Tomada de la red. |
Doña Carmen, fiscal muy eficiente, acababa de ver cómo los responsables de
apalear a una vagabunda se habían ido de rositas por falta de pruebas. «¡Esto
lo arreglo yo!», dijo para sus adentros la mujer de la limpieza, aceptando el desafío.
Salió a la calle y preguntó
por una cabina telefónica al señor de la Once. «Tire derecho por esta calle,
tuerza luego a la izquierda, y cuando llegue a una plaza con una fuente con
amorcillo que mea pis artificial, pregunte». Demasiado lío para la transformación.
Pidió al hombre que se echara a un lado y entró y salió del kiosco en un
pispás. Subida a un banco, tomó impulso y voló con su capa morada ondeando al
viento. Ni callejero, ni nada, con su súper visión localizaría a los
malhechores y les daría un escarmiento, como a los acosadores de metro. Por algo la llamaban la feminista justiciera.
3 comentarios:
Me encanta esta justiciera de capa morada. Por una parte me siento ella, laminando frustracciones. Y por otra, siento la ternura que me provocan las buenas almas.
Un relato para no perder la esperanza.
Mas que neuronas tienes un arco iris
Enhorabuena !
A mi también me gustaría, alguna vez, echarme a los hombros una capa morada y enderezar entuertos.
Abrazos, querida Cora.
Así vamos a tener que acabar para que haya una poca de justicia. Ojalá se vendieran unos polvitos que nos hicieran justicieras, porque supermujeres somos desde que nacimos.
Besicos muchos.
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