20/9/13

NECESIDAD SUPREMA

Fotografía tomada de la red.

A Juan y su nostalgia.



Y la bomba, tictac, tictac,  debajo del asiento de la niña pija. Desvío la mirada al paisaje que vuela en la ventanilla. Divide el viento una nube torpona, cuerpo de Botero que no hace nada por defenderse, y ya son dos figuras: galgo y Quijote arrastrados. Un carraspeo me hace volver la cabeza, esperanzado.
— ¿Decía algo, caballero?— pregunto al tipo de corbata-soga anudada a la nuez del cuello.
— Nada — contesta él con cara de asombro. Luego vuelve a lo suyo.
     Y la bomba, tictac, tictac, debajo del broker con parentesco incipiente con el jorobado de Notre Damme. ¿Por qué, dios mío, por qué?, me pregunto.
     Vuelvo a entretenerme con el paisaje que corta el aliento. El mío. Y me entra un mareo de vómito. Estaría bien echar el café con leche sobre el hábito inmaculado de la sor que sorbe mocos sin tenerlos pero sigue a lo suyo, con la cabeza gacha. Tictac, tictac, la bomba debajo de su pañuelito que esconde vete tú a saber qué dulzuras o perversiones.
— Perdón. Perdón. Perdón...— reparto por el pasillo mientras, sin miramiento doy un codazo aquí, un pisotón allá. Y ellos, un gruñido, un cambio de postura, un leve alzamiento de ojos y luego el clac,clac, la última horterada que se bajó la niña de uniforme con falda a cuadros plisada y calcetines. Una monada que mastica un mechón de pelo mientras ilumina el tren con una sonrisa que quiere decir : ¡Por fin, alguien me llama!
      Me acuartelo en el servicio. Tictac, tictac, ahora la dejo en medio del pasillo. ¡Ojalá revienten todos de un atracón de radiaciones! Un viaje te vendrá bien, Matías, eso me dije. En los viajes la gente habla, se cuentan sus penas y alegrías, disfrutan de una buena comida. ¡Menuda comida la bazofia de plástico que me han dado! Y ni siquiera el hecho de tener que usar el cuchillo y el tenedor los ha distraído de su  vicio. Es una epidemia. Un bicho que los ha picado a todos y los dejó atontados, pegados los dedos a los teclados. Y a mí ni puto caso.
     Salgo con la cara mojada, a ver si alguien dice algo.  Pero qué van a decir si no levantan la cabeza de sus máquinas infernales. Y si ahora mismo gritara, tampoco me escucharían porque tienen las orejas atascadas con los pinganillos. La bomba, tictac, tictac, la pongo ahora al lado de ese al que le cuelgan dos bolsones debajo de los ojos. Vuelvo a mi asiento. Me seco con un clínex. ¡Qué cosas!, todo es desechable. Añoro el pañuelo de tela con olor a jabón y plancha. Suspiro resignado. Las Wonder girls irrumpen de repente con todo el brío de las potrillas pateando un jardín de flores. Y la del uniforme suelta un gritito y salta un poquito en su asiento. La señora, arreglada pero informal, que está a su lado y que supongo que será su madre, deja de teclear en su ipod y la llama al orden. ¡Elvira!, dice y vuelve a bajar la cabeza y mover los pulgares.
     Intento distraer mi desconsuelo mirando por la ventana, pero ya la noche se ha llevado galgos, Quijotes, Boteros, carrozas, algodones dulces y cualquier forma del exterior. No puede ser. No puede ser. No puede ser. Meto la cabeza entre mis manos, desesperado. Yo quería un viaje como los de antes. Incluso de carbonilla en el ojo. Pero esto es un vagón de zombis que son trasladados de un lado a otro. Miro mi mochila. Dentro llevo mi cerveza y mi bocaza. Pero ellos qué saben. Me levanto.
— Señora, apague el móvil—ordeno a la abuela, quitándole de golpe el pinganillo de las orejas,  que no ha dejado de hablar con sus nietos, sobrinos y vecinas todo el rato.
— Pero ¿qué se ha creído?— se escandaliza ella.
— Me creo que llevo aquí- palmeo la mochila—una bomba que voy a hacer estallar si no hace lo que le digo. Y chitón. Nada de compartir la noticia con el resto. Además, ya lo ve usted, todos enganchados, como drogadictos.
— ¡Qué va a tener usted una bomba!—me dice ella, haciéndose la valiente.
— ¿Quiere comprobarlo?—la reto con la mirada fría, inconfundible, de la determinación, mientras hago intención de pulsar un botón que no es otra cosa que la argolla de la cerveza.
— ¡No por dios!— dice ella, con el gesto descompuesto- ¿Qué quiere?
— Conversación, señora, sólo eso— la tranquilizo yo.
     Me arrellano, dentro de lo que puedo, en mi asiento, y comienzo a contarle mi vida, toda mi vida. ¡Hace tanto que nadie me escucha! Ella al principio se queda rígida y sólo cabecea de vez en cuando para darme a entender que me está atendiendo. Pero después de una hora interviene para hablarme de sus cosas también. Queda poco para Sevilla cuando saca un pañuelo de los de antes y se enjuga las lágrimas. Muy triste su historia del perro que le destrozó a Mari Pili, su linda gatita. Pero cuando le cuente lo mío con los vecinos, esos degenerados que me tiraban las colillas por la ventana y al final incendiaron mi casa, verá, entonces será un llanto a mares. ¡Y qué a gusto nos habremos quedado!

11 comentarios:

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

Muy bueno, Lola, me encantó. Yo también me convencí que llevaba una bomba, ja, hasta que nos contaste lo de la cerveza.
Genial.
¡Saludos!

Rosa dijo...

Tener ganas de hablar y no tener con quién hacerlo, obliga a cosas como estas. Muy, muy bueno Lola. Gracias por este rato.

Besos desde el aire

Amando García Nuño dijo...

Se palpa, se mastica en el texto esa soledad de los vagones,ese caldo de ausencia en los seres humanos, tan convencidos como estamos de que la comunicación necesita batería.
Potente. Un abrazo, siempre

Juan Leante dijo...

Muchas gracias por este regalo Lola.
Has captado muy bien todo ese ambiente infernal que nos rodea. No tardará mucho algún Ministerio en prohibir circular por la calle mientras se utiliza alguno de esos ingénios. Hay pocos accidentes en relación al despiste que lleva el personal. Pero lo más terrible de ahora, es que estás trabajando, o milagrosamente hablando con el compañero, y no dejas de escuchar los avisos del Wasap (o como se escriba) con lo que no consigues terminar un relato ni de coña.
No estoy en contra de estos aparatos, me parecen muy útiles, lo que aborrezco es el uso que se hace de ellos.
El próximo viaje te llevo a ti que sí me escuchas.
Un besazo.

Lola Sanabria dijo...

La bomba que les pondría el protagonista para sacarlos de su letargo, Juan.

Ya no se conversa, Rosa, o se hace poco cara a cara, ahora están las tecnologías para mandarse chorradas.

Tal vez, Amando, entremos en un periodo de mutismo total.

Totalmente de acuerdo contigo, Juan.

Abrazos a repartir.

Miguelángel Flores dijo...

Qué divertido, Lola. Jajaja, pobre Juan. La próxima vez lo acompañas. Y lo dejas hablar, claro.
Un abrazo grande para los dos. Mejor dos.

Nenúfar dijo...


Comienzo el texto y mi mente convencional supone que voy a leer una historia truculenta. Continúo y me surgen dudas sobre la existencia de la bomba; al tiempo, mastico la ira del protagonista y me divierte el paisanaje adicto a la tecnología. Me acerco al final y aparece el sorprendente impacto :
-"…¿ Qué quiere?
- Conversación, señora, sólo eso".

El relato me deja un poso de ternura y tristeza. Imagino que Matías debe de sentirse muy solo en su vida diaria al buscar tan desesperadamente un rato de conversación. Algo esencial para el bien vivir.

El tema que tratas, Lola, me parece muy jugoso, y la forma de abordarlo, original. Personalmente, considero, sin subestimar las bondades de la tecnología, que una conversación sosegada, vis a vis, con alguien a quien aprecias es un sencillo placer de dioses.

Abrazos.

Lola Sanabria dijo...

Juan va casi siempre bien acompañado, Miguel Ángel. Y le gusta la charla, no sé si tanto como a mí, pero detesta la mala educación que mantiene las cabezas gachas y los dedos en el teclado mientras hablas.

Yo recuerdo los viajes en tren con mi abuela a Córdoba, y era toda una aventura, donde no faltaba la tortilla de patata y la conversación, Nenúfar. Estoy totalmente de acuerdo contigo.


Andanada de besos.

Cora Christie dijo...

Haces con tu relato que sienta una profunda empatía con ese Matías, víctima de la mala educación tecnológica, que desahoga sus fantasías con bombas tan sentimentales como su necesidad de comunicarse con los otros.

Un relato nada fantástico, Lola, tan actual como la misma novida virtual.

Cora Christie dijo...

Se me olvidaba añadir a mi comentario anterior, que pese a todo, el pensamiento que va fraguando mientras observa el ensimismamiento tecnológico de sus compañeros de viaje, me ha hecho sonreír mientras le seguía en su trayecto. Una venganza emocional que tiene el mismo valor que recrearnos en el sentimiento de culpa familiar ante la tragedia del propio entierro...

Besos.

Lola Sanabria dijo...

O te lo tomas con humor, querida Cora, o es para matarlos. Un buen análisis del relato.

Mil besos.