6/10/13

APRENDIZAJE Y ADOLESCENCIA

Tomada de la red.

Todos los meses de agosto, mis padres alquilaban una habitación en una casa de un pueblo de la sierra. A la hora del café, las mujeres escuchaban Ama Rosa en la radio mientras Paquito, el hijo de la dueña, y yo, nos escabullíamos hacia la puerta. Con él aprendí a coger renacuajos con la mano de la charca del tío Bernardo y a esperar a la caída de la tarde, escondidos entre los juncos, a que bajaran los pájaros a beber agua al río para dispararles con la escopeta de perdigones.
Cuando tenía quince años, encontré un día a Paquito con el ojo pegado a la cerradura del cuarto de baño comunitario donde, en lugar de llave, se utilizaba un cerrojo. Los muslos desnudos y las bragas enrolladas en los tobillos de la hija de los otros veraneantes de la casa eran una tentación muy fuerte y yo también miré. Después vinieron los encuentros del padre de la niña con el volumen de tetas de la vecina de enfrente y los desahogos del hermano de Paquito mientras hojeaba una revista guarra.
Un día pillé a mi amigo con el ojo aplicado a la cerradura y una mano dentro del bañador. Se azaró y sacó la mano enseguida. Me acerqué, miré, me volví rojo de ira y le di un puñetazo. Con el alboroto, salió mi madre del cuarto de baño y, aunque no le dijimos por qué peleábamos, un clavo del que colgaba una cuerda con un cartón, cegó desde ese día el hueco de la cerradura. Después de aquello, evité la compañía de Paquito y frecuenté más el casino y las chicas. Uno de aquellos veranos, robé un beso con sabor a Cola Cao a mi primera novia.

9 comentarios:

María Gladys Estévez dijo...

Muy bueno..
Abrazo.

David Moreno dijo...

Este Paquito no tenía idea buena, jeje

Un saludo indio
Mitakuye oyasin

Lola Sanabria dijo...

Mil gracias, Aniagua.

Las hormonas revueltas, David.


Doble de besos.

Pedro Sánchez Negreira dijo...

¡Me parece fantástico el sabor a sencillez de este micro, Lola; algo tan difícil de conseguir!

Un abrazo,

Lola Sanabria dijo...

Lo sencillo y lo complejo, según el relato, Pedro.

Abrazos, muchos.

Nenúfar dijo...


De alguna manera hay que calmar la ebullición hormonal de la adolescencia. Pero, claro, que sea a costa de la madre de uno… es intolerable. La madre es sagrada.

El beso con sabor a Cola Cao: un dulce recuerdo del primer amor.

Un abrazo, Lola.

Amando García Nuño dijo...

Excelente tu dominio del tempo narrativo, excelente.
Pero me queda una duda. ¿Cómo diablos escapo el tío Bernardo, que estaba el el baño con su madre?
Abrazos, siempre

Nicolás Jarque dijo...

Lola, un microrrelato de iniciación tan bien contando, que dan ganas de iniciarse de nuevo a la vida. Las cerraduras son tan peligrosas como instructivas, al igual que el Paquito.

Abrazos de adolescente.

Lola Sanabria dijo...

Sabor, olor y la canción del Cola Cao, Nenúfar, para siempre en la memoria.

Amando, el tío Bernardo era una charca, no creo que pudiera estar dentro del cuarto de baño con la madre, tal vez un charco de sudor por aquello de los calores estivales.

Siempre queda un regusto entre amargo y dulce con esos viajes iniciáticos a la vida, Nicolás.

Abrazos a repartir.