Tomada de la red. |
FRUTA PODRIDA
Era un experto en derecho procesal. Brillante en la
exposición e implacable en sus conclusiones, llevaba los juicios con gran
maestría. Sobre su mesa se amontonaban los informes, para desesperación de
aquellos que asistían impotentes a sus larguísimas exhortaciones, ante un
tribunal rendido de antemano a su discurso de disco rayado. Para él cualquier
atenuante era zarandaja, pecata minuta, trampantojo que zancadilleaba la independencia de la justicia. Y así, lo mismo mandaba al Infierno a un ladrón de
un supermercado, que a un asesino. Pero aquel aspirante a Lucifer, querubín
rubio que sonreía inocente y angelical, le robó el alma. Pasó de fiscal a
defensor y juez y le abrió las puertas del Cielo. Desde entonces, un espeso
manto de nubes ensangrentadas cubren la Tierra, y los niños
se echan a perder sin ángeles que los orienten y los guíen.
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