Todos los veranos, mi mujer le pregunta a su madre si quiere irse al pueblo o venirse
a la playa. Ella responde: «Yo, lo que vosotros digáis». Nos acompaña siempre.
Podríamos arreglarnos con unas toallas en la arena, pero dice que necesita
ciertas comodidades porque es vieja. Un día la oí llamarme desde el agua y me
hice el sordo durante unos segundos, aunque después corrí a socorrerla. Desde
entonces, le coloco el parasol y la hamaca, le pongo la nevera a mano, y le
extiendo el bronceador. Luego me doy un baño y me tumbo en la arena. Ella
espera, y cuando me estoy quedando dormido, me llama para que cambie de
posición la tumbona.
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