21/9/08

GANAR BATALLAS.
(Todos somos diferentes. Relato incluido en el libro)

AUTORA: Lola Sanabria

Le digo: “¡Ríndete!, no puedes ganar”. Pero Jerónimo continúa erguido en su caballo, con su penacho de plumas, a la cabeza de la fila enfrentada a los casacas azules. Esperan al niño que los dejó en el umbral de la habitación. “¡Ríndete!”, grito entre sueños, y mi marido me despierta de la pesadilla.
Mientras desayuno repaso esa escena que se ha quedado enquistada en el sueño pero que continuó en la realidad. Porque el niño volvió de su pelea con la muerte que lo mantuvo maltrecho días y noches interminables en una cama de hospital. Volvió y Jerónimo venció a los soldados guiados por su mano pequeña. Batalla ganada, aunque la historia se encargaría de que perdieran la guerra. Y ahí están, me digo, unos cuantos, en reservas como animal
es. Nada que hacer. Voy a la ducha y el agua se llena de espuma y limpia y se arremolina a mis pies. Pronto estaré en mi trabajo. Pronto la veré y la oiré decir: “No tengo plata suficiente para volver a mi país”. Y yo haré como el otro día, callar.
“Ríndete, mujer, tienes la batalla perdida”, susurro de camino al metro. Nadie le hará caso a ella. Nadie. Debería haber sido más discreta, pasar desapercibida. Una más. Pero no, tuvo que mostrar sus habilidades. “Miren ustedes qué fácil de hacer”. Y puso en marcha un taller de marionetas. Ella. Tonta. No sabe que no se puede perdonar que sea peruana y lista. Que tenga casa, que sus hijos vayan a la universidad, que trabaje duro para prosperar. “Qué rico esto, qué rico lo otro”, dice porque todo le
gusta. Confiada. “No, mamita, yo no hice tal cosa”, se defendía. Pero el pico del pañuelo multicolor salía del bolsillo de su pantalón. Lo sé. Yo lo sé. Sé quién lo puso allí. No dije nada. Es un sitio pequeño y me dejarán sola, aislada, me digo mientras el metro abre sus puertas en la estación de Lago. Dos negras suben y se cogen de la barra. La chica que está a mi lado frunce la nariz y se retira. Pero huelen a sueño. “¡Será imbécil!”, digo entre dientes. “Soy imbécil”, concluyo.

Jerónimo ganó una batalla, mi niño ganó la guerra, las negras alzaron la cabeza con dignidad, Rosa, la peruana, tendrá quien la defienda. Entro en mi lugar de trabajo, ficho, y antes de que alguien me dirija la palabra, pregunto por la directora. No voy a callar.

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