28/11/18

ILEGÍTIMO

Tomada de la red

El magistrado no tenía miedo de nada ni de nadie y poseía una constitución fuerte, como de aizkolari, por eso chocaba verlo usar pañuelos de papel para absorber tanta sensibilidad. Porque aunque en sus treinta años de judicatura nunca le tembló la mano a la hora de impartir justicia, no era raro que mientras mandaba, ya fuera a un ratero o a un joven alborotador de la izquierda abertzale, cumplir la mayor condena que estipulara la ley, algún brillo y lagrimilla empañaran sus ojos. Soy, decía parado frente al espejo cada aniversario de su primer juicio, severo pero compasivo. Lo que ocurrió en aquella convención en Leioa, regada con abundante txakolí, habría quedado claro cuando lloró a mares el día que dictó sentencia contra Aitor el Justiciero,  hijo de aquella fiscal de pelo corto y mirada larga. Pero los que llenaban la sala pensaron que el señor juez chocheaba o, como mucho, se estaba pasando con el teatro.

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