9/2/17

ABRAZ0

 
Tomada de la red.
Hundo mis dedos en la tierra removida y mis manos desaparecen y buscan los hilos de la raíz de este árbol de agujas verdes y brillantes, rabiosas de luz. Hambriento. Dejo que mi cuerpo se deshaga y abone el terreno del que se alimenta. Sube por sus ramas la savia nueva mezclada con mi sangre que da color a este campo, yermo hace unos días, y que ahora comienza a despertar a la vida. Y veré la noche y su cielo azulón donde alguien echa puñados de luces que guiñan y corren para caer detrás de la curva que hay a mis espaldas. Pasarán días, meses, años,  y yo seguiré aquí como una roca, bien agarrada a la tierra; buscaré el agua ladera abajo con mis tentáculos, y absorberé el jugo de las lagartijas muertas, de los ciempiés, de los pequeños pájaros que cayeron del nido. En verano estaré quieta, herida por la luz intensa de un sol insolente que abrirá grietas en la piel reseca. Extenderé mis dedos hacia las gotas de agua que se esconden en manantiales internos, y sobreviviré mientras espero a que lleguen las primeras tormentas y calen hondo y empapen la tierra. Esas tormentas que alivian la sed, pero a las que tanto temo porque ya he visto caer a una amiga, abierta en dos por esa escalera de fuego. Aguantaré. Y después vendrá el otoño con su carga de nubes grises que reventarán de lluvia, y todo el campo se llenará de amarillo y ocre. Beberé  de ese nuevo caudal de vida, y mi cuerpo se estirará  en un intento de tocar el cielo y horadarlo para que descargue más lluvias. Después vendrá el invierno y dejará sus escarchas entre las hierbas donde estoy  plantada. Sentiré mis ramas azotadas por el aire frío y lloraré lágrimas de cristal que helarán la tierra y todo quedará paralizado. Me abrazaré al letargo de los lagartos y juntos dormiremos una siesta de meses mientras el tiempo avanza hacia la primavera que llegará con su aire tibio y perfumado por  el romero y el espliego florecidos. La brisa moverá mis brazos y me hará cosquillas y sentiré la emoción de la nueva vida. Veré pasar el día y escucharé el alboroto de los pájaros sobre mis ramas, cimbreándolas con sus idas y venidas para construir sus nidos.

     Aquí estaré cuando vuelvas y reposes tu cabeza en mi cintura. Y poco importará que a tu lado esté otra mujer y sea a ella a quien beses, porque yo me quedaré con la suave curva de tu nuca y tu olor permanecerá para siempre mezclado con el del musgo que algún día trepará por mis piernas, llenará mi espalda y me cubrirá toda para unirme aún más a este lugar al que tú, siempre volverás. Escucharé tus pasos que irán cambiando el andar insolente y seguro por el vacilante de los años; convertirá tu vida en una mirada hacia atrás, y yo estaré más viva que nunca. Vendrás a verme cada vez más a menudo y reconocerás mi voz en el ulular del viento que me devolverá las palabras y la música, al mover mi cuerpo. Sabrás que estoy esperándote, y acariciarás mis ramas como hiciste con mi pelo cuando nos conocimos. Me hablarás en susurros y cantarás aquella canción con la que me enamoraste. Estaré a tu lado, vigilando tu sueño y  tu vigilia, a ratos, cada vez más agotado, con más deseos de unirte a mí. Les dirás a tus hijos que quieres quedarte en este lugar, muy cerca de donde yo estoy, tocando mis brazos y mi cintura, llenando tu boca con la misma tierra que me llenó a mí. Y ellos reirán la ocurrencia con risa falsa, de las que pretenden alejar el momento, incapaces de aliarse con tu deseo de echarte a dormir conmigo porque para ellos ésta es una tierra baldía, sin cipreses, ni mármoles con fotos ovaladas y fechas, ni cruces que indiquen el lugar donde llorarte. Y entonces tú esperarás a que nazcan los nietos y les contarás cuentos de amores que se abrazan bajo tierra. Cuidarás de que no sepan  de odios ni de pasiones que se perdieron en un camino de bandos antiguos, de tajos de navajas. Les contarás un cuento de  princesa expulsada de este mundo por desear lo prohibido, por querer sin pedir permiso, ni atender a exigencias de quienes no perdonan el amor ajeno. Un cuento con final feliz, donde el príncipe pez seguirá a la princesa rana hasta su exilio y se querrán en ese lugar al que nadie osará entrar para separarlos. Años de cosechas y ferias de ganado. Años que suavizarán las aristas de los montes, que retirarán  el acero y la metralla. Años que llevarán a la tregua infinita. Años para el retorno a la mezcla de los colores. Dejarás que pasen y que el recuerdo se quede en los libros de escuela y que el maestro enseñe el horror de las guerras, la intolerancia del dios que juzga, destierra y extermina. Entonces, sólo entonces, ellos aceptarán que  te tumbes a mi lado, y echarán tierra sobre tus ojos, tu boca, tus manos, y sobre ti plantarán quizás un olivo, para que puedas alimentarlo con tu cuerpo y le des vida con tu sangre que se mezclará con la savia. Alargarás tus raíces buscando las mías para enlazarlas como dedos. Y nacerán nuevos brotes, alimentados de amor. Será como  cuando caminabas a mi lado por las callejas oscuras, evitando las miradas, los rencores, los odios que al final consiguieron alcanzarnos. Llegará el día en que se te olvidará volver a casa y ellos vendrán a buscarte.  Te pondrás en pie, y les indicarás el sitio exacto donde quieres que te dejen. Luego  te alejarás levantando una polvareda roja con tus  pies  cansados. La tarde siguiente faltarás a nuestra cita y yo escucharé los llantos y las carreras. Después, ellos vendrán, removerán la tierra y estaremos juntos para siempre.


2 comentarios:

Cora Christie dijo...

Este cuento trágico, o metafora de odios implacables, me ha conmocionado por su realismo conmovedor y por su inagotable e infinito Amor.
Doloroso y bello

Lola Sanabria dijo...

Los odios ¡cuántas vidas rompen!

Besos mil,querida Cora.