18/2/17

TURNO DE NOCHE




 
Tomada de la red.

Son las tres de la madrugada y no consigo dormir. Me levanto de la cama. Marco con el sudor de mis manos el cristal y veo a través de la ventana el frío asolado de la calle. El silencio del sueño habita las torres vecinas. Me vuelvo hacia las sábanas revueltas. Cierro los ojos y te imagino en tu lado, con la respiración acompasada, durmiendo. Los abro y me golpea tu ausencia.
     Te imagino arriba y abajo, acompañando tus pasos el latido bronco de la sala de máquinas. Y siento el hueco helado de la soledad, como la debes de sentir tú. Sin embargo, casi podemos tocarnos en ese lugar sin distancias donde se aúna  el deseo. Deseo de tomarnos el café y la tostada en la cocina, mientras vemos cómo la vida se despereza en el patio de la casa de abajo, y el calor de la mañana seca y airea la ropa, cogida a la cuerda con pinzas de colores vivos como nuestro amor, y nosotros hablamos de cualquier cosa. Tú te levantas de la silla y me peinas con los dedos mientras preguntas: ¿Te acuerdas? Y yo digo que cómo iba a olvidar el día, la hora, el minuto, el instante mismo en que comenzó nuestra aventura en común.  Luego cada uno va a sus tareas. Un beso, un roce, un mira esto o lo otro, en el pasillo o en el comedor; estamos al alcance de la mano. Pero no esta noche, como tantas otras, en las que el calor de tu cuerpo no me arrulla.

     Regreso a la cama. Cojo de la mesilla el teléfono móvil y escribo un mensaje. Cuarenta años. Millones de abrazos y besos. Pero no doy a enviar porque recuerdo que estás fuera de cobertura. Me giro hacia tu lado y abrazo la almohada. Te habrás cansado de pasear y estarás sentado con los brazos enlazados bajo la nunca, mirando al techo. ¿En qué piensas con tantas horas por delante?, te pregunto. Y tú respondes que en mí. Así estamos conectados en esta noche eterna que no quiere irse con la claridad de un nuevo día que te traería  a mi lado. Hundo con el puño la almohada, allí donde debería reposar tu cabeza y acerco mi cara. Huele a ti. En el reloj de la vecina dan las cinco. Vuelvo a levantarme y voy al ordenador. Abro mi correo y te escribo esta  carta que guardo para  que te llegue el día de nuestro aniversario.

     La negritud se estira y entre la urdimbre se filtran unas partículas de luz. Pronto estarás de camino a casa. Me voy a dormir.

2 comentarios:

LA CASA ENCENDIDA dijo...

Tan natural, tan verdadero y tan tierno, después de tanto tiempo. Como siempre, es un placer pasar por tu espacio.
Besicos muchos.

Lola Sanabria dijo...

Muchas gracias, mi niña. El placer es mío.

Abrazos cargados de sol.