28/10/15

INFERTILIDAD EN EL PROGRAMA DEL 26 DE OCTUBRE EN PARACUENTOS


 
Tomada de la red.






INFERTILIDAD



Hace tanto que no florece que olvidé el olor del azahar macerado por el sol de mediodía; el de la dama de noche en la retirada de la tarde. No encuentro con qué regarla para que fecunde y broten las alegrías. He probado con feromonas divertidas de chimpancé, notas musicales de Gracias a la vida, cosquillas de payaso... ¡Hasta mocos y babitas de niño utilicé! Nada. Se lame el muñón que dejó la rama partida mientras angosta la tierra con el salitre de sus lágrimas. Sigue tejiendo y destejiendo la aridez del abandono. El que soportó. El que ella misma provocó cuando desgajó, entre gritos de dolor, uno a uno, a todos los hijos de su cuerpo.



Para escuchar el relato pinchad aquí . A partir del minuto 56:47

10/10/15

¡MIRA MAMÁ! EN LA EDICIÓN DEL 05/10/2015 EN PARACUENTOS

 
Tomada de la red.


Varios autores españoles cruzamos el charco gracias a la selección de  Francisco Manuel Marcos Roldan. 
 En este programa, muy bien acompañada por Purificación Menaya.
 Podéis escuchar mi relato a partir del minuto cincuenta y dos, más o menos. Pinchad aquí

 

¡MIRA, MAMÁ!





 Parecía la cabeza grande de un alfiler. Escarbé en la arena hasta desenterrarlo del todo. Cabía en la palma de mi mano. Quise mostrárselo a mamá, pero ella soñaba con sus cosas debajo de la sombrilla. Papá nadaba a lo lejos, detrás de una sirena rubia. Lo limpié bien con agua marina y estuve jugando con él. Era muy cariñoso y hacía lo que yo quería. Llegó la hora de recoger para volver a casa. Lo metí en la bolsa de plexiglás con el cubo, la pala, el rastrillo y la estrella hueca.

     Cuando lo saqué en mi habitación, había crecido un dedo por lo menos. Y estaba hambriento. Le traje un cuenco con gelatina de fresa. Después de tragársela, cerró los ojos. Decidí guardarlo dentro de mi armario. No quería que mis papás me lo quitaran para echarlo a la basura como hicieron con mi última Barbie. Lo puse dentro de la caja de las caracolas, agujereé la tapa con la punta de un bolígrafo, y la dejé junto a los zapatos.

     En los días que siguieron, fue creciendo al igual que su apetito. Mis papás estaban muy contentos por lo bien que yo comía. Pronto le quedó pequeña la caja y pidió que lo sacara del armario. Esperaba a que mamá limpiara mi cuarto y se fuera, para dejarlo oculto entre las sábanas de mi cama. Por las noches dormía acurrucado a mi lado, sin hacer ruido. Hasta aquella madrugada en que comenzó a llorar y a retorcerse y no conseguí calmarlo.

     Mis papás no logran explicarse cómo no se dieron cuenta. Me interrogan una y otra vez. Quieren saber quién es el padre. Unas veces les digo que un pez raya. Otras, que Neptuno. Las más, que no lo sé. Ellos siguen preguntando.

2/10/15

PODERÍO


Tomada de la red.


A María Jesús que hoy tiene mucho que celebrar.

Había que verlo. Antonio el Pimientito, engallado y con el coraje en los tacones, se empleaba a fondo en el tablao. La dueña del local temía dos cosas: que el zapateado del prodigio hundiera las tablas donde la carcoma había decidido arruinar el arte a dentelladas, y que el palmeo y los vivas de la concurrencia, entregada al arte, agrandaran la grieta que recorría, como culebrilla de rayo, la pared de los abanicos y los mantones. No era capaz de discernir cuántas lágrimas se debían al arte del Pimientito, que ya había perdido la conciencia de dónde estaba y cuántas fuerzas le quedaban para desplomarse allí mismo, ahíto de gloria, y se dedicaba con devoción a las bulerías, las soleares y los tarantos, sin tomarse un descanso, rojo como un tomate maduro y sudando litros de líquido saturado de sal y vino, y cuántas a la imagen apocalíptica de su maltrecho garito derrumbándose sobre las cabezas de los clientes. Sacó un pañuelo de encaje del canalillo de sus hermosos pechos y enjugó las lágrimas. « ¡Cálmate, Mariquita, y disfruta del espectáculo!», se repetía mientras lamentaba no poder abofetearse como había hecho otras veces en privado. Eso la habría calmado, pero allí, en público, era un disparate. La tomarían por loca. Violeta la de la Parrilla vino a rescatarla con la premura de que se les estaba acabando la absenta y a ver qué hacían. Mariquita maldijo la nueva moda que había rescatado del pasado aquella bebida no hecha para hígados algo tocados, y se dispuso a crear, en vivo y directo, un cóctel que ríete tú del molotov. Los iba a tumbar a todos, ya verían cómo se les acababan las palmas y los gritos de un plumazo.
     Reme la del Geranio estaba hasta la mismísima peineta del Pimientito. Tenía las manos escocidas de tanto palmear, y por mucho que buscara acomodo en la silla de anea, la vejiga hacía rato que la estaba avisando de que, o hacía un mutis por el foro, o desaguaba en el lugar. Paquito el Chocolatinas estaba a punto de quedarse sin voz. Tenía las cuerdas vocales en un tris de decirle vete a la mierda ya, y dejar de emitir sonido alguno durante una temporada. Aguantaba, golpeando con un pie el entarimado para darse ánimos. Pero de todos los acompañantes, el peor era Toñín el Venao, atento a las evoluciones del Pimientito, con la pierna a punto, buscando el momento propicio para ponerle la zancadilla y acabar con el espectáculo.
     Pasaba la una de la madrugada cuando se abrió la puerta de la entrada. Y, como una imagen divina radiando haces de luz de neones reumáticos y mortecinos, apareció ella, enfundada en traje negro cosido al cuerpo, como una Marilyn Monroe renacida, el pelo en un recogido de apariencia descuidada, con bucles cayendo sobre sus hombros desnudos, un mantón cuyos flecos descansaban en un culo prieto como balón de cuero, y el abanico abriéndose y cerrándose a voluntad de reinona.
     El local enmudeció. Durante unos segundos, no se escuchó ni el vuelo de una mosca. Luego, mientras el cuadro flamenco se deshacía, cada cual tirando para donde podía, la niña del Caracol comenzó a andar, bamboleando las caderas a ritmo de palmas y gritos de guapa, maciza y otras lindezas que la acompañaron en su desplazamiento hasta la barra donde, mientras se daba aire con el abanico, pidió un gin-tonic bien cargadito, que la juerga acababa de empezar y quería acogerla con alegría.
      Mariquita se apresuró a preparárselo; ese y todos los que hicieran falta, consciente de que, si había alguien que pudiera salvar su negocio, esa era la niña del Caracol, cuyo poder de convocatoria se hizo patente cuando comenzaron a llegar nuevos clientes. En un rato estaría el local hasta la bandera, se dijo mientras rallaba jengibre. Pudo vislumbrarlo con las grietas restañadas, un tablao nuevo y sillas con el tapizado de terciopelo bermellón renovado, y una lágrima de agradecimiento hacia la estrella, que en breve pondría el vello de punta a todo dios con la potencia de su voz, hizo un caminito en el maquillaje hasta perderse en las honduras de tan generoso escote.