23/4/10

INCLUIDO EN EL LIBRO DE LOS MEJORES HIPERBREVES DE MOVISTAR




Cuando el abuelo se fue, me quedé huérfano de cuentos y dejé de crecer. Mamá cree en el poder curativo de las vitaminas, yo en el del prospecto.






http://www.bubok.com/libros/172974/IV-Concurso-de-Relatos-Hiperbreves-Movistar,

22/4/10


INCOMPATIBILIDAD


La de los días de lluvia, esa es la que quiero.
Cuando luce el sol, se pone el vestido escotado y las sandalias plateadas, agarra el bolso y me deja solo todo el día, con un vaso de leche y una manzana sobre la mesilla.
Cuando llueve, le cuesta levantarse. Camina arrastrando los pies, con el pelo enmarañado tapándole la cara. A mediodía me trae sopa. Luego se mete en la cama y se abraza a mi cuerpo. Yo busco sus programas favoritos en la televisión para que se distraiga.
Hace días que no para de llover. Ella reza, mirando al cielo. Yo también rezo.

DUELO


La de los días de lluvia, verde, de cazador furtivo, que me cubrió mientras la esperaba a la salida del instituto. La de los días de sol, roja, de Supermán, que lucí en la fiesta de la primavera. La de los días de hielo, negra como boca de lobo, que envolvió mi desvarío cuando ella se marchó. La de los días de niebla, blanca, sudario empapado de dolor. Desnudo, encerrado en mi habitación, las oigo pelear, destrozarse a dentelladas, dentro del armario.

19/4/10

EL MUNDO POR MONTERA (Relatos en Cadena)




Cubría el espejo con su pañuelo de seda. Uno de esos regalos que nunca usé. Lo adiviné nada más ver la cara de Asira, cómo bajó los ojos cuando pasé al lado de su tenderete en el Paseo Marítimo. Entonces supe de las traiciones de mi recién estrenado marido. Desde ese día no quise mirarme en ningún espejo. Huía de mi reflejo en los escaparates. Porque el encuentro con mi imagen me avergonzaba. La última vez que lo hice fue esa tarde al volver a casa. Descubrí mis dientes torcidos, mi pecho plano, las piernas sin forma, el pelo sin brillo. Renegué de mí. Él no dejaba de traerme regalos como si yo no supiera el significado. Porque o bien los compraba a cambio de favores, o la culpa lo llevaba a pagar por ello.
Con el tiempo se le adormeció la conciencia, si es que alguna vez la tuvo, y yo me acostumbré a esperarlo con el plato de cocido en la mesa, convencida de que era lo único que podía hacer. Tal vez yo no fuera lo suficiente buena para él, me repetía una y otra vez en mis paseos cada atardecer. Así que acepté las veleidades de mi marido como quien acepta una condena, un castigo merecido sin saber por qué. A veces sentía como si un puño me golpeara el pecho mientras el agua del mar se iba retirando de la playa. Era como si algo muriera dentro de mí un poquito más, como si cada día se cobrara un pedazo de sueño.
Pero conocí a Rosa en uno de mis paseos y todo cambió. Estaba de paso. Era, como dijo, ave migratoria. Vendía collares, pulseras y anillos hechos con huesos de fruta. Me paré y estuve mirando.
- ¡Llévate este!- dijo.
- No, gracias. Esto es para gente joven y guapa- dije dando unos pasos atrás.
- ¿Quién dice que no lo eres?- preguntó muy seria.
- Nadie. Buen... no sé, me veo así...- contesté con un balbuceo.
Entonces ella colgó un collar de mi cuello y me hizo mirarme en un espejo pequeño.
- ¡Guapísima!- dijo con tanta firmeza que yo me lo creí.
Me regaló el collar y el espejo.
He vuelto a verla todas las tardes. Con ella he aprendido a reír de nuevo, a ver la gracia de mis dientes montados, de mis pechos pequeños, de mi cuerpo delgado. He quitado el pañuelo del espejo de mi casa. Me gusta mirarme en él cada atardecer, cada mañana. Ahora me siento bien dentro de mi piel.
Termino de guardar la última falda y cierro la maleta. Son las cinco de la tarde. Salgo de casa y cierro la puerta despacio, sin hacer ruido. Rosa me espera.

15/4/10





DESIDIA

"Mañana va a llover". Siempre con evasivas. Si ya lo decía mi madre. Ocho años “hablando” y bajo amenaza de dejarlo, pasó por la vicaría. Nació Carlitos de la pereza que le daba ponerse el condón. Después se quedó en el paro. Así llevamos otros siete años. Yo, deslomada, y él sin dar palo al agua. En cuanto le digo que salga a buscar trabajo, me sale con otra cosa. Lo último que hice por él fue guardarle la ropa y cerrar la cremallera. Pero ahí sigue desde hace semanas, sentado en su sillón, con los calcetines sucios y la maleta en la puerta.

GOLOSINAS

- Mañana va a llover. Caerán del cielo ositos y fresas.
- ¿Y garrotes de caramelo?
- No. Harían chichones a los niños.
- ¿Podré verlo?
- Sabes que no, cariño.
- ¡Pero quiero salir a la calle!
- No puede ser.
- Al patio.
- Tampoco, el sol te quemaría.
- Si llueve, no hay sol. Lo dicen en la televisión.
- En la televisión, mienten.
- No te creo.
- ¿Quieres volver al sótano?
- No.
- Buena chica. Mañana te traeré una bolsa con lluvia de gominolas.
- Gracias, señor.
- ¿Me llamas señor? ¿Qué se dice?
- Gracias, papá.

PREMONICIÓN

“Mañana va a llover”, le dice el abuelo a la abuela mientras se soba la rodilla izquierda. Y llueve a cántaros. “La Justa tendrá gemelos”, asegura, rascándose ambos brazos. Y hay doble bautizo. “Al Pedro le ronda la muerte”, vaticina con una mano en el pecho. Y al poco tocan a difunto las campanas de la iglesia. Hace días que el abuelo no sale de casa para echar con los amigos la partida de cartas. Se sienta al lado de la abuela, en el corredor, entre las macetas. Ella hace ganchillo y él se acaricia el lado corazón sin dejar de mirarla de reojo.

8/4/10


ÉL


Seguimos sin hablarnos cuando él también la dejó, y después de morir nuestros padres. Escuchando el cacharreo en la cocina que compartimos, el arrastre de una silla, el sonido acolchado de las zapatillas, cada vez más cansado, por el pasillo. Pero ha vuelto. Y lo han dejado en un ángulo oscuro. A él, que tanto le gustaba el sol. Bajo un montón de tierra que aparenta un cuerpo amorfo. A él, que exhibía sus músculos con ajustadas camisetas. Coronado por una cruz desvencijada. A él, que amaba el arte. “Tenemos que hablar”, le he dicho. Y ella ha estado de acuerdo.

4/4/10



SOLEDAD

¡Imbéciles! Sonríen para la foto, con la espada sobre los muñecos de azúcar. Una capa gruesa de maquillaje no consigue cubrir el ataque de pánico de Marisa. Pobre, pronto estará hecha una birria, sin tiempo para arreglarse, limpiando mocos todo el día. Y a Lucas, la nuez le sube y le baja, ruidosa, sobre la pajarita. El contrato que va a firmar, lleva grapadas una hipoteca y una ristra de facturas de pañales y ortodoncias. Cortan la tarta, se besan y beben champán. Levanto mi copa y busco a mi alrededor. No encuentro a nadie con quien brindar. Me da llorona.

SOBORNO

¡Imbéciles! Se remueven inquietos en sus asientos. Anhelantes. Con las aletas de la nariz hiperventilando. Menos Mengual, que disimula. Pero no han podido superar mi oferta. El dinero le sobra, y hace tiempo que no necesita intercambio de favores. Se disponen a abrir la plica. Yo también me preparo para salir. Incluso doy un paso hacia delante. Sin embargo es Mengual quien abandona su sito para recoger el premio. Entonces sorprendo el guiño del portavoz del jurado a la rubia que aplaude al lado del asiento vacío. Tengo que reconocer que la mujer de Mengual tiene mejores piernas que mi Rocío.


FATALIDAD

¡Imbéciles!, esos ricachones. Me quedé sin trabajo y mi marido entre los prescindibles para la próxima reestructuración. Peluquería, maquillaje, cena... Gastamos nuestros ahorros para agasajar al jefe. Y va el idiota del mercedes y me embiste por detrás. Con esa nariz de buitre. No pude contenerme. “¡Pajarraco!”, le grité al bajarme, despeinada, con las medias y un tacón rotos. “¡Estúpida!”, me increpó él mientras yo buscaba mis papeles en la guantera del Clío. Y llego a casa y me encuentro a mi marido dándole coba al pajarraco. No recuerdo qué pasó. El abogado de oficio aconseja que me haga la loca.