muestra el interior de su vientre. Una mancha roja sale de algún lugar de su cuerpo de hombre roto, escurre, alcanza la del animal y ambas se mezclan. La oveja bala su dolor. Él pierde peso y se aleja de la frialdad del asfalto. La noche viene con luna llena. Amanda y la playa. Arriba se desdibuja el día. Amanda echada sobre un banco de sueño. La nada. Dormir y no despertar nunca más al vacío. Siente el aliento en la cara y el calor húmedo de una boca que rodea la suya y lo invade con bocanadas de aire tibio que le obligan a respirar. Siente, y una gota se abre paso en su interior de muerto, llega al lagrimal y lo desborda. Cosquilleo de lágrima, sobre un trocito de piel, que se extiende, invade, penetra y entra a borbotones en el caudal de su sangre. Dolor que se transforma y brota en angustia. Quiere y se aferra a esa boya, antes de que se la trague definitivamente la noche.

6/12/10

FINALISTA DE "CUENTA 140"



Presentó una reclamación en la oficina del consumidor por unas sardinas en mal estado. Murió de viejo. La reclamación sigue su curso.

2/12/10

REVISTA A-Zeta


LA COLADA DE LOS LUNES

Los lunes había colada. No me cansaba de mirar, desde mi terraza, las prendas íntimas, negras, rojas, blancas y rosas, cogidas con pinzas de colores del tendedero vecino, Al atardecer, como por ensalmo, desaparecían.

La última noche de vacaciones, mis amigos y yo nos armamos de valor y visitamos el lugar prohibido. Elegí a la chiquilla de pelo corto y piernas largas. Se quitó el vestido. Delimitando el vientre plano, las caderas estrechas y los muslos tiernos de niña, descubrí una de aquellas prendas. Intenté tragar saliva. Fue como si un hueso de albaricoque se hubiera atravesado en mi garganta.

AMAGOS

Estoy preparado, dijo. La abuela siguió con el ganchillo. Mamá se fue a la compra. El tío Antonio se despidió hasta el día siguiente. Mi hermano se encerró en la habitación y puso la música a tope. En cambio yo, esta vez creí a papá. Abrí el armario y saqué el traje gris marengo, la camisa blanca, la corbata azul, los calcetines y los zapatos negros. Luego me senté a esperar. Enseguida se le puso cara de muerto.