7/10/19

EN EL PATIO





Hay un momento en el que la colina del repetidor se traga el sol y el aire hiere con su luz espesa. Las golondrinas cruzan el cielo estirado en azul ceniza y se aquietan en la raspa de la antena del televisor. Enfrente, el muro de adobe con los huecos cegados de cemento, y entre el canalón, una be estirada de cielo que vivirá el tiempo que tarden las voces del otro lado, en levantar una nueva casa.
Y justo cuando la tarde está más prieta que nunca, tanto que casi te impide respirar, achatándose la luz entre las copas de los chaparros de la loma, Lucas suelta un gruñido y salta al muro que toca la parra y allí se queda, al acecho, vigilando la salamanquesa que se esconde entre las tejas del lavadero. Le digo que esta vez se quedó chasqueado y que venga a mí y deje de hacer el gato sanguinario, pero no me obedece y baja cuando ya la noche comienza en el patio. Se estira en el cemento, donde estaba el gallinero, y yo sigo atenta al cambio del violeta al azul del cielo, espiando las primeras estrellas que me llaman desde quién sabe qué galaxias. Entonces suenan las patas en una carrera corta, golpean la cal del muro, que brilla con la primera luna, y luego viene él con la salamanquesa entre las fauces, la deja cerca de la orza, donde se queda un momento quieta, después inicia un movimiento rápido hacia la pared, que Lucas aborta de un zarpazo y la devuelve al suelo, malherida, él al lado, moviendo el rabo, observando su trofeo, luego se levanta, la coge con la boca y la traslada cerca del lavadero, la suelta, la salamanquesa se arrastra unos centímetros, desiste, la cola se retuerce a un lado. Lucas se echa encima, mira  la sombra de otro felino sobre el tejado, se levanta, golpea el cuerpo con las patas de un lado a otro, confirmando su muerte, y luego la abandona por grande, si fuera pequeñita se la habría comido. Me quedo inmóvil, esperando a que un poco de aire mueva las hojas de la parra, desviando la mirada hacia los guiños de un avión y los puntos blancos estrellándose en la lejanía, pero vuelve a la masa aquietada sobre el cemento. Del otro lado del muro, llega el entrechocar de los platos y el rumor de voces que irán subiendo hasta gritarse órdenes mientras la noche se llena de olor a pimientos fritos. Me levanto, cojo la pala de un rojo descolorido por muchos soles y levanto el cuerpo destrozado de la salamanquesa. La dejo a un lado, hago un agujero, la echo dentro y mientras la cubro de tierra, me viene a la cabeza el trocito de vida de Lillian Hellman enterrando a la tortuga ante la burla de Dashiell Hammett. El cazador viene silencioso, se levanta sobre las patas traseras y asoma su  hocico.

2 comentarios:

Yashira dijo...

Pobre salamanquesa, si llega a sospechar que Lucas andaba por ahí, no se asoma al patio.

Entretenido relato Lola, la imagen final me sacó una sonrisa a pesar de lo triste de la escena.

Saludos.

Lola Sanabria dijo...

Gracias, Yashira, me alegro de que te gustara.

Un abrazo.