19/10/20

MICRORRELATOS INCLUIDOS EN MI PARTICIPACIÓN EN EL BLOG «NOSOTRAS CONTAMOS»




 EL PODER DE LAS PALABRAS

Sabíamos que el peligro acechaba en comidas y cenas. Todos conocíamos cuáles eran las palabras prohibidas y qué consecuencias traería pronunciarlas. La nuestra era una familia normal. Con nuestros más y nuestros menos, ninguno faltaba alrededor de la mesa. Comíamos en silencio, masticando cada bocado con una paciencia infinita. Concentrados en la tarea de pinchar y cortar, la cabeza gacha, mirando al plato. No dejábamos ni una miga, ni un recorte, nada. Se despertaba en nosotros una voracidad extrema. Nos habíamos propuesto no hablar para evitar deslices y tentaciones. Porque el hambre venía acompañada de otros apetitos atroces.

Fue un descuido de mamá, seguro. O tal vez es que estaba harta de todo. Quién sabe. Pero que no pesara y midiera bien aquellos filetes desató la tragedia. Y con el te odio repetido como puñales, dejamos un número incontable de cuchilladas en el pecho que tan bien nos había alimentado cuando éramos bebés.

EN MIS MANOS

A pesar de la cara machacada por los golpes y la sangre borboteando como un geiser de la herida de la cabeza, lo reconocí al instante. Estaba siendo una noche agotadora tras lo ocurrido durante aquel concierto; todos estábamos exhaustos. Así las cosas, el protocolo era mero papel mojado a esa hora lindante con el amanecer, cuando la riada humana se había cortado dándonos una tregua. Miré hacia el pasillo: parecía la piel muerta de una culebra. Ni un alma. Algunos estarían recostados en cualquier rincón, otros moverían el palito de plástico blanco dentro de un brebaje negro que simulaba café. En el cielo se aclaraba poco a poco la línea cortada de los edificios. Escuché los ronquidos de la agonía. Lo dejé morir. Luego empujé la camilla por Urgencias. Crimen fue lo que hizo aquel desalmado con mi niña.

DESCARTE

María gira la llave, empuja la hoja de madera y se detiene unos segundos. Le gusta el silencio. Pisos vacíos, muertes recientes. Entra y cierra con un pie. Retumba el portazo. Pinza en el pelo y guantes de goma. Comienza por el cuarto de baño. El fallecido dejó medio rollo de papel higiénico marca el Elefante. Lo saca de la espiga y lo guarda en su bolsa. No están los tiempos para hacer ascos a nada. Limpia bien los sanitarios con lejía. La lejía desinfecta. Aunque el óxido de la bañera se quedará para siempre. Sigue por la cocina. Encuentra un desatascador de goma cuarteada debajo de la pila de cerámica desportillada. Se lo lleva. Le sigue el salón sin muebles, con media cortina raída. La. descuelga, le sacude el polvo y la dobla. Se la queda. Servirá para algo. Por último, la habitación del difunto. En el suelo hay un lápiz carcomido por dientes voraces. Lo echa en el bolsillo de su bata. Pasa el aspirador. Comienza a fregar el suelo. La detiene un ruido de gato arañando que procede del armario. Abre. Una niña depauperada le echa los brazos. La llama mamá. Ella hace cálculos. Costaría mucho mantenerla. La devuelve al fondo del armario. Cierra. Termina de fregar. Sale.


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